ENRIQUE PLANAS
Hubo un tiempo en que el cómic era el “cine de los pobres”. Y en los años de la gran depresión, a inicios de los años treinta, este fue el gran escape de la ingrata realidad. Viajes exóticos, intrigas policiales, relatos de aviación, vaqueros y guerreros medievales y, por supuesto, ciencia ficción, fructificaron en la edad de oro del género de aventuras.
Para competir con “Buck Rogers”, la primera historieta espacial publicada en 1929, Alex Raymond publicó el 7 de enero de 1934, para la King Features Syndicate, la primera plancha dominical de ‘Flash Gordon’. El mismo día apareció su serie “Jungle Jim” y, dos semanas más tarde, el Agente Secreto X-9, con guion de Dashiell Hammett.
UNA UTOPÍA ART DÉCO
Flash Gordon es un joven jugador de polo graduado en Yale. Su eterna compañera, Dale Arden, hace recordar a Kay Francis, célebre actriz de los años treinta. Él es el héroe, ella la “novia eterna”, idealizada y siempre casta. En la historia y estética art déco de la serie,Raymond plasmó el espíritu de la modernidad norteamericana, además de sus sueños y pesadillas.
Siguiendo el guion de una ópera espacial, el deseo sexual conduce toda acción de los malvados alienígenas: el emperador Ming, quien reina despóticamente en el planeta Mongo, siempre pretende a Dale Arden, mientras que su hija Aura (libre de rasgos orientales) acosa obsesivamente a Flash. El tímido erotismo de la época se aprecia en todas las féminas con poder en el planeta Mongo, reinas y princesas que parecen odaliscas detrás de un héroe espacial que siempre mantiene el temple.
Raymond combinó en su serie el futurismo de las armas y las naves con el anacronismo de las túnicas y las espadas. Como advierte el crítico Román Gubern, en Mongo, planeta siempre contradictorio, se fusiona la épica occidental y la mitología oriental, un universo arcaico-futurista, caprichoso y exuberante, más próximo al melodrama interplanetario que a la especulación científica.