Un hombre largo, enfocado de perfil, aguarda erguido con un sombrero puntiagudo que resalta su delgadez. Aquel retrato hecho a mano por la británica Mary Darly, y publicado el 20 de mayo de 1775 con el nombre de “Corporal perpendicular”, abrió el recorrido de la exposición Comix Creatix: 100 Women Making Comics, montada el año pasado en Londres.
La fecha es elocuente. Contra lo que el discurso hegemónico ha instalado, ya en el siglo XVIII puede encontrarse indicios de una fuerte relación entre la mujer, los lápices y la tinta. La pieza exhibida de Darly no fue un producto accidental. Durante dos décadas, la artista gráfica y su esposo Matthew manejaron una exitosa tienda de caricaturas e impresiones en pleno centro de Londres. Hombres adinerados y poderosos políticos no escaparon de los satíricos trazos de la dupla Darly. Prontamente sus estampillas con dibujos personificados fueron requeridas para ilustrar las cartas de la época. Mary Darly editó un libró en el que explicaba sintéticamente los secretos de su técnica. En el revisionismo histórico reciente se le denomina la “madre de la caricatura”.
El protagonismo siempre costó. Las comparaciones y las sombras de una cultura patriarcal empujaban a las mujeres a posiciones subalternas. Quizá por eso, a principios del siglo XX, la sobria técnica de Anne Harriet Fish se aludía continuamente como un trabajo influido por la obra de Aubrey Beardsley, un renombrado ilustrador de los años victorianos. Sin embargo, ella, que firmaba con el ambiguo Fish para evitar discriminaciones, desconocía el trabajo de Beardsley. Eve, una sátira de las mujeres que vestían a la moda, fue la serie más conocida que dejó Fish.
Durante años, Marie Duval (seudónimo de Isabelle Emilie de Tessier) se situó detrás de su esposo Charles Ross en el reconocimiento público. Su participación en la creación del famoso personaje de tiras cómicas Ally Sloper fue minimizada. Se decía que simplemente colorizaba las creaciones del marido. Recientes investigaciones de la Universidad de Chester subvirtieron esa teoría, precisando que fue Duval quien motorizó e impulsó la popular tira. En esta serie de 1867 puede notarse la capacidad de la artista para imponer una crítica social a través de un modesto trabajador que huía de su arrendatario: uno de los primeros antihéroes mediáticos de la cultura anglosajona.
—Imágenes recientes—
El 2014, el documental de corte polifónico She Makes Comics planteó un recuento de la contribución femenina en la industria de la historieta estadounidense. En ese ejercicio histórico, la directora Marisa Stotter recoge testimonios de mujeres que ocupan distintos roles en el circuito: dibujantes, escritoras, editoras, vendedoras y lectoras.
La película también fue una oportunidad para rendir tributo a Jackie Ormes, considerada la primera historietista afroamericana. Entre 1930 y 1940, creó la tira Torchy Brown, que trata de una adolescente de Mississippi que encontró la fama cantando y bailando en clubes. El viaje que en la trama ella emprende hacia Nueva York se emparenta con los desplazamientos que realizaron muchos afroamericanos hacia el norte en busca de mejores expectativas de vida durante la Gran Migración.
She Makes Comics plantea que no solo hubo una fuerte participación de mujeres en proyectos independientes, sino que también su marca estuvo y está presente en las todopoderosas Marvel y DC. En ese mundo de superhéroes, popularmente ligado a “cosas de hombres”, hubo también mujeres maquinando tramas. Durante su larga carrera de 40 años, Ramona Fradon, una de las protagonistas del filme, dibujó a Aquaman y a la reportera Brenda Starr. Marie Severin, otra de las que testimonia, fue clave en la época dorada de Marvel. Dr. Extraño y Hulk pasaron por sus trazos, y en 1976 creó a la Mujer Araña. Jenette Kahn fue editora y presidenta de DC. En sus años de gestión se lanzaron las novelas gráficas Watchmen y The Dark Knight Returns. Además, promovió el ingreso de personal femenino en la empresa.
Sin embargo, esta inserción creciente en los mercados dominantes no satisfacía del todo a algunas autoras que miraban más allá del cuotismo. Al fin y al cabo, una mayor presencia femenina no aseguraba diversidad en los discursos si la estructura se mantenía. Jackie Estrada, una de las fundadoras del famoso festival Comic-Con (San Diego), dice que “el tipo de cosas que las creadoras querían hacer no era realmente el tipo de cosas del mainstream”. Fue así que muchas dibujantes participaron del movimiento underground del cómic en los sesenta y setenta. Ajenas a las narrativas clásicas, propusieron enfoques personales. “Empezamos a hacer cuerpos desde el punto de vista de la mujer. El potencial del cómic era que podíamos hacer cualquier cosa que decidiéramos”, recuerda Joyce Farmer, una artista de la época.
La reciente publicación Superheroínas, de la periodista española Anabel López, destaca un punto de inflexión en la representación de la mujer en el cómic norteamericano: la implementación en los cincuenta del Comics Code Authority (CCA), un ente que regulaba los contenidos de las historietas. A raíz de la nueva reglamentación, que limitaba los excesos y conductas ‘indebidas’, los personajes femeninos perdieron sus poderes y pasaron a ser acompañantes del protagonista masculino. La Mujer Maravilla, creada en los cuarenta por hombres, pierde terreno en ese momento.
A pesar de que la situación actual ha mutado, la investigadora considera que la progresión es lenta en la industria del entretenimiento estadounidense. “Se sigue creyendo que las mujeres no leen cómics y muchas veces se tiende a masculinizar a las superheroínas para hacerlas más poderosas. Hay mucho por lo que luchar”, dijo en una entrevista a RTVE.
En este recuento vale mencionar La primera fue Lilith, libro de historietas de las italianas Lydia Sansoni y Magda Simola, que se publicó en 1976 con el objetivo de mostrar la lucha de las mujeres en el mito y en la historia. Los trazos con aires reivindicativos empezaban a mostrarse más firmes y claros. Años después, el 2000, la iraní Marjane Satrapi usaría la historieta como medio para graficar sus años de niñez y adolescencia en un régimen fundamentalista. Su novela gráfica Persépolis se convirtió en un suceso mundial.
—Referencias próximas —
En Argentina, un terreno fértil para el arte gráfico, la historia es también larga. Ya en las primeras décadas del siglo XX pueden identificarse algunas firmas en obras humorísticas. Sin embargo, la participación pudo haber sido mayor a la que se conoce. “Es obvio que de ninguna manera iba a reconocerse una autoría de mujer en el imperio de la sátira política, tan en el límite de lo tolerable, en una época en que era inaceptable que una dama trabajara, ¡que pensara!, y ahí estarían haciendo algo peor que opinando: estarían cuestionando”, refiere José María Gutiérrez, jefe del Archivo Nacional de Historieta y Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional Argentina.
Ada Lind, Cecilia Palacio, Idelba Dapueto son algunos nombres destacados de esa primera época. Para Gutiérrez, Patricia Breccia constituye un eslabón necesario para entender los capítulos posteriores de esta historia. Sus trabajos no parecían destinados a cubrir el rincón de la mujer, más bien hacía personajes naturales, poco humorísticos. Inmediatamente después vendría el boom mediático de Maitena.
A mediados de los ochenta, Maitena Burundarena era vista aun como una disidente. Su larga cabellera rubia resaltaba en una redacción poblada de varones. El lenguaje frontal y agresivo del humor gráfico parecía excluir a las mujeres de esos menesteres. Se requerían cualidades ajenas al estereotipo femenino, ligado más bien a la discreción.
En medio de ese terreno masculinizado se empezó a trazar un desvío. “Ellos hacían el clásico humor de los hombres. No hablaban tanto de cosas personales, sino que miraban la realidad desde afuera. Yo me metí con un humor más intimista, una actitud de mirar para adentro. Incluso en mis trabajos eróticos el punto de vista era femenino”, anota la hoy célebre Maitena.
Sus primeras viñetas, en las revistas argentinas Sex Humor y la mítica Fierro, proponían un cambio de roles. Que una mujer dibujara en estas publicaciones, conocida por su fuerte componente sexual, suponía una postura rupturista. Y sus dibujos la reforzaban. “En mis trabajos las que estaban calientes eran las mujeres. No eran objeto de deseo del hombre. La mujer era un ser deseante”, describe. Con trazos duros y cuerpos algo deformados, Maitena creó féminas desinhibidas, que no tenían reparos en explorar formas amatorias diversas.
Pocos años después, obtendría un espacio regular en una revista femenina. Ahí trasladaría sus inquietudes y críticas a los condicionamientos sociales de la mujer. Habló de obsesiones y tragedias. Los métodos anticonceptivos, la maternidad, el matrimonio, el trabajo, la infidelidad, las amigas, la dieta, etc. Había cierta pretensión totalizante. “Pensaba en todas las etapas por las que una mujer atraviesa y sus comportamientos ante cada situación”, dice. Sin pretenderlo, estas series, rotuladas bajo el título de Mujeres alteradas, la convirtieron en un ícono mediático (su obra se ha traducido a 12 idiomas). Con sus trazos y globos había puesto el universo femenino en un lugar visible.
Hace diez años, Maitena bajó el ritmo: ya no dibuja para entregas frenéticas, edita sus propios trabajos, escribe (ahí está la novela Rumble), y se dedica más a sí misma y a su familia. Pero sus viñetas siguen vivas. Las suele compartir en las redes sociales, y los comentarios no se hacen esperar. “Resulta interesante ver cómo han cambiado las generaciones. Yo trataba de pensar en todas las opciones posibles, pero hoy hay mujeres que dicen que no reaccionan como planteaba en las tiras”, dice.
— Cuerpos en tensión —
Cuando se citan los grandes nombres de la historieta peruana suele olvidarse a Marisa Godínez, dibujante que formara parte Monos y Monadas. En medio del humor político —sello característico de la publicación—, Godínez planteó un cuestionamiento a ciertas visiones naturalizadas de la mujer. “Fue la primera en nuestro país que propuso una postura feminista”, dice la historietista Águeda Noriega.
La omisión histórica de Godínez no es casual. “En el Perú no tenemos mayores referencias de mujeres dibujantes. Los hombres dominaron el espacio público en el terreno del arte. Además de ser mayoría, para entrar en el circuito a algunas nos resultaban inhibitorias las formas en que presentaban a las mujeres: voluptuosas, exuberantes, como objetos que no tenían voz”, explica Noriega.
Como parte de una reivindicación histórica, en junio se montó, en la galería de Arcadia Mediática, una exposición que recogía los principales trabajos de Marisa Godínez entre 1978 y 1985. Estudió Artes en la PUCP (ahí conocería al también dibujante Juan Acevedo, quien fuera su esposo). En su obra de tinta china, la artista expresó sus críticas a instituciones constituidas como el matrimonio por la función de opresión de género que cumple en la sociedad.
A principios de los noventa surgió una nueva generación de artistas gráficas. Águeda Noriega, una de las más visibles de esa camada, aprendió a dibujar imitando las historietas que leía de autores italianos o argentinos. Poco tiempo atrás colaboró con el suplemento de humor político El Otorongo. Asegura que no es usual ver a una mujer asumiendo esos temas. “Suele entenderse que nosotras hacemos historietas ‘sólo para mujeres’. Todavía está vigente esa diferenciación, pero progresivamente va disminuyendo”, refiere.
En 2010 Noriega participó en la antología Venus ataca, donde compartió roles con Eliana y Tilsa Otta, Avril Filomeno, Alexandra Torres Novoa, Giuliana Holguín, Brenda Román y Tania Salcedo. Varias de ellas posteriormente conformarían el colectivo Las Fulanas. Como agrupación sacaron algunos fanzines que movieron en distintas ferias y festivales. “Es interesante el discurso sobre el cuerpo de la mujer hecho desde las subjetividades de cada una de las autoras. Veo que en ellas hay muchos proyectos ambiciosos, pero también un gusto por el fanzine, por quedarse en ese circuito contracultural. Ellas proponen miradas alternativas y ese espacio da cierta seguridad del discurso”, dice Carla Sagástegui, magíster en Literatura y estudiosa de la historieta peruana.
Actualmente Águeda Noriega está abocada a la adaptación literaria y a temas históricos. El 2011 publicó junto con Miguel Det la novela gráfica Conversaciones en la Ciudad de Cartón. En los 20 años que lleva en el oficio, vio a varias compañeras retirarse del dibujo. “Cuesta entrar en un circuito masculinizado. A veces puede ser desalentador, pero quedarse e insistir es también una forma de resistencia”, apunta.
— Nuevos aires —
En Latinoamérica, una nutrida generación de jóvenes autoras sigue la estela de Maitena. E incluso la desafía. Ya no hay temas pautados, ni una urgencia por reivindicar expresiones sometidas. Pero si bien se avizoran tiempos de mayores libertades, falta camino por recorrer. “Las mujeres descubrimos que podemos hacer muchas más cosas de las que creíamos, y las empezamos a hacer”, dice Sole Otero, dibujante porteña, para explicar esta creciente aparición de voces femeninas.
Otero forma parte de Chicks on Comics, colectivo surgido el 2008 que agrupa a mujeres historietistas de diversas partes del mundo. PowerPaola (Colombia-Ecuador), Maartje Schalkx (Holanda), Bas Backer (Reino Unido), Weng Pixin (Singapur) y las argentinas Clara Lagos y Delius conforman el resto de integrantes.
Para ella, aun cuando los temas tratados en las piezas se desmarquen de un discurso de género explícito, hay una actitud y mirada ineludible. “Una mujer trabajando de lo que sea, especialmente en áreas ocupadas previamente por hombres, esta intrínsecamente haciendo feminismo. Sin embargo, desde la perspectiva de la autora no tiene por qué sentirse como eso. A algunas nos agota la idea de que todo lo que hacemos reciba esa lectura”, comenta.
A Maitena le emociona la aparición de una generación que se pregunta cosas que ella no divisó. Se dice admiradora de los trabajos de PowerPaola, Sofía Watson o Alejandra Lunik. “Las de ahora dibujan mejor que yo”, dice. Y destaca la variedad de estilos. Basta con asistir a una feria de historieta, como la reciente Comicópolis (donde precisamente fue madrina), para entender esa explosión. Mujeres de distintas edades ubicadas en ambos lados de los stands: como lectoras y dibujantes. Ciertos prejuicios también se pueden derribar con lápices.
festejos
• El 12 de setiembre se fijó como Día de la Historieta Peruana. Un día así de 1956 el diario Última Hora decidió reemplazar sus historietas extranjeras por tiras nacionales. El personaje Sampietri, creado por Julio Fairlie, fue el encargado de despedir a los foráneos.
• El 4 de setiembre se celebra el Día de la Historieta en Argentina. En esa semana se realizó la feria internacional Comicópolis, considerada una de las más grandes de Latinoamérica.