La mayoría de los peruanos (67%) no mejoró su nivel económico en los últimos 12 meses. (Foto: KimonBerlin/Flickr)
La mayoría de los peruanos (67%) no mejoró su nivel económico en los últimos 12 meses. (Foto: KimonBerlin/Flickr)
Carlos Ganoza

La convulsionada coyuntura latinoamericana ha despertado una discusión valiosa y necesaria sobre la . La preocupación por este tema se ha expandido rápidamente y se conecta con una discusión global que lleva ya algunos años, sobre la creciente desigualdad entre el 1% más rico de la población y el resto, y la conveniencia de utilizar la política tributaria para atenuarla.

Un error que se suele cometer cuando se aborda esta discusión es asumir que todas las fuentes de desigualdad son igual de malas.

Un sistema meritocrático será inevitablemente desigual, porque los premios (salarios) que las personas reciben están en base a sus méritos, y no todas las personas hacen los mismos méritos para recibir el mismo premio. El premio que el mercado ofrece es el mejor incentivo para que más gente quiera hacer los méritos que lo generan. Desde estudiar más años, carreras más difíciles, etc.

Por ejemplo, si el premio del mercado a la educación universitaria aumenta –cosa que ha ocurrido en buena parte del mundo en los últimos 30 años–, la diferencia en los ingresos de los egresados universitarios versus quienes solo llegan hasta la secundaria completa aumenta también, lo que genera una distribución de ingresos más desigual. Pero eso no es negativo. Por el contrario, es una señal que debería servir para que más personas quieran invertir en una educación universitaria. Esa señal genera un aumento en la oferta de universitarios, que eventualmente nivelaría la distribución de ingresos.

Lo mismo ocurre cuando algunas carreras son mucho más premiadas por el mercado que otras –por ejemplo, ingeniería de software–. Esos mayores ingresos de los ingenieros de software versus otros profesionales sirven de señal para que más gente quiera acceder a la carrera.

Dudo que esto genere mucha controversia, pero las medidas que se sugieren para combatir la desigualdad muchas veces van en contra de un sistema meritocrático, porque reducen el premio al mérito (a través de impuestos más altos).

Un problema es que ningún sistema meritocrático puede existir eficientemente ni legítimamente cuando el acceso a oportunidades es muy desigual. Por ejemplo, si son muy pocos los que pueden acceder a una educación universitaria de calidad. Pero lo que toca corregir ahí entonces es el acceso a oportunidades, en este caso, a educación de calidad. Si para financiarlo el Estado necesita más recursos, tendrá que identificar cuál es la política tributaria más eficiente para recaudar más. Pero esa bien podría ser muy diferente a una política tributaria cuyo propósito es simplemente reducir la desigualdad.

La desigualdad es como el colesterol, alguna es muy nociva para una sociedad y hay que reducirla, pero hay otra que es una consecuencia saludable de un sistema meritocrático. La política tributaria no permite diferenciar qué tipo de desigualdad atacar y, por lo tanto, puede hacer más daño que bien.