Antes que nada, la red es un hervidero de información, un tráfico gigantesco de datos que se traduce diariamente en más de dos trillones de bytes. En medio de esta telaraña online de imágenes, videos, páginas, enlaces, noticias y anuncios de todo tipo, se expande un fenómeno que no es nuevo, pero que ha cobrado una relevancia global insospechada: las fake news. La circulación de noticias falsas. Las hay para todos los gustos: geopolíticas, electorales, militares, científicas, médicas, publicitarias, faranduleras, sensacionalistas; noticias que anuncian desde golpes de Estado hasta la cura milagrosa del cáncer con solo comer berenjenas o que proclaman la muerte —o la resurrección— de algún famoso. Escándalos fabricados en las oficinas de algún candidato presidencial; revelaciones que se basan en improbables teorías conspirativas; complots urdidos por algún político en apuros; o simplemente patrañas o rumores difundidos por bots (usuarios con identidades falsas), que aluden a esa fascinación tan humana por la invención, la intriga y el chisme.
No es un dato menor decir que la propagación de las fake news ha sido proporcional a la expansión de las redes sociales y a otro fenómeno característico de la era digital: la inmediatez. Al parecer, perder minutos en la verificación de algún dato puede ser mortal para alguien —influencers o medio periodístico— que busca transmitir en tiempo real. Y esa es la mejor excusa para ‘viralizar’ un hecho no verificado.
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Pero la difusión de noticias falsas no es un fenómeno reciente. En verdad, es algo muy antiguo que antecede, incluso, al periodismo moderno. El célebre historiador italiano Carlo Ginzburg las llama por eso “una vieja cosa nueva”. En su opinión, dos de los libros de historia más importantes del siglo XX —que aluden a épocas anteriores y posteriores a la Revolución francesa— tratan sobre noticias falsas. El primero se llama Los reyes taumaturgos, de Marc Bloch, y se refiere a una creencia extendida en la época monárquica según la cual los reyes franceses e ingleses podían extraer una enfermedad con el simple toque de la mano; y el segundo se titula El gran pánico, de Georges Lefebvre, que narra cómo después de la revolución se difundió el rumor de que los caídos aristócratas se vengarían de los pobres y campesinos a través de bandas armadas.
“Ambos hechos eran falsos y en el segundo de ellos se escondía la idea del complot”, dice el profesor italiano, quien semanas atrás dio una charla sobre la posverdad en Lima. El propio Ginzburg tiene un libro que recrea otra fake new histórica: la conspiración inventada a inicios del siglo XIV que derivó en la vergonzosa cacería de leprosos y brujas a los que se responsabilizó de la propagación de la peste que asolaba Europa.
Le preguntamos a Ginzburg si para el Occidente contemporáneo las brujas y leprosos son los inmigrantes y musulmanes. “Las analogías son siempre posibles —responde—, pero a menudo pueden ser también peligrosas, pues pueden impedirnos ver las diferencias. Es cierto que la figura del chivo expiatorio ha sido usada a menudo para culpar o responsabilizar a alguien de hechos históricos mucho más complejos, pero esto no quiere decir que los chivos expiatorios no existan. Por ejemplo, es probable que se les eche más culpa de la que tienen a los terroristas islámicos, pero estos no son ficticios”.
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Dos de las campañas electorales más sorprendentes de los últimos tiempos se han desarrollado al margen de los grandes medios y se han basado más bien en el uso de las redes sociales y en acusaciones sin pruebas para despertar temores infundados entre los votantes.
La campaña de Donald Trump —la más analizada en los últimos años— hizo que los analistas estadounidenses acuñaran el término “noticias basura” para referirse a las imputaciones disfrazadas de información verídica que propalaban los seguidores del hoy presidente republicano. El diario The Washington Post examinó todas las presentaciones de Trump en las últimas siete semanas de su campaña y concluyó que había hecho 1.419 declaraciones falsas, con una media de 30 diarias.
Si eso resultaba sorprendente, el fenómeno se ha repetido en Brasil, en los últimos meses, con Jair Bolsonaro. El candidato —ahora electo presidente— se vio favorecido también por una avalancha de noticias fabricadas o fotos trucadas que eran difundidas a través de Facebook, Twitter y WhatsApp, y que, entre otras cosas, alertaban sobre temerarias “agendas y campañas LGTB o proaborto” desarrolladas por sus contrincantes.
“Lo que estamos experimentado —dice la comunicadora y profesora sanmarquina Sonia Luz Carrillo— es la intensificación de un fenómeno muy antiguo, cuyos antecedentes en el siglo XX podrían ser las campañas de desinformación llevadas a cabo por Goebbels en la época del nazismo”.
“Esto —agrega— se ha acentuado en la época actual en la medida en que se han diversificado los emisores a través de blogs, portales de noticias y redes sociales. Muchas de estas personas ya no responden a ningún código de ética, sino solo a su voluntad y deseo de transmitir algo. Por eso es que muchas de estas noticias falsas apelan a lo emocional, y a algo tan primario como el miedo”.
Aunque los embustes noticiosos más notorios nos remiten al ámbito político, algo que se exacerba en épocas electorales, existe otro campo en el que estos proliferan con casi absoluta impunidad: la ciencia y la salud.
Un estudio desarrollado por el Colegio de Médicos de Barcelona, y publicado esta semana en el diario español El País, revela que en YouTube, cuando uno coloca las palabras cáncer y cura, el 74 % de los primeros 50 resultados son datos falsos o mensajes pseudocientíficos que aluden a recetas milagrosas o a denuncias infundadas de complots de las farmacéuticas y de los estados que tratan de evitar que la gente conozca la cura de este mal. El primer video que aparecía en la lista el jueves último (https://bit.ly/2qL4caI) con el título de “Finalmente la cura contra el cáncer sale a la luz” tenía más de tres millones y medio de visualizaciones.
¿Es posible controlar toda esta avalancha de fake news? “Puede sonar utópico —responde la profesora de Comunicación—, pero lo que deberíamos hacer es fortalecer el pensamiento crítico. Por eso a mí ya no me preocupa tanto la libertad de expresión, sino la libertad de pensamiento. Más aún cuando esta viralización de la mentira ya no solo es realizada por personas, sino también por bots, por usuarios con múltiples identidades falsas, que están haciendo que lo verdadero y lo irreal tengan límites confusos”.
Según la especialista estamos perdiendo la capacidad de discernir. Y eso es lo peligroso en un mundo en el que sobreabunda la información.