Había llegado el momento de reunir sus crónicas publicadas en los últimos 10 años en “The New Yorker”, en “Harper’s”, en “The New York Times”, o transmitidas en el programa que él dirige, “Radio ambulante”. Al elegirlas, fue consciente de cuáles habían sido sus obsesiones en todo este tiempo: el crimen y el castigo.
Daniel Alarcón narra sus historias desde la perspectiva del 'outsider', aquel que observa y describe, sin interés en opinar. Es el reportero invisible, que recoge detalles brillantes de la realidad como si fueran medallas de oro en el videojuego Mario Bros. Comportamientos individuales, improvisación social, negligencia del Estado: una realidad que, de tan vista, pasa desapercibida. Pero no así para Alarcón.
El autor de "Radio Ciudad Perdida" se toma su tiempo para entregar una crónica a su editor. Por ejemplo, para “Desde el pabellón 7”, texto donde aborda la elección de delegados en uno de los veinte bloques del penal de Lurigancho (que acoge a traficantes de drogas), dedicó cinco años de asiduas visitas. Quería conocer a los reos, sus historias, cómo se organiza un inédito sistema democrático en la cárcel y por qué.
—¿Escribir sobre la organización de los reos del penal de Lurigancho es una metáfora sobre cómo funciona el poder en el Perú?
En Lurigancho la metáfora es directa. Tradicionalmente, cada pabellón representa un distrito de Lima. En conjunto, tienes un mapa imaginario de la vida criminal de la capital. Y resulta metafórico, porque el pabellón 7 es habitado por la gente más pudiente, una élite cosmopolita, muchos de ellos extranjeros. No son choros de la calle, son otro tipo de criminal. Y al ver que es el único pabellón donde funciona la democracia (en los otros manda el 'taita'), uno no puede evitar preguntarse si la democracia en sí es un invento burgués. En la cárcel más hacinada del Perú, la democracia solo funciona en los espacios habitados por las élites.
—Suele decirse que el mayor problema de las cárceles peruanas es el hacinamiento. Sin embargo, en tu crónica revelas que este sostiene económicamente a las cárceles. ¿Cómo así?
La del penal es una economía informal, creada por los mismos reos como respuesta a la negligencia y el olvido estatal. Cada interno aporta semanalmente al mantenimiento del pabellón. Si hay cien internos menos, son cien aportes menos para la comida, la seguridad, la limpieza.
—Como vecinos de un edificio pagando el mantenimiento...
Exacto. En Estados Unidos y en Europa, el reo no paga por estar en la cárcel. Pero en América Latina es así. Llegas a Lurigancho y ni siquiera está garantizada tu celda. Hay gente, los 'sin zapatos', que deambulan por el penal porque no tienen un lugar dónde dormir. Es una locura. En Lurigancho sentía estar mirando el mundo al revés. Los reportajes que yo leía sobre Lurigancho se preguntaban por qué había tanta violencia. Mi pregunta era al revés. ¿Por qué no hay más violencia, dado el abandono del Estado, el hacinamiento, la drogadicción, las pugnas por el poder? Cuando visitaba Lurigancho ya había pasado su peor época, cuando había un muerto al día. Si bien aún hay violencia, ahora se vive una tensa calma social. Esa es la razón detrás de la organización democrática formada en el pabellón 7. Para no matarse, tenían que crear un sistema que les permitiera transferir poder de un grupo al otro sin necesidad de baños de sangre. Creo que, poco a poco, los reos se han dado cuenta de que, ante la negligencia del Estado, si no son ellos los que se encarguen de crear un sistema de control, corren peligro. Eso es lo que he visto.