Debe entenderse que es imposible alcanzar el crecimiento y desarrollo sostenible si no disponemos una base mínima que los sostenga en materia de institucionalidad, Estado y compromiso empresarial. A menor institucionalidad, por ejemplo, mayor incertidumbre y menor éxito económico.
Una sola muestra de la grave carencia de institucionalidad que nos rodea está sustentada en lo precario de nuestro frente político: en el Perú de hoy no disponemos de verdaderos partidos políticos. Nos hemos conformado con agrupaciones que giran en función de apellidos, con organizaciones lideradas por personajes ligados a la corrupción que no permiten la renovación de sus cuadros, con etiquetas partidarias que resurgen como resultado de la carencia de opciones, y como si fuera poco, con muy peligrosas opciones extremistas sustentadas en el resentimiento.
Un frente político sin real base partidaria alimenta corrupción, narcotráfico, mercantilismo, crimen, inseguridad, injusticia. Lo irónico es que quienes quieren vendernos propuestas de solución a estos males son los protagonistas de lo más mediocre de nuestro frente partidario actual. No tiene sentido.
De otro lado, a menor calidad de Estado, mayor es la deficiencia para cubrir las carencias de nuestra población y, por lo tanto, mayor es el descontento social.
Es claro que el Estado que tenemos requiere también de cambios profundos. Lo que tenemos hoy es un Estado desorganizado, mal dimensionado, asimétrico, carente de recursos y de capacidad de gestión, manipulado por intereses. Con esa calidad de Estado no tendremos jamás los instrumentos necesarios para solucionar, acertadamente, nuestras deficiencias en salud, educación, seguridad, corrupción, infraestructura. Debemos someter a nuestro Estado a una reingeniería integral con visión de empresa. ¿A quién beneficia esta calidad de Estado? Para empezar, a una clase política y partidaria que se nutre, cada cinco años, de la pobreza, aspiraciones y reclamos de parte de nuestra población. Tampoco esto tiene sentido.
Finalmente, a mayor miopía en la visión de los gremios empresariales, menor sostenibilidad del modelo económico.
Tenemos que dar paso a un empresariado propio del siglo XXI, con una clara visión de mediano y largo plazo, comprometido con la innovación, capaz de concertar métrica con el Estado y de demandar un plan estratégico en el que participen todas las fuerzas vivas de la sociedad, capaces de competir en un marco de plena transparencia y que, además, disponga de un mejor entendimiento del éxito macroeconómico.
Debemos convencernos de que el gran artífice de la creación de la riqueza es el frente privado, pero también debemos dar paso a una clase empresarial con una mentalidad más innovadora y moderna. Hoy, el empresario que más inteligente y técnicamente ejecuta el concepto de creación de valor compartido es el que dispone de mejores condiciones para el éxito. La verdad, se hará cada vez más difícil sostener el crecimiento y avances en materia económica mostrados los últimos 20 años si no cambiamos nuestra institucionalidad, nuestra calidad de Estado y el compromiso de nuestro empresariado.