En 1958 la historia protagonizada por dos vikingos (Kirk Douglas, Tony Curtis) que peleaban por el amor de una princesa (Janet Leigh) conquistó Hollywood.
En 1958 la historia protagonizada por dos vikingos (Kirk Douglas, Tony Curtis) que peleaban por el amor de una princesa (Janet Leigh) conquistó Hollywood.

Por Hernán Migoya

¿De veras los piratas escandinavos brincaban sobre los remos de sus naves para celebrar sus incursiones de saqueo, tal como hacía un atlético Kirk Douglas en Los vikingos? ¿Se enfrentaron alguna vez los belicosos nórdicos a caníbales como los retratados en El guerrero N.º 13? ¿Era acaso el rey Ragnar Lodbrok un musculoso fisicoculturista que invitaba a sus esclavos a unirse en alegres tríos con su esposa, como ilustra la serie Vikings?

Si la propia mitología siempre se alimenta de realidad y leyenda, ¿cómo no va a contribuir Hollywood y la tradición ficcional de Occidente a distorsionar todavía más lo poco que sabemos de la civilización vikinga?

                          —¿Ficción o realidad?—
La era vikinga abarca del siglo VIII al XI d. C. y engloba los pueblos escandinavos paganos, nunca unificados y establecidos en las actuales Suecia, Noruega y Dinamarca, aunque más tarde también ocuparían otros territorios colindantes. De hecho, la denominación vikingo no define ninguna casta ni nación, sino un estado temporal de sus habitantes, quienes de agricultores, pescadores o comerciantes podían pasar a ser marineros exploradores por unos días, en acciones de asalto y pillaje de costas ajenas.

Las hachas y los barcos de guerra (o drakkars) con sus mascarones de proa en forma de dragones o serpientes marinas son elementos reales de la cultura vikinga; no así los cuernos en sus cascos, añadidos por la iconografía cristiana por aquello de demonizar a sus portadores: dicen que a finales del XIX se popularizó ese estereotipo gracias al ciclo de óperas El anillo del nibelungo, de Richard Wagner. Eso sí, las tachuelas en los escudos responden a un accesorio históricamente fidedigno.

Los vikingos eran más limpios y repeinados de lo que se les quiere reconocer y se pintaban con un maquillaje de carbón vegetal similar al kohl africano. Además, eran esclavistas y se ufanaban de realizar piras funerarias sobre el mar con acompañamiento de runas que cantaban las hazañas del difunto.

Lo que no hacían era beber sangre de los cráneos enemigos. Qué decepción para Hollywood.

                     —Agobiados por los impuestos—
Los vikingos inventaron el strandhögg, ataque relámpago con que asolaban otros pueblos europeos, y podían matar a mujeres y niños para que la mala reputación les ayudara a deponer toda futura resistencia; pero no siempre la sed saqueadora motivaba sus expediciones, sino que en ocasiones los movía la mera necesidad de supervivencia: en sus regiones los impuestos eran muy altos y las temperaturas muy bajas, pésimas condiciones para favorecer actividades agrícolas ni ganaderas.

En todo caso, la mitología escandinava responde a una evidente épica marcial, desde Odín a las valquirias, y para ascender al Valhalla era requisito el coraje en la batalla. También se recogen leyendas de mujeres guerreras, aunque no está probado que empuñaran las armas asiduamente. En todo caso, la mujer podía detentar autoridad administrativa y fuerza de decisión individual. Y si el esposo no era hábil en la cama, tenía derecho a abandonarlo y exigir una compensación material.

                           —500 años antes que Colón—
En sus cada vez más osadas salidas predatorias, los vikingos conquistaron una parte de la actual Inglaterra, arribaron hasta España e incluso llegaron a asaltar París, devolviéndola al nieto de Carlomagno a cambio de un tributo. Con el tiempo y una implacable audacia por toda bandera, extendieron sus asentamientos hacia el oeste, hasta desembarcar en Islandia. Pero pronto la poblaron en exceso y se vieron obligados a buscar nuevas tierras. A fines del siglo X, el célebre Erik el Rojo pisó Groenlandia por vez primera.

Su hijo Leif Erikson partió más tarde con una treintena de voluntarios y alcanzó la isla de Terranova. En su afán explorador, hacia el año 1.000 descubrió una tierra de vides que bautizó como Vinland, en la actual Canadá, y trató de colonizarla. Pero la beligerancia de los pueblos nativos terminó por expulsarlos de ese ‘nuevo mundo’.

En el siglo XI, muchas colonias nórdicas aceptaron la cristiandad, lo cual puso fin poco a poco al modo de vida vikingo.

                             —Tuerto como Odín—
Con 40 años y a través de su compañía Bryna Productions, Kirk Douglas ya era una de las primeras estrellas de Hollywood que producía sus propias películas. Decidido a cumplir su sueño de dar vida a uno de ellos, financió hace seis décadas Los vikingos —se estrenó el 28 de junio de 1958—, dirigida por Richard Fleischer: se trata de un colorido filme a la antigua, adulto de fondo pero no de forma y con un probable influjo estético de El príncipe valiente, la tira de cómic creada en 1937 por Hal Foster. Lejos estaba todavía de irrumpir en el cine espectáculo la gravitas, el tempo zen o el naturalismo de los crepusculares sesenta y setenta: así, Douglas luce un afeitado digno de comercial y disfruta con exhibicionismo circense en la piel del villano, ese príncipe tuerto reminiscente del propio Odín que raptará sin escrúpulos a la princesa angla Morgana, encarnada por una deslumbrante Janet Leigh. Secundando al rubio antihéroe, el bello Tony Curtis ejerce de hermanastro bueno, y el gran actor de carácter Ernest Borgnine interpreta al padre de ambos, ¡pese a ser un mes y medio más joven que Douglas! Así era (es) Hollywood.

Aunque adolece de ciertos deslices visuales que hoy no se considerarían menores (las lanzas de los combatientes doblándose y mostrando inoportunamente su contextura de goma), Los vikingos ofrece un entretenimiento todavía euforizante con alguna particularidad verista, como su rodaje en los fiordos noruegos o ese festivo paseo sobre los remos, reflejo del pasatiempo favorito del rey Olaf I. Douglas, al enterarse del dato histórico, insistió en que se incluyera en el rodaje y soportó el frío de las aguas con estoicismo escandinavo.

"Vikings" es la serie coproducida entre Canadá e Irlanda para History Channel.
"Vikings" es la serie coproducida entre Canadá e Irlanda para History Channel.

                         —Versiones dibujadas—
En las siguientes décadas, los cómics y dibujos animados tomaron el relevo a la hora de perpetuar los tópicos sobre el ‘feroz’ universo vikingo: la coproducción austro-germano-nipona Vickie el vikingo (1974) se convirtió en todo un referente para los niños. Basada en un libro infantil sueco de los sesenta, esta serie de TV planteaba las aventuras de Vickie, un muchacho que opone su astucia como recurso más útil ante la fuerza bruta de la que hacen gala los demás pobladores de Flake, su aldea natal. Los 78 episodios inciden en mostrar a los vikingos en clave jocosa, como bárbaros primarios y poco amigos de la reflexión.

Un año antes, en 1973, el neoyorquino Dik Browne ya había creado la tira Hägar The Horrible (conocida en Hispanoamérica como Olafo el vikingo, el amargado o el terrible). Al igual que el padre de Vickie, Hägar es pelirrojo y grandullón, fiero por fuera pero tierno por dentro, y la fuente principal de su comicidad procede de sus hábitos ‘cavernícolas’, como bañarse solamente una vez cada 12 meses.

También la historieta de aventuras más popular en la España del siglo XX jugó la carta del exotismo vikingo: el creador de El capitán Trueno, Víctor Mora, hizo que la prometida de su héroe sea la valiente Sigrid, princesa de Thule (Islandia), quien además de personificar nobles atributos morales, resulta ser la ahijada del pirata Ragnar Loghbroth..., nada menos que un tocayo del protagonista de la serie Vikings.

                                  —Un célebre saqueador—
Irónicamente, el checo Vladimir Kulich fue el actor que mayor credibilidad nórdica aportaba al elenco de El guerrero N.º 13 (1999), la fallida pero emocionante epopeya medieval de John McTiernan (Duro de matar), protagonizada por Antonio Banderas. Tomando como base un enfrentamiento ficticio entre vikingos y una remota tribu de antropófagos, esta recreación apasionante y poco fiable de la épica escandinava, según la novela de Michael Crichton, asimismo inspirada en el poema anglosajón Beowulf, se encuentra ya más cerca de John Milius que de Richard Fleischer.

Y de nuevo la presencia de Kulich regala verismo durante los primeros capítulos de Vikings, la serie que desde 2013 narra con generosas licencias la vida del rey Ragnar Lodbrok. Vikings combina detalles fidedignos (el asalto al monasterio de Lindisfarne en 793 como inicio de la era vikinga; los saqueos en hora de misa para sorprender indefensas a las presas cristianas) con otros delirantes (Ragnar no era un anónimo granjero, sino hijo del monarca previo y gobernador de facto desde los 15 años, o lo insólito de que una iglesia cristiana crucifique). Pero lo peor es su tufo a folletín envuelto en la coartada del drama histórico: diálogos y reacciones de culebrón sobreactuado se combinan con un filtro moral que parece fabricado para un hipotético público inclinado a ofenderse fácilmente al ser incapaz de recordar o aceptar los códigos morales de otros tiempos.

Todo ello es lógico si pensamos que detrás de Vikings se halla Michael Hirst, célebre saqueador británico de varios períodos históricos con los que alumbrar dramones fantasiosos, como su díptico sobre la reina Elizabeth a mayor gloria de Cate Blanchett —que el director indio Shekhar Kapur hizo brillar por encima de lo previsible— o las amenas y tramposas series Los Tudor y Camelot.

Mejor acudir al Vikingos ruso, el brioso largometraje del 2016 realizado por Andrey Kravchuk sobre Vladimir de Nóvgorod, o a El último rey, del mismo año y del veterano Nils Gaup, sobre una interesante crisis monárquica del siglo XIII noruego. O, mejor aun, a la propia parodia de Vikings que emite Netflix: la también noruega Norsemen, donde a través de un humor a lo Monty Python (la guerrera que confiesa candorosa haber participado en muchas violaciones a monjes: “Eso es lo que se hace en los pillajes”) plasma el horror que la serie ‘seria’ no se atreve a mostrar.

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