Todo empezó el 2006, cuando José Carlos Yrigoyen encontró una pequeña y perturbadora nota en un periódico que daba cuenta sobre la fundación en Holanda de un partido político conformado por pedófilos, que proponía reducir de 16 a 12 años la edad legal para mantener relaciones sexuales y legalizar la pornografía infantil. La agrupación se hacía llamar Partido de la Caridad y su iniciativa, como es lógico, causó rechazo e indignación en el mundo.
Giovanna Pollarolo: “Vivimos en una cultura que lo apuesta todo por la juventud y oculta la vejez”
En ese momento, Yrigoyen recortó el artículo y lo guardó en uno de sus libros. Y el año pasado, justo en momentos en que sentía la necesidad de volver a la poesía luego de muchos años escribiendo narrativa, se reencontró con el recorte y supo que ese era el tema sobre el que quería trabajar. De allí nace “Ciclo del Partido de la Caridad”, su más reciente libro, que explora con perturbadora frialdad las retorcidas mentes de ese grupo de pedófilos europeos.
“Recién quince años después de leer esa nota, me di cuenta de que el tema era poetizable, aunque ya había tenido esa intuición cuando la leí”, señala el autor. Un libro chocante y siniestro, pero del cual Yrigoyen tiene plena conciencia. “Si alguien soporta el libro hasta el final, es para mí un triunfo. Y si alguien no llega ni a la mitad, también sería una suerte de triunfo. Que una poesía te repela o te atrape, en estas circunstancias es casi lo mismo”, asegura.
—De todos los crímenes, la pederastia es quizá el más atroz de todos. Imagino que habrá gente que ya de plano el libro le genere un rechazo, y que incluso repudie que de un tema así se pueda hacer poesía. ¿Has reflexionado al respecto?
Por supuesto. Lo que pasa es que yo no he escrito este libro para escandalizar a la gente, sino por un asunto de necesidad expresiva. Me explico: mi poesía anterior, y algo de mi narrativa, se basa en un yo que puede identificarse de alguna manera conmigo. Hay un juego alrededor de eso. Pero después sentí que ese yo se me había gastado, y quería encontrar un tema en el que el yo poético sea tan repudiable, tan repugnante y tan inadmisible que yo no pudiera entrar en él. Que para mí fuese imposible entrar en el yo poético. Por eso este tema fue maravilloso, porque justamente abría la compuerta a otros personajes, las tres cabezas del Partido de la Caridad y otras voces a través de las que pudiera expresarme, aunque se me hiciera imposible. Creo que en todo el libro debe haber dos, tres o cuatro versos en los que me reconozco yo, y no reconozco a los personajes que lo habitan. Porque en general es la voz de otro. Sobre si podría generar escándalo, bueno, yo suelo trabajo bajo la idea de uno mis autores favoritos, que es Pier Paolo Pasolini. Y él decía “escandalizar es un derecho, ser escandalizado es un placer, y el que no se deja escandalizar es un moralista”.
“Quería que el yo poético sea tan repugnante que me fuera imposible entrar en él”.
—Estaba tratando de pensar en otros libros que asuman la voz de un pedófilo y me acordé de “Degenerado”, de Ariana Harwicz. Ella confesaba que tenía miedo de escribir esa novela, pero que a la vez no quería caer en una especie de autocensura. ¿Sentiste algo parecido?
Ariana es una de las escritoras jóvenes que más admiro, porque sus declaraciones concuerdan muchísimo con las cosas que yo pienso y sus novelas las plasman muy bien. Yo la verdad es que no tuve miedo en ningún momento. Tuve la curiosidad constante de quien se acerca al mal absoluto. Tuve el morbo de quien explora lo peor de la gente. Y eso se lo debo sin duda a mi madre. Porque ella es muy aficionada al terror, al suspenso, a los asesinos en serie, a los monstruos sociales, a la historia de cómo esa gente nace y cómo planifica sus crímenes. Este libro parte de esa pulsión por entender la mente del monstruo, los mecanismos de la maldad más absoluta. Su motivación constante es la justificación del crimen por parte de los que lo ejercen. Y yo he intentado encontrar poesía en esa justificación del crimen, en la justificación del mal. Todos los poemas giran alrededor de eso. Son las voces de los delincuentes que ensalzan y embellecen el abuso, la violación, la destrucción de una persona. Porque al fin y al cabo la pederastia es la destrucción de una persona. Y yo quería encontrar el canal para que esas voces sublimaran esa circunstancia. Por supuesto que yo entiendo que es un asunto muy delicado, y que a mucha gente le puede asquear. Pero siento que la poesía no tiene por qué restringirse a las cuestiones admisibles. La poesía tiene carta para explorar las regiones más oscuras y más reprensibles de la condición humana. No soy el primero que lo hace, desde luego. Hay una lista de escritores que lo han hecho con gran maestría, y muchos de ellos son la guía que yo tengo.
—Salvo en algunos momentos en que el lenguaje trasluce desesperación, lo que prima es la perturbadora serenidad y seguridad de estos personajes que genuinamente están convencidos de su inocencia.
Así es. Los pederastas de los que yo hablo no solo son los miembros del Partido de la Caridad, sino que hay otros como Todd Nickerson, un personaje muy interesante porque es un pedófilo virtuoso. Es un señor que dijo “sí, soy pedófilo, pero no voy a hacerle daño a nadie, no voy a tocar niños, no voy a ver pornografía infantil” y tuvo la candidez o la maña para declararlo. Eso lo convirtió inmediatamente en un paria social, como era lógico que iba a ocurrir. Pero todos ellos, desde cada punto de vista, intentan demostrar una inocencia o una virtuosidad que no tienen. Todos están estigmatizados y manchados por una parafilia que no puede ser comparada con una orientación sexual ni con el amor. Es una parafilia que defienden con la estratagema usual de que, supuestamente, le dan libertad al niño. Y eso es algo que ocurrió mucho en los años 70, cuando aparecen algunos de estos personajes como Tony Duvert, por ejemplo. Amigo de Duvert era Gabriel Matzneff, el protagonista del caso que Vanessa Springora expuso hace un tiempo en el libro “El consentimiento”, donde se nos muestra el modus operandi del pederasta, detallado con una minucia escalofriante. Esa defensa del crimen me parecía que era un discurso que no se había poetizado en estas circunstancias en particular, o al menos no de manera orgánica o conceptual como he querido hacerlo en el libro. Y si bien no tuve miedo, como te dije hace un momento, sí debo decir que busqué una sutileza. En eso te doy la razón. Quería plasmar cierta serenidad, sobre todo porque estos temas tan espinosos y espeluznantes, cuando se tratan con una violencia demasiado explícita, terminan convirtiéndose en un catálogo de horrores. Cuando no hay un elemento o un recurso sutil o ambivalente, creo que terminan por convertirse en una lista de atrocidades. Y yo no quería que el libro fuese eso. Quería que ese discurso se moviera por otros canales, como el de quien quiere hacer creer que lo que está haciendo es una obra de bien, cuando en realidad es una monstruosidad.
—Hablando de monstruosidades: cuando surge un caso de pederastia, se suele tildar de monstruo al victimario. Y sin embargo, se dice también que hacerlo ver como una figura monstruosa no aporta en nada a una solución. ¿Tú qué opinas?
Lo que creo es que hay varias formas de verlo. Yo en el libro la veo desde el punto de vista poético. Y si tú ves a los personajes, si ves sus fotos, son auténticos monstruos. Ves a Ad van den Berg con la dentadura destrozada, deformada; a Nickerson mutilado, gordo, y con un rostro de espanto. Y ves unos monstruos. Esos son los personajes que a mí me interesaba ver, los seres siniestros. Por supuesto que hay pedófilos en apariencia encantadores, pero a mí me interesaba ver cómo la monstruosidad física, cómo el rostro siniestro se engarzaba con las acciones, con una forma de ser, como si fuesen lo que Chirinos Cúneo llamó “un club de perfectos monstruos” o algo así. Y sí, es cierto que si vamos al tema social, convertir a un pederasta en un monstruo no sirve de nada, que el tema debe verse desde otra esfera, con la indignación y la preocupación debidas. Pero la poesía no está para dar esas soluciones. Yo no creo que la literatura –y allí coincido mucho también con Ariana Harwicz– deba tener respuestas morales o querer validarse por ciertos principios. Cuando uno tiende a moralizar en la literatura, sale una literatura que subestima al lector. Escribir un libro para señalar quiénes son los buenos y los malos es inútil. Prefiero trabajar sobre ciertas certezas subvirtiéndolas, encarándolas desde toda su crudeza, buscando matices. Esa es la manera en que debemos abordar estas cuestiones, sin cancelaciones ni nada por el estilo.
—En la nota final mencionas algunos textos escritos por pedófilos que te sirvieron, como los de Tony Duvert, Brongersma y otros. ¿Buscabas imágenes, cierto tono? ¿De qué manera te ayudaron a concebir el libro?
Casi todos son autores que defienden la pedofilia y la pederastia y que surgieron justamente entre finales de los 60 y principios de los 70. Ahora, con justa razón y por sentido común, la pedofilia y la pederastia están condenadas de manera frontal. Pero en esa época no era tanto así. El cine, la literatura, ciertos filósofos europeos, más bien la enaltecieron y la justificaron. Tony Duvert, que es para mí quien llegó más lejos, escribió una serie de novelas donde la pederastia y los pederastas eran vistos como el amor más puro e idílico que se podía concebir. Y eran novelas que no recibieron el rechazo de la crítica francesa, sino todo lo contrario. “Paisaje de fantasía”, su novela más conocida, ganó el Premio Médicis, y fue celebrada por todos los medios especializados de su país. “Al morir Jonathan”, que fue su siguiente novela, trata sobre un pintor de 27 años que tiene relaciones con un niño de 8 en su casa de campo, y parece una historia de amor, que también fue muy celebrada por la crítica. Después, en los años 80, el rechazo a este asunto comenzó a darse de una manera más frontal, y estos autores pierden su estatus y son olvidados, sus libros se dejan de editar. La muerte de Duvert fue muy trágica, en su pueblo, abandonado, en una casa llena de basura, y sin que nadie lo extrañara, como comprenderás. En el caso de Brongersma, que es el teórico mayor de lo que llaman amor entre niños y adultos, que de amor no tiene nada, sus libros me sirvieron mucho justamente para seguir ese discurso justificador, escamoteador, y para entender cuáles eran los términos, los escenarios, los casos en los que ellos trabajaban. Son ideas tan rudimentarias como hipócritas. Tienen el cariz de lo falso, del pretexto para depredar. Y por ello no fueron una lectura agradable, tengo que decirlo. Por momentos fue muy desagradable, no volvería a esos libros. Pero la curiosidad y el interés por finalizar este libro pudieron más.
"CICLO DEL PARTIDO DE LA CARIDAD"
Autor: José Carlos Yrigoyen.
Editorial: Álbum del Universo Bakterial.
Páginas: 62.