Si había aún almas desavisadas creyentes que el señor Merino de Lama tenía cierta conexión con la calle, la elección del señor Antero Flórez Araoz como primer ministro despejó cualquier duda. Nada peor para calmar las aguas que nombrar en el cargo a uno de los más conocidos representantes de la política tradicional, con peligrosas cercanías a un grupo empresarial que intenta reconstituirse a costa de quebrar la reforma universitaria.
Sin embargo, la expresión más simbólica de esa desconexión con la calle, que ayer volvió a protestar con marchas y cacerolazos, fue la forma cómo se desarrolló la juramentación del señor Florez-Aráoz: en soledad.
Horas después de señalar que las universidades no licenciadas merecían “una segunda oportunidad”, el señor Flores-Aráoz moderó sus declaraciones –quizás aconsejado por algún desesperado asesor- y dijo “una cosa es mi creencia, otra cosa lo que haga el Gobierno. Tengo muchas discrepancias con la Sunedu, pero está creada por ley y la ley se acata”.
Su desafortunado debut lo completó refrendando su lejanía con lo que sucede en plazas y avenidas, al indicar que no había visto que la policía haya actuado con violencia contra los manifestantes. Su remate fue aún peor: pidió a los medios que “ayuden” en la cobertura de las movilizaciones callejeras porque “una cosa es informar y otra exacerbar los ánimos”.
Es lícito que un Gobierno como el que recién se estrena, huérfano de apoyo popular, busque ayuda en los pocos amigos que tenga a mano para completar sus puestos de mando. Preocupa que para ello se haya recostado en ciertos personajes con evidentes conflictos de interés, integrantes además de lo más rancio del conservadurismo local, lo cual no solo pone en peligro reformas como la universitaria, sino los avances en el reconocimiento de diversos derechos en favor de las minorías.
La calle no está hablando, está gritando y el señor Merino de Lama no reacciona. Sigue mudo. Se mantiene encerrado en una burbuja.
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