Hay opiniones para todos los gustos. Los que han visto a cada uno de los James Bond suelen coincidir en que Sean Connery fue el mejor. Pero los que llegaron con algo de retraso a la saga, a partir de los años 70, siguen pensando que Roger Moore es el más emblemático. O al menos el más querido. O algo así. Al compararlo con otros 007, la prensa anglosajona suele describirlo como “the suavest”. Y es que Moore le dio al personaje cualidades más gráciles, sofisticadas y humorísticas. En su intención de ablandar al héroe, Moore lo hizo a la perfección y como ningún otro.
Además, hay datos precisos que lo respaldan. Fue el que en más películas interpretó al personaje (7 en total), el que protagonizó las últimas versiones originales escritas por Ian Fleming, y el de más edad también: se puso el traje recién a los 45 años y lo abandonó a los 58, nada menos. Era el agente maduro que enamoró a toda una generación.
Perfil a su medida
Tras iniciarse en la carrera de modelaje, promocionando artículos tan variados como ropa y pasta dental, Moore divagó entre varios roles menores hasta que por fin alcanzó notoriedad en la serie “Maverick” (en un papel también pensado inicialmente para Connery, pero que este rechazó) y en la aún más exitosa “El Santo”, en la que ya perfilaba a un personaje pre-Bond, un inglés galante, flemático e irónico.
Muy parecido fue también su rol en “The Persuaders!”, serie en la que hizo dueto con el estadounidense Tony Curtis como dos playboys millonarios en sus aventuras desenfadadas a través de Europa. Con esos rasgos repetidos, todos los caminos conducían a Bond, como si Moore estuviera preparándose para encarnarlo. Su debut llegó en 1973 con “Vive y deja morir”. Y no dejaría al agente por los siguientes 12 años.
La vida sin Bond
Dicen que por un trauma de la niñez, Moore le tenía miedo a las armas. Por eso su nula habilidad para disparar fue un problema serio en los rodajes de la saga de James Bond. Solo la persistencia lo ayudó. Pero el esfuerzo lo llevó a la rutina y la rutina lo llevó al encasillamiento. Tal vez por eso, cuando en 1985 terminó el rodaje de “A View to a Kill”, decidió no actuar durante los siguientes cinco años.
Lo que vino después de ese período sabático es una sorprendente y variopinta sucesión de malísimas películas que incluye: “Fire, Ice and Dynamite”, sosa producción sobre deportes de riesgo, con muchas explosiones y acción; “Bullseye!”, comedia al lado de Michael Caine, considerada una de las peores de la historia (su 15% de calificación en el portal Rotten Tomatoes lo confirma); “The Quest”, cinta de artes marciales que lo puso en improbable dupla con Jean-Claude van Damme; “Spice World”, película con y sobre las Spice Girls en la que interpretó al excéntrico jefe de su disquera; y mejor quedarse allí y parar de contar.
La pregunta es: ¿puede menguar su carrera un historial de desaciertos como ese? En absoluto. De hecho, los expertos coinciden en que el gran atributo actoral de Moore fue el de nunca tomarse demasiado en serio a sí mismo y desarrollar una asombrosa capacidad para la risa que, justamente, le permitió revolucionar a su personaje más icónico.
“Siempre me dijeron que para triunfar se necesitaba personalidad, talento y suerte en partes iguales –confesó alguna vez–. Discrepo con eso. En mi caso, fue 99% suerte”. Moore nunca fue un actor brillante y él mismo lo sabía. Pero justo allí estuvo su grandeza.