ENRIQUE SÁNCHEZ HERNANI
@Somos
Nadie sabe con certeza si los personajes de sus obras copian a Alfredo Bryce o si el escritor los imita minuciosamente. Ni si el argumento de sus obras forma parte de la realidad o él lo inventa todo. Tales son los vasos comunicantes que el novelista ha establecido con sus libros y su propósito de confundir la ficción con la realidad. Tal el feliz entrevero entre los Pedro Balbuena, los Martín Romaña, los Felipe Carrillo, los Manongo Sterne, los Max Gutiérrez y los Alfredo Bryce o los niños llamados Julius.
Por eso no es inexacto señalar que el escritor ha vivido una biografía exagerada. A propósito de Julius, su obra cumbre, con más de un millón de ejemplares vendidos, Bryce ha contado que su afición a narrar le viene desde muy pequeño, entre los 4 y los 6 años, cuando estudiaba en el Inmaculado Corazón y era un líder nato, gran organizador de bromas e infantiles atentados. Por ser tan travieso, a veces sus padres lo amarraban a su cama. Allí, ha confesado el novelista, se dedicaba a contarse cuentos a sí mismo, mentalmente, y se desbocaba en grandes carcajadas o entraba en compungidos llantos, según el cariz de la historia. Sus padres, por ello, algún tiempo creyeron que estaba loco.
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