Han Nguye y su novio Kye Giacomin son dos australianos que llegaron al Perú para conocer Machu Picchu. Hace un año habían escuchado algo de Lima, en un documental transmitido por la televisión inglesa que pintaba a la capital como una de las más desiguales de Latinoamérica, entre otras razones por el muro que separa a las casas de esteras de Villa María del Triunfo de una de las urbanizaciones más acomodadas de la ciudad, Las Casuarinas, donde una residencia se vende en millones de dólares.
Kye y Han se hospedaron en un hotel en Miraflores, a seis cuadras de Larcomar. Conocieron el Centro Histórico, las noches de Barranco, el mar miraflorino. Y antes de volver a su casa de Melbourne quisieron ver la Lima que no aparece en los folletos turísticos. Querían estar en la Lima de muchos.
-Subiendo al cerro Papa-
Sobre el arenal, hay una mujer de chaleco fucsia y pollera floreada que vende choclo y mote sancochado. Acompaña el plato con una mezcla de hierbas y ají. Han –contratada por el Gobierno Australiano para asistir a inmigrantes refugiados en su país– le da dos cucharadas a su novio –un empleado de una constructora en Australia–. Ella ríe mientras le da de comer; él mastica y saborea.
Ambos se internan, luego, en una estrecha vía ocupada por decenas de ambulantes y puestos de frutas, verduras y carnes. Van camino al mercado 12 de Mayo, en la cuesta del cerro Papa, en Villa El Salvador, un distrito del que conocen poco.
No saben, por ejemplo, que es el séptimo con más homicidios en Lima, que en el 2014 se denunciaron allí más de 600 robos y hurtos, que una señora que los atendió en el mercado tiene un hijo en la cárcel y que ella en las noches tiene miedo: a una cuadra del centro de abastos, casi todas las semanas, hay muchachos que se drogan para robar. La última balacera en el distrito fue hace una semana.
-Otra forma de ver el turismo-
Este lado de la ciudad, hace cuarenta años, empezó a ser invadido. Desde entonces, tuvo al menos dos momentos de gran repercusión: el día que Sendero Luminoso hizo estallar el cuerpo de María Elena Moyano y cuando el papa Juan Pablo II pisó estos arenales. La piedra y la estatua puestas para recordar la visita del Sumo Pontífice deben ser de lo más turístico que hay en el distrito. Pero no es lo que Key y Han buscaban. De hecho, lo que buscaban podrían haberlo encontrado en cualquier cerro de la capital.
En el 2007, Edwin Rojas creó la agencia de turismo Haku Tours y su principal oferta era y es el Shanty Town Walking Tour. “En esta visita verá cómo vive la gran mayoría de la población. Queremos que vean lo real de Lima”. Es lo que se lee en inglés en la web de la agencia.
‘Shanty town’ es lo que en el Perú llamamos pueblo joven o asentamiento humano. Los tours por estas comunidades se han popularizado en el mundo. Uno muy conocido en Latinoamérica está en Brasil. Los turistas pagan por subir a las favelas de Río de Janeiro, conocidas porque fueron –muchas aún lo son– guarida de narcotraficantes y de la violencia más extrema de la urbe carioca.
Esa oferta turística es cada vez más común. Los suburbios en Guatemala, los barrios de invasión en Colombia, los ranchos en Venezuela son más frecuentados por turistas que quieren ir más allá del turismo de siempre.
Edwin Rojas es un vecino de Villa El Salvador. Estudió Antropología en Alemania. Cuando volvió al Perú, abrió la agencia para contribuir con su barrio. La mejor forma que encontró –cuenta– fue usar todo el dinero recaudado con el Shanty Town Walking Tour para construir albergues, escaleras, comedores o lo que se necesite en la comunidad. De los otros 25 tours que ofrece su empresa, dona el 60% para ayuda social en su barrio. Edwin dice poder hacerlo porque vive de otros negocios.
-Ciudad de contrastes-
“En Miraflores todo funciona bien. Me siento cómoda. Siento que aquí [en Villa El Salvador] también somos bienvenidos. Pero es increíble que en pocos kilómetros todo en la ciudad cambie. Es injusto”, dice Han Nguye. Viviendo en Melbourne sería una locura que piense lo contrario. Según la revista “The Economist”, la segunda ciudad más importante de Australia fue elegida en el 2013 la mejor del mundo para vivir.
Cómo no va a parecerle injusto si a 30 minutos de su cómodo hotel hay calles sin asfalto y limeños protegidos por techos de calamina y triplay. Cómo no va a parecerle injusto si hay cerros donde la acumulación de basura no es un problema de atención primordial porque la gente anda más preocupada en si comerá mañana.
“¿Por qué viven en esas condiciones?”, dice Han Nguye en inglés, y suena indignada. Luego de su pregunta, en el vehículo que la saca de los arenales, hay un silencio incómodo.