La mezquindad dirá que era un 'freak show'. David Letterman se rió de ella. El mundo la aplaudió. Compartió pantalla con Charlton Heston en Hollywood, en “El secreto de los incas”. Yma Súmac fue la mujer de todas las voces cuya extravagante peruanidad la historiadora chalaca Carmen McEvoy ahora trata de dilucidar. Ducha en las tempestades de la Guerra del Pacífico, McEvoy cambia de rumbo en sus investigaciones y alista una biografía sobre la compatriota que, como ella, dejó el Perú para anclar en tierras gringas. Durante un período sabático de su cátedra de historia latinoamericana en la universidad Sewanee, en Tennessee, McEvoy se sienta en el balcón de su departamento en un sexto piso frente al mar de Cantolao, en La Punta, y habla del placer de la vida pausada y de ese vendaval escénico llamado Yma Súmac. ¿Garganta tenebrosa o trino divino?
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—¿Por qué Yma Súmac?
Un día me encontré en una librería de Nueva York con una biografía de ella, pero no quedé satisfecha porque no ahondaba en el sustento cultural que permite el surgimiento de ella y de Moisés Vivanco, que es el esposo, como una pareja musical. Esas cosas no surgen de la nada. No es que a ella la haya inventado Hollywood. Tenía que haber unos orígenes en el Perú y eso es lo que me interesó: cómo en la etapa de Leguía se da este movimiento neoindigenista, cuando la pampa de Amancaes se convierte en un gran coliseo al aire libre para los cantantes folclóricos, donde ella canta; cómo una cantante nacional se universaliza; y su incapacidad de complacer al público limeño, que no la quiere. La estética de la capital siempre ha estado a contramano de lo que hace el país. Ella tenía, por otro lado, toda una mitología: decía que descendía de Atahualpa, un mito que al mismo tiempo Leguía estaba inventando, porque el neoindigenismo es una invención. Ella inventa el Perú, lo empaqueta y lo vende. Ella y Vivanco son unos mercaderes de lo exótico.
—¿Hollywood le hizo daño al encasillarla?
No, porque luego de explotar en la década del 50 esa necesidad de lo exótico que tenía el público norteamericano, en los 60 se reinventa y hace jazz, fusión, música latinoamericana; se va a una gira a la Unión Soviética y Nikita Kruschev la recibe cual reina.
—Y aquí vino a los 83 años a recibir la Orden El Sol.
Que se la dan como nosotros damos las cosas: tarde, mal y nunca.
—No ha faltado quien la califique como un 'freak show'.
Dicen que ella hace una distorsión, pero yo argumentaría lo opuesto: que es una mujer que inventa la fusión, que es posmoderna, que deconstruye y reconstruye identidades, y que en los setenta se convierte en el ícono de la comunidad gay de California, que hace fiestas en honor a ella, donde comen cuy. Hay un impacto en la manera en que el Perú es interpretado y reinterpretado miles de veces debido a ella, que entra en esta discusión bizantina de cuán auténtica puedes ser, como si las cantantes vernaculares ahora lo fueran: tampoco usan una ropa típica tradicional, sino que es una especie de occidentalización de lo andino, una reinterpretación del folclor. Ella lo hace antes. Y no se lo perdonan. Cuando el poeta Eielson se encuentra con Igor Stravinsky, el gran compositor ruso, este le dice: “¿Peruano como Yma Súmac?”, y le explica que le encanta la manera cómo ella proyecta al Perú, y Eielson le dice que ese no es el Perú. Es como si hubiera un canon que define lo que es y lo que no es el Perú, y ella no entraba en ese canon, negándole sus posibilidades de crear su propia imagen del Perú. Es una incapacidad de entender lo diverso y lo raro. Se dice que sus canciones son como un grito primario, que nos remiten al momento primario de la humanidad.
—Una voz ancestral.
Una reminiscencia de un pasado ancestral que te conmueve y te perturba. Y como te perturba y no lo puedes procesar dentro de tus códigos de estética occidental, lo rechazas. Yo creo que ella es vanguardia, ella es kitsch, fusión… La mujer que se divorcia de Moisés, que era un mujeriego y la engaña con la secretaria. Ellos dos eran el Perú. Moisés era el Perú. Y el Perú la traicionó.
—¿Cómo te ha tratado a ti el Perú?
Yo no demando más de lo que merezco. Yma demandaba demasiado, y el Perú no es, pues, muy agradecido ni generoso. Así es, y uno tiene que aceptarlo.
—¿Vivimos un tiempo de deshumanización?
Por supuesto. Es la herencia de la guerra que instaló la violencia en nuestra cotidianidad, pero cuando tienes tus valores bien anclados sabes humanizar los espacios difíciles, el mundo hostil. Ahora ha llegado a tal límite el divorcio de la comunidad, la filosofía del yo, que la ciudad es invivible. Tendrá que haber una reversión y decir: “O pensamos como comunidad o todos nos vamos al suicidio”. Lo que está pasando con la corrupción: el castigo ejemplar es el inicio; si robas, te vas preso 25 años… Cuando veo a las personas en la playa, con sus hijos, con sus botes de plástico, y ves la alegría, ahí tienes la esperanza de que la gente quiere ser feliz. Es la alegría de las cosas simples. La felicidad no está en el consumo ilimitado. Es preferible tener una vida simple con tu sueldo y dormir en la noche tranquilamente, que tener veinte millones en Andorra y estar en un estado de 'shock' de pensar en qué momento te van a meter preso. El contacto con la naturaleza, la vida simple va restaurando tu humanidad.
—¿Qué agradeces al Perú?
Le agradezco una infancia feliz en La Punta, este sonido del mar, los atardeceres, el mar que te hace comprender tu pequeñez como ser humano, y entonces vas poniendo la vida en perspectiva. El Perú te da habilidades para sobrevivir, a lidiar con la adversidad permanente, la cola para la leche Enci, eso va formando una personalidad que todo lo aprecia. Hay un libro precioso que se llama “Lo pequeño es hermoso”, y es justamente eso: el apreciar lo pequeño, la economía en pequeña escala, apreciar al artesano, y no esta cosa fantástica, gigante, en la que te pierdes, y por eso es que siempre termino regresando a este pueblito, porque lo pequeño es hermoso y te ancla… Los cambios acelerados han hecho que la gente pierda la identidad de su lugar, porque la avenida La Paz en Miraflores ya no es La Paz, porque se derrumbaron las casas, porque hay edificios que ya no conoces.
—Es el desplome permanente.
Sí, de tu identidad. Entonces, cómo reconstruir esa identidad, cómo volverla a inventar: ahí está el desafío.
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