Entre la neblina y los cerros grises de Carabayllo, como un pálido oasis de concreto en el desierto, aparece una torre imponente con techo de cúpula: es el reactor del Centro Nuclear Óscar Miró Quesada de la Guerra (Racso) en Huarangal, una construcción a 42 kilómetros de Lima que recibió el nombre de Racso como homenaje al precursor del periodismo científico en el Perú.
Pero ¿cuánto conocemos de este centro nuclear peruano? Si bien la cultura popular ha construido en el imaginario colectivo una idea de desastre apocalíptico cuando se habla de energía nuclear y de inmediato vienen a la mente imágenes de explosiones como las de Chernóbil o Fukushima, o el hongo de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, estos lamentables sucesos de la historia están muy lejos de asemejarse a los usos reales de un centro nuclear como el peruano. Desafortunadamente para los amantes del cómic, exponerse a la radiación no convertirá a nadie en superhéroe. Al contrario, una alta dosis sin protección generaría daños en los tejidos de la piel, mataría las células y destruiría los órganos blandos. En algún momento, a inicios del siglo XX, estuvo de moda recibir, como parte de un tratamiento estético, rayos X directos a la piel, una especie de bronceado de la época que fue el causante de tumoraciones y casos de cáncer.
Sin embargo, esto es poco probable —por no decir imposible— en el centro nuclear de Huarangal, primero por las medidas de seguridad y, después, debido a la potencia del reactor que es utilizado con fines pacíficos y, sobre todo, médicos.
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