La Cucharita y La Preferida son los únicos bares de tapas que conozco en Lima. Otros se anuncian como tales pero la tapa tiene poco que ver con lo que suelen ofrecer. Es la oportunidad para comer cosas diferentes bocado a bocado. Una tapa es un plato en miniatura. Puede serlo el contenido de una cucharada, al igual que un guiso servido en pequeños cuencos para comerlos en tres o cuatro bocados. Una tapa es una o dos croquetas o un cebiche con tres trozos de pescado. La multiplicación de lo anterior en una fuente se llama ración y es el equivalente a un plato. Seis cucharas de almejas con limón y cebolla no son una tapa, solo una forma de aburrirse comiendo. La tapa nació para entretener el hambre mientras se bebe un vino o una cerveza y acabó dando pie a una forma diferente de comer. La tapa también es el antídoto contra quienes confunden comer con llenar el buche.
Conocí el concepto bien aplicado en La Cucharita, el local nacido del encuentro entre Rodrigo Conroy y Nazario Cano, y vuelvo a visitarlo pasado un tiempo. Nazario se marchó para recuperar el éxito en su tierra natal y esta cocina lo echa de menos cada día. El local se ha ampliado con una terraza y se parece más a una caseta de feria, con las sevillanas atronando el ambiente, aunque en el comedor seamos solo dos y pidamos que bajen la música para poder escucharnos. Lo hacen durante un minuto, hasta que un camarero aburrido decide devolver el espacio a su condición de discoteca. El servicio es descuidado, no toma notas de las comandas, equivoca el pedido y amontona los platos en la mesa como si estuvieras en un chifa. Hay buenos principios pero muchos problemas en la concreción. La carta sigue siendo extremadamente larga, lo que aumenta el descontrol en el que vive la cocina. Las croquetas de jamón llegan blandas y tibias, a falta de tiempo de fritura, mientras que las de pollo son unos dudosos tequeños cubiertos por un huevo de codorniz frito. Cada cosa debe mostrar su nombre.
Funcionan los buñuelos de papa y bacalao, aunque lo del bacalao es un acto de fe –más bien un ligero sabor marino–, los tigres de choro –rellenos con un guiso de choro y besamel, rebozado y frito; sobra el sequísimo trozo de langosta que los acompaña– y el pincho de centolla a la vizcaína con alioli gratinado. A partir de ahí todo alimenta las dudas: las papitas bravas no se hacen con papa cocida y la salsa es insípida, el cangrejo relleno de centolla tiene un extraño sabor dulzón, el revuelto de mollejas de ternera se muestra como una combinación desacertada en la que la molleja pierde su naturaleza y el arroz meloso de alcachofas con calamar es un despropósito, pasado de cocción y más parecido a una sopa. Para rematar, espesaron el exceso de líquido añadiendo fécula al guiso. Al mediodía se manejan con una carta más corta.
Tipo de restaurante: tapas españolas.
Dirección: Av. La Mar 1200, Miraflores, Lima.
Teléfono: 497-8722.
Tarjetas: todas.
Valet parking: sí.
Precio medio por persona (sin bebidas): 100 soles.
Bodega: correcta.
Observaciones: los domingos cierra en la noche. Los lunes solo atienden en la noche.
Calificación: ★★