La narración fluye, refulgente, tan inverosímil como fascinante. Mostrando sobre una de las paredes de su escritorio una calavera y un par de huesos dando forma al símbolo pirata, Jorge Eslava asegura, una y otra vez, que son restos de verdaderos filibusteros y detalla la historia con detenimiento: fue hace 20 años cuando, acompañado por su hija, enrumbó tras la leyenda. Seducido desde siempre por las historias de corsarios, llegó hasta la isla San Lorenzo en busca de los restos de la flota del holandés L’Hermite, que saqueó, encalló y murió en el Callao en 1624.
Allí, recogió estos huesos que advierten, en su reducto miraflorino, de otras contiendas personales: aquellas libradas en las aulas y la vida misma por la cultura. Poeta y educador, no da estas batallas por perdidas y acaba de publicar los libros “Paisaje de la mañana. Esbozo para un curso de literatura infantil peruana” y “Zona de encuentro. Lecturas urgentes para educación secundaria”: suerte de guía fundamental dirigida a los docentes pero interesantes –y relevantes– para todos.
— Ahora que el Perú ha llegado al Mundial, ¿hay también esperanza para la educación nacional?
Hace muchos años, a principios de los 90, un periodista me preguntó si íbamos a clasificar al Mundial y mi respuesta fue repreguntarle qué lugar habíamos ocupado en las pruebas PISA. “El último”, me dijo, y yo le dije: “Ese es el lugar que vamos a ocupar también en la tabla de la clasificatoria”. Y, efectivamente, así fue. Para mí la educación está íntimamente relacionada al fútbol, que es un arte y una disciplina que mide también cierto aspecto de nuestra cultura.
— Este año cumples 40 años de trabajo docente, y hace no mucho dijiste que no solo es una de las profesiones más ninguneadas, sino también de las que más desgastan.
Así es. Todo profesor joven, enamorado de su oficio, empieza a ejercerlo con la ilusión de transformar la relación profesor-alumno, el vínculo profesor-autoridades y, sobre todo, la relación entre los estudiantes y el proceso de aprendizaje. Eso ocurre al comienzo, pero la expectativa de vida de un profesor es de 15 años enamorado de su oficio. Luego las autoridades, las directivas del ministerio, las intervenciones nocivas de los padres de familia y el ambiente adverso que vive el profesor respecto a su profesión empiezan a erosionar esa expectativa.
— Te has quejado de los docentes que se quejan de sus alumnos.
Peor que eso. Los he maldecido. Me parece una irritante enfermedad. El nivel cultural nuestro es pobrísimo, el interés por la lectura igual, y eso es endémico, no es un problema de hoy. Cuando se habla de las mejoras de la formación lectora y se analiza el problema aislado me parece una perspectiva equivocada. Nunca hemos sido una sociedad lectora. Siempre hemos tenido escasez de bibliotecas públicas, ausencia de bibliotecas escolares, una pobreza cultural grande, pocas librerías. Basta hacer un viaje casi a cualquier provincia del Perú para constatar eso. Entonces, en ese panorama, en lugar de encender, como decía Basadre, una cerilla e iluminar el camino de algunos alumnos, los profesores preferimos mantenerlos en la oscuridad maldiciendo la mala suerte de la educación peruana.
— Por otro lado, has criticado las graves carencias del magisterio reveladas a partir de la implementación del tan publicitado Plan Lector.
Este programa se abrió sin capacitar suficientemente a los docentes, y nuestros profesores, aunque me duela decirlo, no tienen una conveniente formación profesional. Nuestros docentes no son lectores, y la gran mayoría de profesores se han visto en aprietos para llevar adelante el Plan Lector. No manipulan libros, no tienen bibliotecas en casa, no visitan las ferias de libros, no entran a las librerías. El concepto libro es un tema ajeno para los profesores. Acá mismo he tenido una chica que trabajó en mi casa que hizo toda su carrera de pedagogía y nunca leyó un libro. Toda su formación profesional fue a través de separatas.
— Estamos formando profesores de separatas.
Claro. Son profesores de separatas, efectivamente, y llegan sin conocer lo que puede contener un libro, sin la pasión. Porque se requiere pasión para enseñar. La enseñanza es un asunto de transmisión, y la transmisión tiene que operar a través de una pasión. Al final del año lo que ha leído el profesor es lo del plan lector, ¡y eso! Entonces, al final tenemos docentes que no leen más que nuestros alumnos. Y estamos hablando de una lectura que se circunscribe a la narrativa, y dentro de la narrativa básicamente a la novela. Nuestros profesores difícilmente ingresan en el campo poético porque no saben abordar un poema, desconocen otros géneros como la novela gráfica o el libro-álbum, ni qué decir de un texto dramático y tampoco cine. Y lo que más consumen los chicos en el colegio es cine y música. Un profesor, creo yo, debería ser un conocedor de las artes audiovisuales, o sea, poder descifrar una película, poder entender una canción.
— ¿A qué profesor tuyo le pondrías 20 de nota?
La epifanía yo la recibí en la universidad. Sería una exageración decir que hubo profesores en el colegio que me revelaron un mundo nuevo, aunque tuve muy buenos profesores en el colegio. De historia, por ejemplo, el profesor Burga, y un profesor de química que, aunque fue el curso que más detesté, reconozco que era un excelente profesor, y mi cinefilia se la debo a él porque me tiraba la pera todos los jueves que había práctica de química, que coincidía con los días de estreno de cine en Lima.
— ¿Y la epifanía?
Con Washington Delgado. Yo he tenido dos descubrimientos enormes. Primero, empezando la veintena, gracias a Washington Delgado que me descubrió una manera de leer, que me descubrió una manera de transmitir el conocimiento, que me descubrió un vínculo generoso, atento y sabio con el estudiante. Y la segunda epifanía la tuve con Constantino Carvallo terminando la veintena, cuando llego a Los Reyes Rojos y descubro que hay formas inteligentes de asumir la pedagogía y el oficio: el asumirlo como una misión, lo cual exige un enorme compromiso e, incluso, un enamoramiento de este oficio noble, digno, solo comparable con la medicina.
— ¿Cuándo has sentido que has fallado como maestro?
Muchas veces. Traicionado por mi temperamento: pérdida de paciencia, abatimiento, una respuesta inopinada. Pero también he aprendido a reconocer el error frente a mis alumnos, a pedir disculpas. Me parece que el de un docente es un oficio tan delicado: tienes delante de ti cuarenta almas distintas y cada una requiere un trato diferenciado y, a veces, en medio del vértigo de una clase, necesitas tomar aliento y tener una dosis de serenidad que no siempre acude cuando la necesitas.
— Ahora que algunos niños salen de vacaciones, habrá padres que querrán aprovechar para incentivarlos en la lectura.
Ningún tip funciona si no aspiramos antes a que los adultos lean. Yo he repetido muchas veces que mis hermanos y yo leímos en casa porque teníamos una biblioteca y padres lectores, porque podrías tener una biblioteca como parte del decorado hogareño, pero sumado a los libros en casa necesitamos padres aficionados a la lectura, que es una actividad misteriosa. ¿Qué contiene un libro para que un adulto esté sumergido horas frente a sus páginas? Esa era una pregunta que nos formulábamos nosotros: ¿qué magia hay en ese objeto que no es un juguete para que un adulto permanezca tantas horas frente a él? Yo creo que subconscientemente eso debe haber funcionado en nosotros, y yo diría que el primer requisito es que el libro no sea un ovni en la casa, un objeto no identificado, y que la práctica de la lectura no brille por su ausencia, o sea, que los padres realmente lean. Eso es lo primero y, luego, tratar de descubrir los intereses de un chico y no pretender que lean aquello que nos interesa a los adultos, sino aquello que les puede interesar a ellos.
— Y si quieren leer “El capitán Calzoncillos” que lo hagan.
Sí, con la esperanza de que después suban en la escala de complejidad, aunque no creo que la operación sea irreductible. No creo que empezar a leer “Harry Potter”, que para mí es una lectura desestimable, garantice que un chico vaya a leer luego obras valiosas, pero puede ser un camino. Washington Delgado decía: “Un camino equivocado es también un camino”. Y, luego, leer juntos. La lectura, como todo proceso de aprendizaje, es difícil, a veces áspero, a veces incomprendido. Lo he dicho otras veces: es demagógico hablar de que la lectura solamente nos produce placer. A veces produce hasta dolor. Y tampoco hemos aprendido ninguna actividad, ni siquiera a caminar o hablar, sin tropiezos. Nos hemos caído, golpeado, resbalado, hemos reaprendido del error. Creo que la lectura supone un proceso similar.
— ¿Leer es vencer a la realidad?
Yo diría que leer es trascender la realidad, más que vencerla. “Tanto amor no puede hacer nada contra la muerte”, dice un verso de Vallejo. Hay tantas adversidades que ni la lectura ni la creación podrán superar, pero sí es una manera de dilatar la realidad, hacerla más trascendente, más creativa, más digna. Yo creo que el lector vive capas de la realidad más profundas. La lectura nos hace crecer hacia dentro.