Gobierno tiene pendiente definir miembros del directorio del Banco Central de Reserva. (Foto: GEC)
Gobierno tiene pendiente definir miembros del directorio del Banco Central de Reserva. (Foto: GEC)
Juan José Marthans

No deberá sorprender que, si se mantiene el clima de incertidumbre y desconfianza durante el presente año, la depreciación de nuestro signo monetario supere significativamente el 20% y la trascienda al 5%. Reflexionemos sobre estos acontecimientos de especial importancia.

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Primero, es cierto que parte del componente inflacionario vigente tiene un origen internacional, pero su naturaleza transitoria aún está en discusión. En el frente estadounidense, por ejemplo, los fuertes desbalances entre la cadena logística y la apertura de su economía han desembocado en una inflación temporal por costos. Sin embargo, la abundancia de liquidez generada para enfrentar el impacto recesivo del COVID-19 podría despertar pronto la aceleración en la velocidad de circulación del dinero y darle un cariz más permanente y delicado. Algo similar ocurre en otras economías avanzadas y emergentes. El Perú debe estar alerta.

Segundo, en un escenario como el peruano, donde en ciertos sectores el componente importado supera el 50% en la estructura de costos, un alza en el precio del petróleo del 40%, de 55% en el GLP, de más del 18% en el trigo, de 28% en el maíz y más del 50% en el aceite de soya tienen un impacto innegable en parte de la aceleración de nuestra inflación.

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Tercero, para ser honestos, la creciente inflación en el Perú también se explica por el alza del tipo de cambio asociada a la crisis política. Hoy la inflación anualizada de casi el 5% resulta el doble al 2,5% promedio de los últimos años. A grandes rasgos, podríamos estimar que la mitad del incremento de la inflación estaría explicada por la volatilidad y baja predictibilidad que ofrece nuestro mercado cambiario.

Cuarto, usualmente se presenta en el Perú una relación inversa entre el precio del cobre y la evolución del tipo de cambio. Un alza del primero contribuye a una baja del segundo. Hoy esa relación se ha roto por efecto de la salida de capitales. De no parar el tremendo ruido político en el país, es posible que el drenaje al exterior de capitales bordee los US$20 mil millones este año. Insistir con demandar una mayor participación del Banco Central de Reserva (BCR) en estas circunstancias solo generaría el debilitamiento inútil de la posición de cambio y las reservas internacionales netas (RIN) del ente emisor.

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Quinto, intentar cortar esta salida de capitales mediante controles o limitaciones al mercado sería lo peor que nos podría ocurrir. Ello nos conduciría al deterioro irreversible de nuestro desempeño y credibilidad. En contraste, dar un giro sustancial a favor del impulso de la inversión privada, la estabilidad jurídica, la subsidiariedad del Estado y el fomento a una mayor competencia nos conducirían al retorno de la predictibilidad y estabilidad de la que nunca nos debimos alejar.

Sexto, si fallamos en definir el directorio del BCR, las cosas se complicarían en extremo. Revertir la oleada inflacionaria y cambiaria vigente demandará que sus miembros no estén vinculados a grupos de interés, sean honestos, muestren un alto conocimiento en banca y política monetaria y garanticen independencia.

En conclusión, la escalada inflacionaria en el Perú no necesariamente es temporal, dado el ruido internacional; tampoco tiene un origen exclusivamente externo, dado que se alimenta por la creciente salida de capitales y su rebote en el frente cambiario. Hasta hoy, nada está dicho. Esperemos que la sensatez y la inteligencia eviten que nos lleven al despeñadero. Hoy, más que nunca, un directorio en el BCR de elevada calidad, autonomía y fuerza, es urgente.

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