Aunque Ciro Alegría Varona (1960-2020) –hijo del importante narrador indigenista Ciro Alegría Bazán– conoció poco a su padre porque este murió cuando aquel era todavía un niño, heredó su sensibilidad intelectual, estética y social, así como su elegancia y caballerosidad. Estudió filosofía en la Universidad Católica del Perú, a fines de los años 70 y comienzos de los 80, tiempos nada propicios en nuestro país para dedicarse a una reflexión que rinde frutos al largo plazo y exige dosis de serenidad y paciencia que eran casi imposibles de encontrar en aquella época.
Quienes entonces estudiábamos filosofía —Ciro era unos pocos años mayor que yo— vivíamos con la necesidad de justificar ante los demás y ante nosotros mismos el dedicar nuestras vidas a preocupaciones tan desinteresadas mientras el Perú se caía a pedazos, prácticamente en todas las áreas, y no se veía una salida realista a nada. Esa era una experiencia diferente de la que ahora tienen los jóvenes. Hoy los chicos son tan globalizados que no separan al Perú del entorno mundial y tienen muchas más opciones y posibilidades de las que nosotros teníamos. Vivíamos como si el Perú fuera un frágil bote, con destino incierto, en un mar embravecido. En aquellos días solíamos cuestionarnos si el Perú era un país viable, ahora nos preguntamos si el mundo es un planeta viable. Aun así manteníamos la esperanza.
La música y el teatro
En medio del descalabro nacional, Ciro estudiaba filosofía y aprendía a tocar violín, con una serenidad que muchos admirábamos. Escribió su tesis de bachillerato sobre la música en San Agustín y partió a Alemania para doctorarse. Volvió al Perú en 1994, precisamente cuando yo acabada de regresar de Londres. Recuerdo que compartimos observaciones sobre lo difícil, aunque imprescindible, que es hacer vida intelectual en una sociedad atravesada por problemas de urgencia inmediata. Teníamos, sin embargo, la sensación de que el Perú y la humanidad han superado peores obstáculos y que la vida del espíritu no solo ha sobrevivido sino se ha desplegado de nuevas formas.
Ciro se dedicó a la enseñanza y la investigación en la Universidad Católica, manteniendo varios registros. Nunca dejó su interés por el violín y la literatura. Era frecuente escucharlo ensayar en la sala de música de la PUCP y en varias ocasiones participó en recitales de cámara. También hizo una traducción del Edipo Rey de Sófocles, que fue puesta en escena, dirigida por Jorge Castro y teniendo a la querida Sofía Rocha como Yocasta.
La realidad en perspectiva
No se alejó Ciro de la especulación del idealismo alemán, pero también se comprometió frontalmente con la realidad. Fue asesor sobre temas de seguridad nacional en entidades del Estado y colaboró cercanamente con la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, en un proceso de autoexamen de la sociedad peruana que ha sido fundamental para nuestro autoconocimiento y para continuar sanando las heridas que en nuestro país llevan siglos, pero que se reabrieron dolorosamente en la guerra interna que el Perú tuvo que enfrentar contra el genocidio liderado por Sendero Luminoso y el MRTA, en los años 80 y 90.
En medio de duras crisis nacionales y varias locales, Ciro mantenía la tranquilidad, el humor y la sonrisa. No faltaría quien pensara que él tenía la habilidad de desconectarse de lo inmediato para meditar a varios metros sobre el piso. Pero no se trataba de eso, es más bien que Ciro veía en perspectiva.
Le interesaba el presente, aunque moderadamente, prefería verlo dentro del contexto. Como polemista era franco y directo, pero siempre amable. Publicó importantes artículos y libros, ganó premios de ensayo y fue decano de una importante facultad. Últimamente concentraba sus investigaciones en temas de ética, justicia y reciprocidad. Siendo polifacético tenía sentido de las proporciones y, precisamente porque era un hombre profundo, no se dejaba llevar por la inmodestia.
Esta semana nos dejó Ciro, como consecuencia de un infortunado accidente doméstico. Es inevitable sentir que varios proyectos quedaron truncos. Pero será preferible recordar los proyectos que sí se lograron. También es bueno recordarlo con esa sonrisa amable que lo acompañaba siempre.