Esta semana estuvo en Trujillo, donde recibió el primer premio del Encuentro Nacional de Artes Visuales, lo que lo llena de satisfacción, pues se trata de un lugar con historia en nuestro arte contemporáneo. Fue ahí donde, en 1987, se realizó la recordada bienal que trajo de vuelta al Perú a Jorge Eduardo Eielson. Pero esa es otra historia. La de Miguel Aguirre está marcada por una obra que en los últimos tiempos interpela nuestra memoria colectiva, a partir de piezas que regresan a los turbulentos ochenta: la década de la crisis, pero también el tiempo en que su generación despertó al mundo.
Entre los ajetreos del retraso del avión y los preparativos de su próxima exposición en Lucía de la Puente —Imaginarios del subdesarrollo, desde el 13 de diciembre—, Aguirre atiende deprisa estas preguntas.
Trujillo es recordado por las bienales de arte. Más allá del premio —meritorio, por supuesto—, ¿por qué crees que este tipo de actividades son importantes, sobre todo, en momentos en que parece que nuestro mercado artístico empieza a ser mucho más dinámico?
No creo que el mercado artístico local esté atravesando un buen momento. Es más, todo indica que está casi paralizado desde inicios del 2016. Las elecciones presidenciales provocaron una gran incertidumbre y el primer año y pico de presidencia de PPK tampoco ha otorgado demasiada confianza. Al margen de esto, valoro que un Encuentro Nacional de Artes Visuales se realice en Trujillo. No solo por la identificación de la ciudad con aquellas memorables bienales, sino para mostrar que no todo pasa exclusivamente en Lima. Que eventos de esta magnitud ocurran fuera de la capital es de agradecer. Ojalá sucediera lo mismo en Cusco o Arequipa.
La obra con la que has ganado este concurso nos remite a los ochenta, una década en la que estás concentrado hoy en día. ¿Cuánto te marcó en lo personal?
Definitivamente, mi proyecto “Media cajetilla de cigarrillos y una de fósforos”, en el que estoy inmerso desde hace dos años, está marcado por los recuerdos de mi adolescencia. Una versión corregida y aumentada la exhibiré a mediados de febrero en la sala de exposiciones temporales del Mucen (sala del Banco Central de Reserva). Admito que fui un privilegiado, un chico de clase media, pero que, como todos en el Perú, se vio obligado a hacer largas colas para conseguir pan, leche Enci o kerosene (ya que en casa de mis padres, con los apagones, se usaba una pequeña cocina que empleaba este combustible). Casi no salía de casa y no tenía amigos en el barrio. Política, social y económicamente estábamos en la ruina, y yo me refugiaba viendo la televisión o escuchando radio. Ya no veo tele pero sigo escuchando radio casi todo el día, y soy fan de la música de entonces.
En la obra solo se ve el fragmento de una cola, no sabemos dónde nace ni adónde nos lleva. ¿Por qué esta indefinición?
Digamos que ese fragmento viene a ser la esencia del concepto “cola”. El no saber de dónde viene me permite dar con el título: “Imaginario del subdesarrollo. Cola para comprar pan… o leche… o arroz… o kerosene”. Así, cada espectador mayor de 35 años recordará con afecto este hecho. La cola que más recuerdo yo era la del pan para tomar lonche en la casa de mi abuelo.
En tu propuesta visual la fotografía también juega un papel importante. ¿Cómo ves hoy la proliferación de dispositivos digitales que ha hecho a los críticos hablar de posfotografía?
Me parece riquísimo, desde mi perspectiva de consumidor de imágenes. Hoy todo el que cuenta con un smartphone es fotógrafo o videasta. Lo que hace que yo me interese por determinadas imágenes y videos, que se suben cada segundo a las redes sociales, es si estos poseen una visión original y propia. Clichés hay millones, pero, de vez en cuando, te topas con joyas que han sido realizadas por personas que no se asumen artistas. Esa combinación de falta de pretensiones y talento me cautiva.
¿Cuánto ha influido tu experiencia europea en los trabajos que has realizado en los últimos tiempos?
Viví en Barcelona 12 años y, posteriormente, tres en Altafulla, un pueblo cerca de Tarragona, en Cataluña. Quince años en los que he estado viendo decenas de exposiciones de arte contemporáneo (sobre todo, europeo y de fuerte raigambre conceptual) y visitando museos y bienales. Todo esto ha marcado mi producción artística. Yo creo que esa combinación entre concepto claro (memoria, historia y política) y técnica elaborada (pintura, tejido, objeto) resume ahora mi obra.
Al respecto, quería terminar pidiéndote una opinión sobre la crisis de Cataluña. Se vienen otra vez elecciones…
Tengo gran preocupación. Social y culturalmente hay un sentimiento de rechazo a todo lo que signifique español (por parte de los catalanes) y a Cataluña (por parte de los españoles). Sé que a muchos amigos y conocidos les va a sentar mal pero, para mí, la solución pasa por un referéndum pactado entre el Govern català y el Gobierno central en Madrid. Y que gane cualquiera de las dos opciones pero sin recurrir ni al miedo ni a la quimera de paraíso. Es la única salida. Lo demás será un eterno déjà vu. Estoy convencido de que las elecciones del 21 de diciembre replicarán la conformación del último congreso catalán.