Durante toda la noche, la Nunciatura Apostólica nunca dejó de recibir a fieles, vecinos y curiosos que buscaban estar cerca del Papa.
Primera noche del Papa en Lima
Juan Pablo León

No debe ser fácil poder dormir con un helicóptero sobrevolándote cada tres horas y con fieles pidiéndote un “balconazo” hasta las 2 de la mañana. Pero debía estaba agotado. Cargaba con una diferencia horaria de seis horas con Roma y dos con Chile, y desde hace cuatro días no dejaba de viajar: tres ciudades en el país del sur (Santiago, Temuco e Iquique) y una aparatosa llegada a Lima, antes de sus vuelos a Puerto Maldonado y Trujillo. Había prometido salir a bendecir a los fieles a las ocho de la noche desde una ventana de la Nunciatura Apostólica pero al final no pudo hacerlo.

Las luces de esta casona republicana de 1942 se apagaron cerca de las nueve (aunque volvieron a encenderse brevemente dos horas después, sin mayores incidencias), mientras los grupos cristianos comenzaban a irse a sus casas. El sueño de Francisco era sagrado. Toda la logística en los exteriores lo sabía: agentes de seguridad, policías, las enfermeras en las carpas de auxilio, médicos en ambulancias y bomberos que rodeaban el recinto hablaban murmurando. Algunos se ponían de acuerdo para dejar los celulares en modo vibrador.

Pero no fue una noche muy tranquila en la cuadra 6 de la avenida Salaverry. Unos cincuenta jóvenes abrigados con frazadas regresaron para instalarse en la alameda central de la avenida Salaverry. Era una delegación de la Guardia del Papa, que se tomó muy en serio su nombre: “Le haremos guardia a Francisco. Aquí nos quedamos, así llueva o truene (comenzó a llover a la medianoche). Queremos verlo de cerca. Rezaremos y dormiremos hasta que salga”, dijo Óscar. Vecinos en pijama llegaban a cada momento para tomarse fotos frente a la fachada. Los más entusiastas gritaban: "¡Que salga Francisco!". El negocio del café y el emoliente era rentable.

Cerca de las diez de la noche, un coordinador de la guardia, enviado por el Arzobispado, pedía silencio a los fieles acercándose uno a uno, arrodillado frente a estos como si fuera un confesor: “Te entiendo, y todos queremos verlo. Yo he estado aquí desde las seis de la mañana. Pero debemos dejarlo descansar. Es una persona mayor y está cansada”, rogaba.

A las once comenzó la primera de tres rondas policiales de la noche. Como si se tratara de un aeropuerto, los policías revisaban cada mochila y bolso de quien se acercaba a la nunciatura. Con ayuda de linternas, arbustos y basureros eran observados al milímetro. A las doce fue el turno de Nina, una labradora beige de tres años adiestrada por la policía canina para detectar explosivos. Las rondas también fueron por aire. Las hélices de un helicóptero agitaron el aire en esta zona de Jesús María varias veces durante la noche.

A las tres de la mañana la calle comenzó a ser ‘lotizada’ por vendedores de desayunos, que ni la lluvia o el frío pudieron desanimar. Sabían que una hora después los fieles comenzarían a llegar porque Francisco se tenía que levantar temprano.

Y la espera tuvo frutos. Con un semblante más repuesto que el día anterior, el Santo Padre dio su "balconazo" para bendecir y saludar a los fieles que lo esperaban en su casa de descanso. "Voy a Puerto Maldonado, vuelvo a la tarde, les pido que me acompañen con la oración en este viaje. Y ahora todos juntos vamos a recibir la bendición y a saludar a nuestra madre", mencionó desde un micrófono en la sede de Jesús María.

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