Desde que en 1826 el francés Joseph Nicéphore Niépce colocó una cámara portátil en la ventana de su finca y capturó, tras seis horas de exposición, el panorama de techos que tenía a la vista, el paisaje ha sido el género primigenio de la fotografía; la posibilidad de dar a conocer y compartir la experiencia de un territorio. Un mundo que en siglos anteriores solo podía representarse en grabados.
Los paisajes que Billy Hare reúne en “Territorios”, muestra inaugurada recientemente en la galería del Centro Cultural Inca Garcilaso (Jr. Ucayali 391, Lima), cautivan, desde el primer vistazo, por su silenciosa belleza: el barrido de las alas de las aves cruzando un mar de sargazos, el efecto casi pictórico del desierto de Huarmey, cañaverales que en el encuadre del fotógrafo alcanzan la categoría de abstracción plástica. Al acercarnos, vamos advirtiendo los detalles: el sutil arco iris que parece añadido con pincel a la imagen; la clave geométrica en la disposición de las frazadas que un grupo de mujeres pone a secar al sol; el paisaje cordillerano que se refleja en el discreto espejo de agua. “El paisaje es una construcción intelectual, porque la realidad es un continuo. La fotografía es un fragmento de algo inabarcable. Por eso prefiero pensar en el paisaje como una experiencia emocional: la posibilidad de encontrarte en un lugar donde sucede algo que no habías previsto”, afirma el artista. El origen de estas imágenes, explica, parte de situaciones que lo sorprendieron en su trabajo como documentalista.
Una experiencia que puede suceder cualquier día, tras levantarse muy temprano para acompañar al equipo de filmación, sin imaginar que pronto se encontraría con la maravilla. “Podría decir que, en este proyecto, yo no he tomado fotos. Es el lugar el que me ha tomado a mí. Esos sitios son casi como un regalo. Y yo quería compartirlo”, afirma.
—Paisajes casi pintados—
Resulta coherente que un pintor como Ricardo Wiesse escriba para Hare el texto de entrada a su exposición: “Alejado de convulsiones urbanas, Hare privilegia la contemplación de la naturaleza desnuda. Explora los aires, texturas y panoramas que son pasado puro, intacto desde el origen de los Andes. Sus obras celebran la luz, el espectáculo visual particular de un territorio vasto, multifacético, desdoblado, sensible, mágicamente, como las caras infinitas del tiempo”.
En la propuesta de Hare no existe la ingenuidad turística que busca representar lugares. El artista le permite al espectador sus propias pesquisas: buscar la presencia humana (siempre existente, aunque mínima), o encontrar el detalle que representa el todo.
En efecto, esta muestra presenta un trabajo muy distinto al que el espectador que conoce la obra del fundamental fotógrafo podría esperar. Él no lo considera una continuidad de su trabajo, pero sí una interesante bifurcación de temas que siempre le han interesado: la síntesis formal y la diversidad del paisaje del desierto peruano y la Amazonía; la repetición de patrones, el tejido como ancestral vínculo.