Las sombras de la guerra acompañaron el arribo de 1991. Medio año antes Saddam Hussein había puesto sus tropas en Kuwait, un pequeño emirato de 17 mil kilómetros cuadrados. La comunidad internacional exigió la desocupación pacífica. Pero el presidente iraquí no movió un solo soldado.
En una grave situación de preguerra, un peruano apostó por la paz. Elegido secretario general de las Naciones Unidas el 11 de diciembre de 1981, Javier Pérez de Cuéllar utilizó la experiencia diplomática que pudo forjar en misiones especiales como las que cumplió en Indochina y Afganistán, entre 1979 y el año de su elección.
Los hechos se sucedieron uno tras otro. El 2 de enero los medios informaban que la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, enviaría a Turquía una flota multinacional, mientras el día 4 El Comercio titulaba: “Estados Unidos lanzó una nueva oferta de diálogo a Irak”. Señales de guerra y promesas de paz se sobreponían en cuestión de horas.
Mientras en Washington se planteaba una reunión entre James Baker, secretario de Estado; y Tarek Aziz, el canciller iraquí, el 6 de enero, en Bagdad, el presidente de Irak se dirigía a sus conciudadanos con un pronunciamiento que más parecía una declaratoria de guerra: “Kuwait permanecerá como parte de la patria iraquí”.
Desde principios de año Pérez de Cuéllar, abogado y ex profesor de derecho internacional, había manifestado su intención de tomar el toro por las astas, viajando directamente a la capital de Irak.
Por fin en Ginebra, el 9 de enero, Baker y Aziz se vieron las caras, pero no pudieron lograr un acuerdo para dar término a la crisis. Baker dejó en claro que las 28 naciones de la coalición multinacional estaban decididas a liberar a Kuwait, mientras Aziz dijo que si eran atacados responderían bombardeando a Israel.
Después de conocerse el fracaso del encuentro la iniciativa de paz enarbolada por Pérez de Cuellar se transformó en la última esperanza. El 10 de enero el secretario general de la ONU emprende viaje hacia Ginebra para entrevistarse con los ministros de la Comunidad Europea, antes de llegar a tierra iraquí.
El diplomático peruano buscaba un respaldo de Europa para llegar hasta Bagdad con una propuesta distante de las duras posiciones estadounidenses.
Sus declaraciones mostraban el espíritu que animaba su misión: “El presidente de Estados Unidos, el presidente de la Unión Soviética, los europeos, los escandinavos, el primer ministro del Japón, el presidente de los No Alineados… Todos me han deseado suerte y saben que haré todo lo posible por preservar la paz, tal como es mi deber”.
Trascendió que Pérez de Cuéllar propondría una retirada iraquí de Kuwait supervisadas por fuerzas de paz de la ONU, opción impulsada por los países nórdicos.
Preámbulo del conflicto
El 12 de enero El Comercio titula: “A medianoche del 15 vence plazo a Irak”. Mientras Baker hace tomar nota a Saddam Hussein que el conteo regresivo ha empezado, éste informa a los occidentales que un millón de soldados los aguardan agazapados en los lugares menos pensados.
Ese mismo día el Congreso de Estados Unidos faculta al presidente George Bush a iniciar la guerra. En simultáneo, al otro lado del mundo, Pérez de Cuéllar se entrevistaba con Tareq Aziz, buscando flexibilizar la posición de los iraquíes.
Al día siguiente, el 13 de enero, Hussein recibió a Pérez de Cuéllar. Solo faltaban dos días para cumplirse el plazo fijado por el Consejo de Seguridad de la ONU para que Irak desocupara Kuwait. La entrevista privada y en medio de una gran tensión duró dos horas y media.
Al finalizar Pérez de Cuéllar dijo: “Solo Dios sabe si habrá paz o guerra”. Luego abandonó Bagdad sin dar señales de éxito. Tras unas horas de viaje llegó a Francia. En París expresó: “No soy pesimista ni optimista”. El 14 en la noche convocó al Consejo de Seguridad para una reunión informativa.
Con una invocación de último momento el embajador peruano quiso acallar los tambores de guerra: “Apelo con toda sinceridad al presidente Saddam Hussein para que dirija el curso de los acontecimientos lejos de la catástrofe y hacia una nueva era de justicia y armonía basada en los principios de la Carta de las Naciones Unidas”.
El conflicto estalló, pero su misión, poniendo en juego incluso su propia integridad, quedará como la prolija actuación de un hombre que uso todos los medios posibles para evitar la guerra.
En una entrevista concedida al Decano en setiembre de 2001 manifestó: “Fui amenazado varias veces durante la Guerra del Golfo, pues se decía que yo tenía las manos llenas de sangre, cuando nunca tuve participación activa en la guerra, pero sí en tratar de evitarla”.
El miércoles 16 de enero de 1991 en la noche, hace 25 años, Bagdad recibió el bombardeo masivo de las fuerzas multinacionales. La Guerra del Golfo había empezado.