El problema del mal ha sido uno de los huesos más duros de roer para la filosofía occidental. En efecto, no ha sido fácil explicar la existencia de los desastres naturales; las enfermedades y demás flagelos (pestes, hambrunas, miseria, etc.); la crueldad humana y el correlato de todo ello: el sufrimiento aparentemente inacabable de los seres vivos.
Cómo explicar tantos estragos si se supone —en el antiguo pensamiento griego— que el universo es un cosmos en el que reina el orden, la belleza y la armonía, según acredita la etimología de la palabra kósmos, que, no por casualidad, originalmente se opone a cháos (‘caos’), que remite en la mitología helénica al desorden amorfo y tenebroso que antecedió al surgimiento del cosmos. El problema se torna aun más perturbador cuando se presume —como ocurre en el cristianismo— la existencia de un Dios absolutamente bueno, amoroso y perfecto que crea todo lo que existe y, en particular, al hombre “a su imagen y semejanza”. La pregunta cae, entonces, de madura: ¿por qué existe el mal?
II
Los filósofos griegos, puntualmente Sócrates y Platón, “resolvieron” el problema disolviéndolo. Célebre es su argumentación: el mal no sería otra cosa que el resultado de un error en la percepción de lo que es bueno. De acuerdo a esta teoría, el hombre siempre persigue el bien, pero se equivoca, y, por desconocimiento o ignorancia, elige lo que es dañino para él y/o para sus semejantes. El mal es, entonces, involuntario. Como sostiene Sócrates en el diálogo platónico titulado Gorgias, “nadie obra mal voluntariamente” sino por una defectuosa percepción de lo que es bueno. La conclusión es categórica: el hombre que conoce lo que es bueno actúa siempre y necesariamente bien. Esta explicación tendría una gran influencia en la filosofía posterior a Sócrates y Platón. De hecho, Aristóteles también afirma en su Ética a Nicómaco que “toda acción y libre elección parecen tender a algún bien”, por lo cual puede decirse que “el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden”. El Estagirita considera el vicio un grave menoscabo de la virtud, sea por exceso o por defecto. Pero es la virtud (el bien moral) la que tiene verdadera entidad. El vicio existe, nuevamente, por default.
III
Sería el cristianismo, particularmente a través de Agustín de Hipona, el que reforzaría el argumento clásico dándole una ingeniosa vuelta de tuerca. En efecto, como señala el obispo africano en sus Confesiones, “el mal no es más que privación del bien hasta llegar a la misma nada”. Es decir, el mal no existe por sí mismo sino únicamente en la medida en que el bien está ausente. Ello ocurre cuando, en virtud de su libre albedrío, el ser humano no actúa conforme a los mandamientos divinos. En cuanto a las catástrofes naturales y demás calamidades, estas constituyen enigmáticos medios a través de los cuales la divina Providencia realiza sus inescrutables pero siempre misericordiosos designios. Después de todo, para el creyente, Dios sabe lo que hace y por qué lo hace, y no hay evidencia que valga para sostener lo contrario. Mientras tanto, el mundo sigue ardiendo. [Continuará]