“La ciudadanía hacia una nueva convivencia social” fue el nombre del decreto supremo con que el Gobierno quiso bautizar esta nueva etapa de la cuarentena. Fue un arrebato optimista sin una pizca de realismo. Lo que empezó el último lunes fue el regreso a la vieja normalidad, esa que en algún momento pensamos que la pandemia haría que dejáramos atrás. ¿No lo creen? Aquí un resumen ajustado de ese apurado retorno:
Dos ciclistas murieron en las pistas, uno tras ser chocado por un auto cuyo conductor tenía la licencia suspendida y una papeleta sin pagar; y el otro aparentemente por un bus que iba a gran velocidad.
Miles de vendedores informales invadieron la zona de Gamarra, en el más completo desorden y sin respetar las normas de distanciamiento social. Ayer fueron desalojados, aunque en la práctica solo se los mudó de lugar, ya que los comerciantes se instalaron en algunas calles aledañas.
El canal del Congreso interrumpió la transmisión de la sesión en que la ministra de la Mujer exponía las medidas tomadas ante la crisis del coronavirus, para mostrar la condecoración del presidente del Legislativo, Manuel Merino de Lama, por el alcalde de San Martín de Porres. Este último es esposo de la legisladora Leslye Lazo, quien como Merino de Lama, pertenece a Acción Popular.
Al ser preguntado por la labor que realizaba el cantante -¿o debemos llamarle productor, motivador u operador político?- Richard Swing en el Ministerio de Cultura, el presidente Vizcarra se mostró titubeante. Luego, reconoció que lo conocía de la campaña electoral y reveló que “[seguramente] esa relación le ha permitido que también tenga una participación en algún nivel del Gobierno”. ¿Cuántos Richard Swing más habrá en otros ministerios y dependencias estatales?
Ayer fue detenida una mujer que vendía constancias falsas de resultados negativos de COVID-19. Fue sorprendida junto con uno de sus clientes, un estibador del Mercado de frutas, quien reconoció a la policía que tenía la enfermedad.
Las restricciones del espacio impiden continuar con la lista, que es larga y penosa. La vieja normalidad no se quiere ir o, mejor dicho, no queremos dejarla que se vaya. Ni la peor de las tragedias tiene el poder de hacernos cambiar.