Gioconda Belli (Managua, 1948) ha transitado, desde el principio, entre la poesía y la narrativa. A estas alturas, y desde hace mucho, es una de las voces femeninas latinoamericanas más potentes y reconocidas. Su vida se ha visto marcada por el feminismo, la política y las letras, aunque no necesariamente en ese orden. Conversamos con ella en Arequipa, durante el Hay Festival (que finaliza hoy), donde es una de sus invitadas más emblemáticas.
— ¿Qué se siente por estos días ser una mujer nicaragüense?
Me siento como una mujer nicaragüense desplazada de su patria. Yo salí y no pude regresar por todo lo que está pasando. Pero mi país es tan chiquito que es portátil, así que he aprendido a llevarlo conmigo y eso no me lo quita nadie.
— Mientras vivía en Nicaragua, ¿en algún momento sintió su libertad creativa limitada de alguna manera?
Mi vida ha estado partida entre la actividad política y la creatividad literaria, pero no he sentido que eso me haya limitado de alguna manera. Más bien me ha dado un sentido de por qué escribo, de para qué escribo.
— ¿Y su desarrollo como mujer, como feminista?
Fíjate que me ayudó a formar mi convicción de que, como mujer, cambiar el mundo no es solo hacer una revolución, sino también trabajar en la forma en la que se concibe la vida, y una de las concepciones que más nos ha limitado como seres humanos es la concepción de la desigualdad entre los sexos, las concepciones sobre la mujer. Yo no puedo imaginar un mundo mejor si en este mundo no se pueden abolir todas las maneras de organización del trabajo y de la sociedad que fueron pensadas y creadas para que los hombres tengan una absoluta dominación. El mundo tiene que reflejar realmente la paridad. Mientras eso no suceda, vamos a seguir con estas guerras, los problemas del medio ambiente… no es que crea que todas las mujeres somos capaces y buenas. En Nicaragua, tenemos a una mujer que ha sido un flagelo terrible, que además ha usado su parte femenina más cruel contra el país. Pero sí creo que hay una innata ética femenina que tiene que ver con nuestra capacidad de dar vida, aunque no seamos madres. Y creo que este mundo, que está hecho para hacer dinero, para dominar, para hacer control territorial, está hecho de una mentalidad material que tiene que cambiar.
— Entiendo que ese era su sueño al hacer la revolución. ¿Qué pasó?
Sí, en parte. Cuando hice la revolución, pensábamos con muchas mujeres que para realmente poder hacer cambios en nuestra manera de existir teníamos que hacer cambios en la sociedad en la que vivimos. Lo que pasa es que no es tan fácil, y lo vivimos. Triunfó la revolución y a las mujeres nos desplazaron. Tuvimos que luchar por nuestros derechos otra vez. Paradójicamente, cuando se terminó la revolución, el efecto de lo que habíamos venido trabajando se vio en que hubo una presidenta mujer, una directora de la policía mujer, una presidenta de la Asamblea Nacional, una presidenta de la Corte Suprema. Fue interesante, porque no sucedió durante la revolución, sino inmediatamente después. Y en Nicaragua hay una presencia femenina muy importante en todo lo que es la organización civil y la política. Hubiéramos tenido otra presidenta mujer si Daniel Ortega no estuviera encarcelando a todos los opositores.
— ¿Cómo se relaciona usted con la figura de Daniel Ortega?
Yo lo conocí después del triunfo de la revolución y nunca me gustó, nunca sentí que era un hombre transparente. Mis encuentros con él fueron encontronazos siempre, porque tenía problemas con su concepción de la cultura, con la concepción de la mujer, con su esposa… Entonces, lo que yo veo es un hombre y una mujer que están profundamente dañados psicológicamente, que tienen terror a dejar el poder y que eso los empuja a hacer todas las atrocidades que están haciendo. No se puede explicar lo que hacen si no lo ves a través de la óptica de lo psicótico, del miedo. Decía Montaigne que la crueldad, que el dirigente cruel es el que tiene miedo. Y la verdad es que mientras más ves, lo que están haciendo en Nicaragua es movido por el miedo. Ellos son conscientes de que si dejan un margen de libertad, pueden perder el poder. Acabaron con todos los medios de comunicación, y lo que les quedaba por acabar eran los púlpitos de las iglesias, y ya tienen a obispos encarcelados.
— ¿Cómo ve el papel de la comunidad internacional respecto a Nicaragua?
Quisiera que fuera más fuerte, pero al mismo tiempo entiendo que la comunidad internacional no va a salvar a Nicaragua, la tenemos que salvar nosotros, los nicaragüenses. Pero vivimos en un mundo en el que la paz se ha convertido en una trampa, donde nos sentamos a observar sin poder evitar que los regímenes autoritarios avancen. El mundo no tiene mecanismos para enfrentar situaciones como estas porque, después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se preparó para otra cosa. El mundo está estancado en un modelo de funcionamiento que ya no es el mejor.
— Cuando habló de las iglesias, pienso en la figura de Ernesto Cardenal, entrañable, y cuya muerte fue un show para el régimen.
En los 90, Ernesto le hizo una radiografía a Daniel Ortega y se dio cuenta del tipo de persona que era. Entonces, se separó de él y lo criticó abiertamente, por lo que Ortega reacciona y le embarga hasta sus cuentas de banco. Y el sepelio de Ernesto fue una profanación de su figura, del amor de la gente. Lo hicimos en la catedral, pensando que iba a llegar mucha gente, y lo que hicieron fue mandar gente en camiones, aleccionada para gritar ciertas consignas. Nosotros tuvimos que hacer un círculo alrededor del féretro para protegerlo, pues no dejaban hacer la misa y parecía que se lo querían llevar. Y al mismo tiempo declararon tres días de luto.
— ¿Su relación con Ernesto Cardenal era más poética o más política?
Era de las dos cosas, porque a Ernesto yo lo conocí de joven, cuando leía sus libros, y él tuvo una influencia muy grande en mí. Recuerdo que sacábamos en mimeógrafo sus poemas para repartirlos en esos tiempos. Aprendí mucho a través de su pensamiento. Pero luego tuvimos una relación muy cariñosa y muy fraternal. Yo lo quería mucho y estuve con él hasta el momento que murió. Estuve a su lado, viéndolo respirar, despacito.
— ¿Y cómo es su relación con las nuevas letras nicaragüenses? ¿Qué podemos decir de una nueva corriente de escritores y escritoras?
Podemos decir muchas cosas. Que están presentes y que hay hombres y mujeres interesantes que están haciendo cosas nuevas. Mira, pasamos una época que yo le llamé “la generación del desasosiego” porque después de la revolución los poetas jóvenes no querían escribir nada que sea social o comprometido porque lo veían como propaganda y se metieron a una poesía muy hermética, influenciada por un gran poeta nuestro llamado Carlos Martínez Rivas, pero se rompió con toda la idea de los talleres de poesía, de la poesía exteriorista… pero ahora están volviendo a aparecer voces interesantes, nombres como el de Carlos Fonseca, que para mí es el mejor poeta joven que hay ahora. También tenemos a William Gonzales, que vive desde los 12 años en España, y acabo de descubrir una poeta un poco menor que yo, María Mercedes Antara, que hace poco recién se decidió a publicar su poesía. Entonces, la poesía en Nicaragua no morirá jamás. Sigue siendo un área de batalla y un deporte nacional.
— ¿Y qué es la poesía para usted?
Tengo dos cosas: la poesía es fascinante para mí porque es algo que realmente me pasa. Es como que realmente hay algo que funciona dentro de ti y aparece el poema. Yo lo trabajo y todo, pero es como una inspiración, un momento de epifanía. En cambio, la novela me requiere trabajo cotidiano, es como hacer un edificio, una cosa arquitectónica, que también me fascina. Entonces, cuando estoy escribiendo una novela, siento que tengo un empleo fijo, pero la poesía… es otra cosa. No puedo sentarme a escribir poesía todos los días.