ALBERTO SERVAT
Incansable, Mariana de Althaus vuelve al teatro con una puesta en escena ambiciosa. Se trata de una adaptación de “Los hermanos Karamazov”, de Fiódor Dostoievski. Un trabajo significativo dentro de una trayectoria que siempre estuvo marcada por una fuerte tendencia a un teatro íntimo, confesional y muy privado. Pero la elección de un material de dimensiones épicas no es disparatado, ni fortuito.
En primer lugar porque, pese a las dimensiones del clásico ruso, la lectura que hace la directora no traiciona ni por un instante sus principales preocupaciones. Condensa la novela y se fija principalmente en esos elementos que han marcado su propia carrera. Y en segundo lugar porque si analizamos el desarrollo de su carrera, era lógico que De Althaus insistiera sobre el universo masculino después de “Padre nuestro”. Allí le dio el encuentro a un mundo hasta el momento poco presente en su dramaturgia, siempre caracterizada por retratos femeninos. “Padre nuestro” abre un capítulo importante porque le permitió explorar en diversos aspectos de la condición masculina, enfatizando las relaciones entre padres e hijos. Sin duda, fijarse luego en “Los hermanos Karamazov” es un desafío inesperado, ambicioso y peligroso que no cualquiera estaría dispuesto a emprender.
Si prestamos atención, “Karamazov” es una perfecta continuación a un “Padre nuestro” emotivo, laico y cercano. Es mucho más grande, definitivamente cristiano y sobre todo universal. Los hermanos y el padre Karamazov se enfrentan a sus demonios, asumen sus puestos en el tablero de juegos que les toca interpretar y enfrentan su destino.
ADAPTAR EL CLÁSICO
Pese a su compleja estructura, “Los hermanos Karamazov” -la última novela de Dostoievski- siempre ha despertado el interés de los dramaturgos y realizadores cinematográficos. La versión de Richard Brooks, estrenada en 1958, con Yul Brynner y Lee J. Cobb en los papeles estelares, es una de las más logradas debido a un guion muy bien elaborado y al nervio que su director supo imprimir a lo largo del relato.
Las adaptaciones para el cine, la televisión o el teatro de los grandes clásicos de la literatura no son cosa de hoy. Y pese al respeto que le podamos tener a muchas de estas obras, no por ello deben considerarse intocables. La adaptación es la manera de llevar esas obras a un público más amplio y diverso. Dándolas a conocer y despertando nuevas devociones.
Como todos sabemos, no hay adaptación definitiva. Lo interesante es la lectura que el adaptador hace del material original. Ahí está la clave para entender y apreciar lo que estamos a punto de ver. Una adaptación dice más del adaptador que de la propia obra. Y eso es valioso a la hora de estudiar y seguir un proceso artístico.
“Karamazov” es la lectura que hace De Althaus de la novela de Dostoievski. Su entendimiento de la novela. Y por eso el resultado es muy interesante.
Lo es en dos aspectos. En la manera que ha resumido la novela, centrándose en las relaciones del padre y los hijos, el asesinato y el proceso final. Y en el ritmo que imprime a la acción.
Desde sus primeras escenas estamos frente a una historia que se desarrolla con perfecta fluidez, dividida en escenas muy concretas, capaces de introducirnos en el universo de los Karamazov. La presentación de los personajes es correcta y su desarrollo también. Es más, el proceso penal fluye con creatividad apoyado en una sucesión de elipsis que simplifican la escena. Allí está el mayor logro de “Karamazov”. En el ritmo del relato sin traicionar ni por un instante la esencia de la novela original.
Los problemas del montaje están más bien en dos aspectos: la evolución emocional de los personajes y las interpretaciones. Para comenzar, Fiodor Karamazov, el temible padre del clan, no tiene la contundencia necesaria para inspirar horror, miedo y odio. La interpretación de Gustavo Bueno no es la que falla. Es más bien el enfoque del personaje y el tono de su interpretación. Su Fiodor puede inspirar antipatía pero no más. Nada que justifique el parricidio. Lo mismo sucede con Gabriel Iglesias, cuyo Smerdiakov pasa desapercibido en gran parte de la obra, sin insinuarse su próxima participación en un momento decisivo de la trama.
Mejor concebido, Dimitri tiene sin duda el protagonismo de la obra. Pero Rodrigo Sánchez Patiño lo interpreta de manera ilegible. Pese a sus arrebatos escénicos no proyecta una personalidad fuerte y su dicción es tan inapropiada que no se le entiende la mayor parte de los parlamentos, desde el arranque hasta el juicio.
Y entonces, en el momento en que trata de persuadir al juez y al espectador de su inocencia, es tarde ya para ser convincente. La transición entre el energúmeno déspota, digno heredero de su padre, a víctima inocente del sistema judicial es poco convincente. No hay conflicto emocional de su parte.
Los otros dos hermanos se mueven en diferentes órbitas. Fernando Luque, cuya carrera seguimos con atención, no tiene la contundencia que ha proyectado en sus trabajos más recientes. Pese a ser uno de los protagonistas del drama, aquí se pierde en un tono menor y deslucido. Cosa que no debería suceder. Su personaje, Alexei, es la consciencia de la obra. Todo lo contrario sucede con Sebastián Monteghirfo, cuya transición a la locura tiene mayores oportunidades de lucimiento, pero la estridencia de la interpretación se queda únicamente en los aspectos físicos del personaje sin proyectar mayor profundidad.
“Karamazov” es una buena adaptación de un clásico difícil y tremendo. Pero la ejecución sobre las tablas desborda los intentos por crear un drama emocional, humano y sentido, dejando paso solamente a la exaltación y al tono alto de las voces.
MÁS INFORMACIÓN
"Karamazov" se presenta en el Teatro de la Universidad Pacífico (Jr. Sánchez Cerro 2121, Jesús María). Las entradas están a la venta en el mismo teatro.