En la película “Claroscuro”, el joven David Helfgott (interpretado por Noah Taylor) sufre un colapso nervioso por la dificultad y la presión que suponía ejecutar el concierto para piano número 3 de Sergei Rachmaninov. Guardando diferencias entre la pantalla grande y la vida real, sí es cierto que desde inicios del siglo XX esta pieza tiene la merecida fama de ser una de las más complejas que existen. Unos cuantos pianistas del circuito profesional están en condiciones de cumplir con este desafío de manera prolija. Parte de este selecto grupo es Jorge Luis Prats.
►Anne-Sophie Mutter: cuerdas que retan la perfección
Aproximadamente medio millón de notas, en perfecta cadencia y continuidad, son las que debe recordar el cubano cada vez que interpreta la imperecedera obra de Rachmaninov. Antes de sentarse frente al público, nunca piensa en esta cifra porque, de hacerlo, admite que se pondría ansioso. La práctica obsesiva es la que caracteriza a músicos de su clase. Precisamente, la estaba ensayando instantes previos a esta conversación con El Comercio, antes de que su gira fuese cancelada por la pandemia. “Los músculos tienen memoria, hay que entrenar o sino no se acuerdan”, dice.
Según explica, la misión de un artista es que la audiencia no note lo difícil que es su trabajo, sino que disfrute de su belleza. “Es un concierto que reúne diversas emociones como la alegría, la tristeza, la pasión, el amor o el humor. Es una composición maravillosa. Rachmaninov tuvo una vida personal muy rica, eso está acentuado en su producción. Requiere de habilidades técnicas extraordinarias, te obliga a prepararte a un nivel muy alto”, explica.
Su última visita al Perú fue a inicios de los noventa. El 2 de abril de este año, casi tres décadas después, iba a volver con un repertorio que no suele oírse en estos lares. Sin embargo, una crisis que tarda en revertirse deja en puntos suspensivos la oportunidad de apreciar su arte en vivo. Hoy cumple 64 años y solo el coronavirus lo ha obligado a detener su recargada agenda. Por eso no cabe duda de que una vez finalizado el temporal, Prats estará de regreso.
PIANISTA DE VOCACIÓN
Proveniente de una familia humilde, nunca faltó la música en su hogar. A los 8 años ya se encargaba del órgano de la iglesia de su villa. También le gustaba tocar canciones de The Beatles junto a sus amigos del barrio. Con su padre escuchaba pasodobles y con la abuela disfrutaba de fados por las tardes. Desde niño su obra favorita es la que está interpretando. Dicho de otro modo, lo que le hace feliz es crear melodías con las teclas.
Con 21 años viajó a Francia para el Concurso Internacional de Piano Marguerite Long-Jacques. En aquel momento, el joven Prats partió sin la ambición de ganar, algo que ahora le parece inocente. Sus años en la Escuela Nacional de Arte de Cuba le enseñaron que la actitud para encarar una interpretación debe ser la misma en un concurso o en una reunión familiar. Tal vez por eso tuvo la calma necesaria para quedarse con el primer puesto. “No se trata de competir y ser el mejor, sino de ser quien tú eres. Es decir, con la música no se puede pretender hacer algo extraordinario porque la música ya lo es. Nosotros solo podemos confiar en nuestra práctica exhaustiva”.
Sus profesores en La Habana rápidamente cayeron en cuenta de que debía emigrar para seguir cultivando su talento. Se trasladó a Moscú para estar bajo las órdenes de Rudolf Kehrer. Más adelante, recaló en Viena, donde se formó con el célebre Badura-Skoda. Aunque supo empaparse de la tradición clásica que profesaban sus maestros, sus gustos abarcan una gran variedad de géneros y estilos. Para él, la experiencia y el contacto con exponentes de ese calibre le dejaron aprendizajes que se evidencian en su performance. “En una sola nota está contenida toda la información de tu vida. Si otra persona toca la misma tecla no va a sonar igual. En el escenario se ve la verdadera esencia del pianista”, asegura.
UN TALENTO EXCEPCIONAL
Prats es muy enfático al señalar que sin esfuerzo no hay habilidad que surja. “El deseo de mejorar y la cantidad de tareas que asumes genera un producto. Si a eso le sumas la pasión, ahí es cuando logras resultados geniales”, añade. Los concertistas de renombre tienen como denominador común haber encaminado su carrera a temprana edad, por lo que se considera afortunado de que su familia lo apoyara. “Los niños más frustrados son los que se dedican a cumplir los deseos de sus padres. Pero son virtuosos los padres que abren la puerta a la vocación de sus hijos”.
Lejos de regodearse por sus méritos, se toma con tranquilidad los elogios de sus compañeros y de la audiencia. En las mañanas se dedica a pulir aspectos que lo dejaron insatisfecho acerca de sus presentaciones. “Todos somos unos genios” es una frase de Albert Einstein que resuena para él. Al igual que la mente detrás de la teoría de la relatividad, Prats es un ferviente defensor de que cada persona tiene su propio talento. “El genio es el que va toda su vida en la misma dirección. Eso siempre lo tuve claro. Por eso pienso y reflexiono acerca de los sonidos que produzco. Eso me convierte en un mejor intérprete”, remarca.
A diferencia de otros colegas, no siente una inclinación especial por algún compositor. En realidad, lo que aprecia de su ocupación es la capacidad que tiene de transportarlo a distintas épocas. De Bach a Mozart, y de Mozart a Stravinski. “Cada uno es un mundo diferente. Puedo interpretar una pieza como si estuviera en Austria en el siglo XVIII, inmediatamente después podría ser una que me lleve a Cuba cuando era niño”, menciona.
Pero no es lo único. Prats, que le ha entregado lo mejor de sí a la música, siente que lo más valioso es haberse rodeado de gente que reconoce su empeño. “He conocido personas que tienen un estado de ánimo y una forma de pensar de la que me gusta impregnarme. El premio al trabajo será repetir experiencias positivas con profesionales así”, enfatiza.
ORGULLO PERUANO
Así como Prats es un destacado exponente latino, nuestro país tampoco se queda corto al respecto. A lo largo de la historia, diferentes pianistas nacionales han sobresalido por su técnica y virtuosismo. Uno de los primeros fue el inolvidable Filomeno Ormeño Belmonte (Lima, 1899), quien fue pionero en introducir la música criolla en las radios locales. Causó tal repercusión en su época que el gobierno de Leguía lo seleccionó para dirigir orquestas en homenajes y en el recibimiento de personalidades ilustres.
Más adelante, Juan Castro Nalli (Lima, 1940) sobresaldría por su inventiva en una gran variedad de ritmos. Trabajó con la mítica Chabuca Granda y fue seleccionado como Embajador Cultural de Perú en más de cincuenta países. De igual modo lo harían César Correa (Trujillo, 1975) y Juan José Chuquisengo en la segunda mitad del siglo XX.
El célebre compositor boricua Eddie Palmieri llamó a Correa “el mejor pianista de salsa del mundo”. Ha acompañado en escena a destacados artistas como Celia Cruz, Ismael Miranda e Isaac Delgado. Por su parte, Chuquisengo tiene un acuerdo de exclusividad para la firma Sony Classical y su disco “Trascendent Journey” ha sido elegido como una de las cien mejores grabaciones en la historia de la música clásica.
Por último, hay que resaltar el trabajo que viene haciendo José Manuel García Bendezú (Huamanga, 1990). A los 13 años sus profesores en Ayacucho ya no sabían qué más enseñarle. A los 16 llegó al Conservatorio Nacional de Música, donde Helge Antoni se convirtió en su mentor. Años más tarde ganaría una beca para continuar sus estudios en la Texas Christian University, en Estados Unidos. Por ello es el pianista de su edad con mayor proyección del Perú.
TE PUEDE INTERESAR
- De “Perdóname” a “La tortura": ¿por qué han cambiado tanto las letras de las baladas románticas?
- Pablo Alborán: “Perú es una inyección de nuevas sensaciones y cada vez que voy retomo energías”
- “Los Rodríguez y el más allá”...del entretenimiento
- ¿Por qué nos gustan tanto las películas románticas?, el elenco de “Locos de amor 3” nos da la respuesta