Fármaco ( PRH, 2021 ) es un libro que no se va con rodeos. Su autora, la española Almudena Sánchez ( Mallorca, 1985 ) lo escribió mientras pasaba un duro proceso depresivo, y logró construir un texto honesto, valiente y sensible frente a un tema históricamente ninguneado o, peor aún, romantizado: los problemas de salud mental.
Tras participar en el Hay Festival Arequipa 2021, conversó con El Dominical sobre sus íntimas vivencias.
—¿Qué tanto se había acercado al tema de la salud mental antes de enfrentarte a la depresión? ¿Qué tanto se habla (o no) en España del tema?
Yo partía desde cero. Notaba en mí un estado de tristeza persistente que no era sano, pues ya llevaba algunos meses así, y sentía cada vez más oscuridad en la forma de ver la vida e inmovilidad en el cuerpo. Fue una familiar (mi tía Antonina) quien detectó los síntomas cuando me vio llorar un día. Fue un llanto explosivo y desencajado. Y me dijo: “Almudena, voy a llevarte al médico. Tú no estás bien”.
Yo no tenía ni idea. No quería ser una persona psiquiatrizada. No deseaba que me vieran como alguien débil (como si eso fuera malo: la mayoría somos frágiles). Con el tiempo, he ido entendiendo que mi miedo era producto de un prejuicio y de la desinformación. Nadie está loco, lo que hay son enfermedades mentales. Y se pueden/deben tratar. A mí me ha salvado la vida comprender eso y liberarme, al fin; dejarme ayudar. En España, no se habla apenas de trastornos mentales. Gobierna el desinterés, en general, y estamos rodead@s de camisetas y tazas de desayuno que nos instigan a que seamos felices.
—Ante los primeros episodios depresivos, ¿pensó en algún momento: “Esto no me puede pasar a mí”?
Soy una persona vital y bastante soñadora. Es decir, en principio no me pega sufrir esto, pero no tiene nada que ver. La depresión es una enfermedad biológica y social, puede caerle a cualquiera y lo hace como un rayo pegajoso. Es increíble la persistencia y el ahogo que se siente al padecerla. Yo pensaba en respirar. Me repetía a mí misma que respirar era importante, que comer también y dormir. Se me olvidaban las acciones básicas. El pensamiento, en ese momento, solo señalaba hacia la muerte. Si observaba una ventana, no era para ver la belleza que había detrás: era para tirarme. Si agarraba un cuchillo, no era para cortar una manzana. Si cruzaba la calle, no era para llegar al otro lado. He vivido en un continuo funeral de mí misma.
—En una entrevista, dijo que empezó a escribir la obra en papelitos, sin pensar que podía ser un libro. ¿En qué momento se convirtió en uno?
Fármaco surgió poco a poco. No fue un libro que yo escribiera de manera desenfrenada. Fue un proceso, ¿cómo expresarlo? De lágrima a lágrima. Quizá lo que hice es analizar cada una de esas lágrimas que iban cayendo sobre la mesa, sobre el sofá del psiquiatra y el de mi casa, y los diferentes suelos que iba pisando y convertirlas en literatura. Darles una entidad. Me resultaba atroz lo que me pasaba por el cuerpo. La depresión es una película de terror que nunca acaba. Al principio, empecé escribiendo en un cuaderno de papel. Recuerdo que la textura (la manera de apretar el bolígrafo) era casi imperceptible. Mi escritura era frágil. No podía ni leer lo que iba escribiendo. Con el paso de los meses, fue teniendo más consistencia y escribía textos más largos acerca de mi estado mental.
El hecho de que decidiera escribir sobre la depresión, no es más que una necesidad personal. Una indagación sobre la tristeza. Un fuego (pero de los infernales) ardiendo en mi propia sensibilidad. O como dice Andrew Solomon: “Una grieta en el amor”.
—Por mucho tiempo, se ha asociado o se ha romantizado el hecho de que un escritor o una escritora tenga problemas de salud mental. ¿Cómo ve esa romantización?
La veo peligrosa. Creo que las experiencias fuertes hay que escribirlas, pero idealizar la muerte es una cosa antigua y es durísimo vivir con la muerte como amiga. La muerte es el enemigo. Tuyo, mío, en Budapest, en Madrid y en el desierto del Sahara. Estamos hechos para vivir y desear y temblar. Y llorar también, ¿por qué no? A veces, hay que llorar. En resumidas cuentas, estamos aquí para sentir, y todo aquel que siente le da la espalda a la muerte. Esto es así.
—Pensaba en que los libros de autoayuda alimentan la idea de “el que quiere, puede”, cuando no es tanto así…¿Qué cosas dentro de nuestra cultura crees que banalizan la figura de la depresión, la ansiedad y otros problemas de salud mental?
Bueno, en primer lugar está el lenguaje. No se puede hablar con tanta ligereza de “qué alcohólica soy”, cuando me bebo una cerveza de más. O tampoco se puede banalizar con el suicidio: “sí no tengo vacaciones este año, me suicidio”. Son problemas reales. No se habla así del cáncer, ni del lumbago ni de la artritis de forma parecida. Quizá (y me incluyo en ello) debamos ir aprendiendo sobre el respeto que merecen estos términos. Con esto, entiendo que en muchas situaciones en las que se habla así predomina el humor. Aunque, no sé, ahora mismo a mí me chirrían esas expresiones, las siento cercanas, supongo.
De los libros de autoayuda no tengo mucho que comentar. Son productos llenos de consejos. No los considero del todo “libros”.
—¿Cómo valoraste a tu entorno en tu proceso de sanación y cómo lo valoras ahora, que saliste de ese lugar?
El amor es un impedimento muy grande ante el suicidio. Que te quieran con el corazón en un puño, allí fuera (familiares, amigos, mascotas) es una ayuda de primer nivel. Si alguna vez no crucé las líneas peligrosas (o las crucé insegura, torpemente y mal) fue gracias a que, si yo cerraba los ojos, me aparecían ell@s. Fueron los frenos de mi catástrofe.
Quiero mucho a aquell@s que me ofrecieron una palabra de ánimo. De verdad.
—A raíz de la publicación de este libro, ¿ha cambiado de alguna manera la forma en la que ves la literatura? ¿Y la forma en la que ves la vida?
Como me gustan las piscinas, intento ver la literatura desde diferentes puntos de altura y profundidades. Creo que cada vez salto desde más alto, que el agua va cambiando (como en el cuento de Cheever) y que la madurez me hace querer saber más y adentrarme en los fondos submarinos con menos miedo. Ya no temo tragar cloro. Me atrevo más, en general. He ganado en intensidad. Sigo buceando y buscando la poesía por todas partes.
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