Un cuadrilátero los espera. La voz en off anuncia que los boxeadores se entregarán de lleno al ring. Una bola de discoteca comienza a girar. "¿Quieres pelear o invitarme a bailar?", pienso. Nunca estuvimos más cerca de ser noqueados en la pista de baile.
Arcade Fire se sube por primera vez a un escenario limeño. Hace trece años, los canadienses le cantaban a la muerte, la infancia y a la soledad en el exquisito debut llamado “Funeral” (2004), y ha pasado mucho desde entonces: cuatro discos más, un premio Grammy, y decenas de carteles como cabeza de festivales. Ellos ya están en escena y lo que menos quieren es hacernos esperar.
“Everything Now”, el cínico primer sencillo de su último trabajo del mismo nombre, abre la noche. “Cada vez que sonríes, es una sonrisa de mentira. Deja de fingir”, canta el frontman Win Butler sobre una melodía que a los críticos les recuerda a los suecos de ABBA (forzada referencia, pero no puedo negar que me encanta). Amigos, el pop también puede ser profundo.
La euforia disco de “Everything Now” se convierte en rap luego en “Signs of Life” -otro tema del último álbum que ha dividido a la crítica-, para luego dar paso a “Rebellion (Lies)”, uno de los himnos más recordados del “Funeral”.
El show se desarrolla de manera espectacular, todo está muy calculado: las proyecciones hipnotizantes, la puesta en escena, el vestuario, la bola de discoteca gigante, las luces proyectadas en la fachada del Museo Metropolitano de Lima (¡por favor, que alguien despierte a nuestro MET!). Sí, los Arcade Fire son excesivamente perfeccionistas.
Luego vienen “Here Comes the Night Time”, “Haïti”, y el apabullante “No Cars Go”. En la canción “Electric Blue”, la esposa de Butler y fundadora de la banda, Régine Chassagne, canta confundida pero liberada al ritmo: "No sé cómo cantar tu blues, Jesús".
Por dos horas, y más de 20 temas, entre ellos “Put Your Money on Me”, “Neighborhood #1 (Tunnels)”, “The Suburbs” y “Reflektor”, Arcade Fire hizo un paseo por su cancionero popular. En directo, los de Montreal son sólidos como una piedra; enormes, explosivos, barrocos, y épicos. Una decena de multiinstrumentistas -entre los que destaca la rabia y el talento del hermano de Win, William Butler- hace que el concepto de un concierto de rock se redefina, para bien, con ellos.
No es raro encontrar un discurso religioso en la música de Arcade Fire. No es una banda cristiana, pero referencias a la espiritualidad hay de sobra (sin ir muy lejos, su segundo disco se llama “Neon Bible”). Lo que sí sorprende es el ritual mesiánico en el que está envuelto Win. Ayer en Lima fundó una nueva religión.
Ver a la banda canadiense en vivo es una gran experiencia, pero sobre todo por los rituales que se encarga de liderar Butler. Tras el Encore, por ejemplo, él se acercó al público lejos de las vallas de protección para entonar la balada “We Don't Deserve Love”, mientras los asistentes lo filmaban con sus celulares. Se dio la vuelta, y seguido por un enjambre, se subió a la tarima para acompañar a su banda. Poco después, es la misma Régine quien arrodillada empieza a corear “Everything Now (Continued)” casi sumida en el llanto. El momento es glorioso.
Con "Wake up" el gran final no reconforta. Nos hemos rendido ante el pesimismo festivo de Arcade Fire. Win nos implora que no crezcamos, que podríamos salir lastimados. Yo le creo, no todo en la vida es un carnaval de pop. La bola de discoteca por ahora deja de girar.