Oswaldo Molina

La economía peruana ha venido sufriendo, uno tras otro, diversos embates negativos. No sé si ustedes, queridos lectores, tienen la misma sensación, pero pareciese que estos golpes no han parado desde la pandemia.

La caída de 0,45% de nuestra economía durante la primera mitad del año y las recientes actualizaciones a la baja de las proyecciones para este 2023 del Banco Central son solo nuevos reflejos de esta situación. Y es que el ente monetario esperaba hacia junio que nuestra economía crezca 2,2%, mientras que ahora solo proyecta un crecimiento de 0,9%. Lo peor es que, con la aproximación del fenómeno de El Niño y sus potenciales consecuencias, es difícil ser muy optimista. Sin embargo, estas cifras no necesariamente logran capturar con precisión lo que viene ocurriendo en regiones.

Una primera pregunta que cabría hacerse es qué tan extendida es la desaceleración económica en las regiones. Según el último informe publicado por el INEI, en el segundo trimestre del 2023, 13 regiones del país registraron caídas en su actividad económica. Puno, por ejemplo, es la región que ha tenido el peor desempeño: presenta una contracción de su actividad económica en dicho trimestre de 13,4%, que puede explicarse por la disminución de la actividad minera, la caída del sector agrícola por la sequía y anomalías climáticas, y los rezagos de los efectos negativos de las protestas. No en vano es precisamente la ciudad de Puno donde ha habido la mayor disminución de la población económicamente activa (PEA) ocupada (-11,1%) durante el segundo trimestre de este año. Otro punto importante, es que de las 13 regiones donde se desaceleró su economía, 12 registraron una disminución mayor que el promedio nacional (-0,5%), ocho regiones tuvieron una contracción mayor a 2%, y cuatro regiones presentaron incluso una caída superior a 4%.

El único lado positivo es que algunas regiones han logrado revertir un primer trimestre con crecimiento negativo y han mejorado en este segundo trimestre. De hecho, en el primer trimestre del año eran 17 las regiones con tasas de crecimiento negativas. Regiones como Amazonas, Arequipa y Cusco son regiones que, por ejemplo, lograron darle vuelta al resultado adverso del primer trimestre.

Sin embargo, revisar únicamente el comportamiento del último trimestre no nos permite tampoco analizar cuán intensa es la contracción económica en ciertas regiones, en las que se vienen acumulando tasas negativas de crecimiento durante varios trimestres.

Para darnos una idea de la gravedad de esta situación, en 11 regiones se ha registrado una caída de la actividad económica en al menos los dos últimos trimestres (es decir, en todo lo que va del año, de acuerdo con la información disponible), en cinco regiones se tiene una contracción del PBI en al menos los últimos tres trimestres consecutivos (desde el último trimestre del año pasado) y en tres regiones son testigos de cómo su PBI viene reduciéndose al menos durante los últimos cuatro trimestres consecutivos o, para ponerlo en otras palabras, su economía regional viene cayendo durante todo un año. El caso extremo es Huancavelica, que viene cayendo casi dos años: su PBI trimestral presenta una tasa negativa desde el cuarto trimestre del 2021, es decir, ¡hace siete trimestres seguidos!

Retomar el crecimiento requiere indudablemente estabilidad e inversión. Impulsar el crecimiento en el interior del país también demanda promover ciertos sectores claves como la minería y el turismo. Para comprender mejor a qué me refiero con esto último, según estimaciones del IPE, la economía arequipeña, por ejemplo, hubiese crecido 19% más en el 2022 si se hubiesen ejecutado los proyectos mineros paralizados, y la economía peruana en su conjunto podría crecer hasta 3% al 2024 si se logra recuperar la llegada de turistas a niveles prepandemia.

Para entender cuán relevante es cambiar esta dinámica regional negativa, basta recordar que, a la par de esta caída de la actividad económica que vienen experimentando ciertas regiones, es de esperar, por supuesto, un creciente deterioro de los indicadores de pobreza y bienestar.

Detrás de estas cifras y tasas de crecimiento en rojo, se encuentran entonces familias cuyas oportunidades se vienen también reduciendo. Poner rostros al reto que enfrentamos en regiones nos ayuda a entender su nivel de urgencia.

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