¿Cuál es la percepción que se tiene del quechua en Estados Unidos? ¿Su estudio se reduce a la Academia o va más allá?
El Perú siempre ha sido un destino para los académicos, arqueólogos, antropólogos estadounidenses, desde las expediciones de Max Uhle o de Hiram Bingham, por eso el quechua es oficialmente enseñado desde los años 60 en Estados Unidos. Tradicionalmente, ha sido una herramienta en este contexto. Pero en los últimos años esto ha cambiado y se ha comprendido la complejidad de su dimensión. Por ejemplo, cuando uno estudia francés no solo está pensando en cómo traducir la palabra ‘casa’, sino sabe que con este idioma también accede a la cultura, a la literatura, a la música francesas. Esa dimensión se le está reconociendo recién en los últimos veinte o diez años al quechua y otras lenguas indígenas. Muchos estudiantes estudian ahora quechua para saber más de estudios medioambientales, de plantas originarias, sobre animales. Ya no solo dicen “vamos a estudiar la zona andina”, sino ahora dicen “vamos a aprender de la zona andina”. Este ha sido un cambio muy positivo.
¿En ese aspecto ofrecen cursos de quechua vinculados con la cultura andina?
Sí, en la Universidad de Pensilvania tenemos un programa de Quechua y Cultura andina. Es una plataforma internacional para la lengua. Por eso, organizamos conferencias, seminarios de investigación y hemos invitado a escritores, académicos, cantantes para que los estudiantes de aquí y de otras universidades conozcan su trabajo. Otra cosa importante es que tenemos que generar referentes en quechua. Mucha gente cuando estudia inglés lo primero que hace es ver películas o escuchar música en este idioma y tiene miles de opciones en Netflix o YouTube. Con el quechua necesitamos afianzar esos referentes. Hace dos años, invitamos a la universidad a Liberato Kani, un joven que hace hip hop en quechua y mucha gente lo conoció por primera vez. Más de doscientas personas vinieron a su concierto y no solo cantó, sino también tuvo un espacio para reflexionar sobre lo que significa usar una lengua que estereotípicamente se asocia con el pasado…
O con la pobreza y la exclusión, lo que ha hecho que muchos hablantes oculten o abandonen el uso del quechua.
Al mismo tiempo, invitamos a Pablo Landeo, Premio Nacional de Literatura en 2018, quien ha escrito una novela en quechua y al que mucha gente, ni siquiera la que está vinculada a mi especialidad, conoce. Y eso tiene que ver con lo que acaba de mencionar. Creo este tema debe ser parte de debate nacional, hay que recordar que al menos uno de cada diez peruanos y peruanas habla alguna de las variedades del quechua. Pero todavía mucha gente asume que es una lengua que no se habla. Ahora, los hijos, nietos de migrantes, quienes viven en grandes ciudades como Lima, Chimbote, Ica tienen más herramientas para reflexionar sobre su herencia cultural y están más conscientes para reclamar su aprendizaje. Ya no cargan ese peso que probablemente tenían sus padres y abuelos que migraron, en una época dura, de las zonas afectadas por el terrorismo, y tuvieron que cargar con el estigma de hablar quechua. Y si hablamos de generaciones menores de 30 años, ellos son nativos digitales, y pueden utilizar con familiaridad muchas herramientas para garantizar el uso del quechua y su aprendizaje. Hace unos días tuve la oportunidad de dar una charla virtual TED en San Marcos y enfaticé como la tecnología es importante en ese proceso.
¿Si bien hoy en el Perú existen políticas públicas orientadas a la interculturalidad, qué falta desde el Estado para acabar con la discriminación del quechua?
Desde el Estado debe haber todavía un dilema. Por un lado, debe atender la pobreza extrema que padecen muchos de los hablantes de las lenguas originarias, y al mismo tiempo invertir en planes educativos y tecnologías que alguna gente podría ver como una superficialidad. Sin embargo, pienso que ambas cosas van de la mano. Además, hay que entender que ya no estamos cien años atrás, cuando se ofrecían servicios en quechua o en aimara para que la gente aprendiera español, muchos todavía tienen esa visión. Entonces, si la gente es bilingüe les piden que hablen español y no quechua. Deben entender que toda lengua necesita expandirse, sino se atrofia. Siempre me gusta poner como ejemplo la palabra ‘nube’. Hace 20 años solo era lo que estaba en el cielo, pero si ahora yo digo “He dejado el documento en la nube” todos me entienden que es el disco virtual. Eso ocurre porque el español se ha expandido a otro contexto, y para esa debe ser usado para que siga avanzando. Igual debe suceder con el quechua.
Hablaba de referentes y en ese sentido el cine es muy importante, hace poco “Retablo” se subió a la plataforma de Netflix y ha habido otras películas en aimara como “Wiñaypacha” que se convirtió también en un vehículo de visibilización y transmisión de esta lengua.
Sí, el cine es un vehículo importante como ha sido también la radio. Cuando el país estaba menos interconectado que ahora, la radio en quechua fue una herramienta muy útil para las comunidades rurales. Ahora el cine ayuda mucho porque tiene este componente audiovisual y películas como “Retablo” me parecen muy buenas porque está hecha, además, con actores quechuahablantes. Mucha gente que vive en Estados Unidos me ha comentado que ha visto recién la película ahora que está en Netflix.
Cómo sabemos, el quechua tiene variantes, ¿se debe estandarizar o esta riqueza se debe mantener? El lingüista Luis Andrade, por ejemplo, me dijo que apostar por su estandarización sería violento porque cada quechua tiene una historia distinta.
El quechua es una familia lingüística, como decir español, portugués, italiano, nosotros podemos entender algo de cada uno de estos idiomas, pero cada cual tiene su independencia. Veamos el caso de otras familias lingüísticas. El árabe, por ejemplo, que se aprende en Egipto no es el mismo que se aprende en Túnez. Incluso si hablan, entre ellos, egipcios y tunecinos no se entienden; sin embargo, tienen la misma escritura. Igual pasa con las diferentes variantes del chino, el mandarín, el cantonés, todas comparten una escritura común. En el quechua pasa igual, está el ‘chanka’ y ‘collao’, por ejemplo, que se hablan en Ayacucho y Cusco, respectivamente, pero ambos son parte de un grupo más grande que se llama quechua sureño. En ambos quechuas muchas palabras tienen pronunciaciones distintas, pero se podrían escribir igual. Los argentinos, por ejemplo, dicen “plasha”, pero cuando escriben lo hacen como todos en Hispanoamérica y colocan “playa”. Es verdad es un riesgo, al estandarizar se pueden perder variedades, pero también es una oportunidad para mantener el bloque, la supervivencia de la lengua.
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