Ilustración:  Giovanni Tazza.
Ilustración: Giovanni Tazza.
Pedro Cornejo

¿Para qué sirve conocer y recordar nuestro pasado? La respuesta parece obvia: para no tropezar dos veces con la misma piedra. En efecto, la noción de conciencia histórica como uno de los pilares del progreso de la humanidad mantuvo encendido el fuego de la Ilustración hasta la segunda década del siglo XX. A partir de la Primera Guerra Mundial, se hicieron evidentes los límites de un proyecto que desembocó en patologías políticas y económicas que padecemos hasta hoy. ¿Significa eso que la historia no nos ha enseñado nada?

Para saberlo, es preciso determinar si la historia está gobernada por una racionalidad teleológica o si, por el contrario, su derrotero es fruto del azar. Al respecto, la filosofía ofrece soluciones de lo más diversas. En las últimas décadas, sin embargo, ha ganado terreno la idea de que, a diferencia de lo que ocurre en la naturaleza (que constituye el dominio de lo que es constante, repetible y predecible), la esfera de lo humano es el reino de la incertidumbre, lo imprevisto y lo irrepetible.

Como plantea el filósofo español Manuel Cruz en su libro Adiós, historia, adiós. El abandono del pasado en el mundo actual ( 2012 ), la función de la categoría de irrepetibilidad parece de dudoso provecho cuando se piensa en los cientos de miles de millones de seres humanos que han muerto ya. Es válido preguntarse, continúa Cruz, si semejante cantidad de seres irrepetibles no pulverizan la idea misma de irrepetibilidad hasta el punto de convertirla en un sofisma. Por otro lado, está nuestra inclinación a reincidir en los mismos errores, hecho incuestionable que parecemos querer conjurar con un recordatorio tan manido como estéril: “Quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo”. Y nos abocamos al conocimiento de la historia sin, por ello, poder evitar la reiteración de nuestros desatinos. ¿Significa eso que el conocimiento de la historia ha pasado a ser irrelevante?”.

Manuel Cruz contesta categóricamente: “La historia no ha terminado; somos nosotros quienes la hemos abandonado”. De hecho, “si por historia entendemos esa temporalidad intersubjetiva en la que todos estamos inmersos, es obvio que seguimos permaneciendo en ella”. Y es que no podemos hacer tabula rasa de nuestro pasado por la sencilla razón de que este nos constituye en la misma medida en que lo hace el futuro, como proyección de lo que aún no somos. Sucede, más bien, concluye Cruz, “que la historia ya no ilumina nuestro presente”. Es decir, ha dejado de ser un recurso al que acudimos para entenderlo mejor. Y ese abandono nos ha sumido en una inquietante oscuridad.

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