Escena de "El caso de Richard Jewell". (Foto: Difusión)
Escena de "El caso de Richard Jewell". (Foto: Difusión)
Pedro Ortiz Bisso

Adam Sandler, Jennifer Lopez, Greta Gerwig y Noah Baumbach han pasado a integrar la lista de olvidados de la academia, la ingrata relación que suele elaborarse cada año después de que se dan a conocer los nominados a los .

De Sandler se dice que su actuación en “Uncut gems” es notable y JLo había acumulado varios reconocimientos por su papel como la inquietante Ramona en “Las estafadoras de Wall Street”. En el caso de Gerwig y Baumbach, lo extraño es que los filmes que dirigieron fueron nominados a mejor película. ¿Por qué los ignoraron? ¿“Mujercitas” e “Historia de un matrimonio” fueron dirigidas por una mano invisible?

Un filme del que pocos hablan es “Richard Jewell”, la historia del hombre que salvó la vida de cientos de personas en el atentado ocurrido durante los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996. Clint Eastwood dirige esta película de claroscuros emocionales, con una narrativa ajena a cualquier artificio que pone el foco sobre un hombre común cuyo heroísmo resulta ser su maldición.

Asistí a los Juegos de Atlanta como enviado de El Comercio. El Parque Olímpico del Centenario, donde explotó la bomba que mató a dos personas e hirió a más de 100, era un lugar de paso obligado ya que concentraba un sinnúmero de eventos artísticos y quedaba de camino a varios escenarios donde se desarrollaban las competencias. Tras el ataque, nada fue igual. Se multiplicaron las máquinas de rayos x y los arcos detectores de metales, tanto como los soldados que vigilaban los movimientos de deportistas, visitantes y periodistas.

A propósito de ello, aquella vez escribí lo siguiente:

“Casi todo es distinto porque el parque cuenta con un nuevo centro de atracción. Cientos se detienen frente a la torre donde se produjo la explosión, a mirar las flores puestas en recuerdo, a releer los mensajes al pie del andamio, a posar para la fotografía que enseñaremos en casa para decirle a nuestros amigos, ‘hey, miren, yo estuve ahí, donde murieron esos dos’.

El morbo es el mejor anzuelo para la estupidez. Esa que también nos atrapó y nos hizo disparar la cámara. Para robarle un recuerdo a los muertos, para arrepentirnos por el resto de nuestra vida”.




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