Edgar Guillén –considerado uno de los actores peruanos más talentosos y sensibles– es tal vez quien más veces ha dado vida a Ricardo III. (Foto: Británico Cultural)
Edgar Guillén –considerado uno de los actores peruanos más talentosos y sensibles– es tal vez quien más veces ha dado vida a Ricardo III. (Foto: Británico Cultural)
Juan Diego Rodriguez Bazalar

Cuando Shakespeare llegó a Londres, la ciudad se encontraba rendida ante la buena pluma de Christopher Marlowe. Autor de “Tamberlán”, “Doctor Fausto”, “El judío de Malta” y “Eduardo II”, Marlowe elevaba el nivel de las tablas al punto que, ahora, se le considera uno de los que perfiló la tragedia inglesa moderna.

Eran finales de los 80 del siglo XVI y Shakespeare buscaba hacerse un nombre en la capital. La tenía complicada por no ser alguien educado en la universidad, sino, más bien, un cualquiera, detalle no menor que le valió el odio de los académicos que no comprendían que un escritor de éxito viniera de un estrato social bajo. Imposible no recordar al dramaturgo Robert Greene, quien en un panfleto de la época lo tildó de “cuervo advenedizo” y “arrogante”. A él también se le debe la frase “shake-scene” [sacude escenas], que más que aludir a un carácter revolucionario de la prosa, debe ser entendida como un insulto al bardo.

Todo debió haber sumado para que el creador de Stratford-upon-Avon tomara la obra de Marlowe como escuela. “Podemos por tanto imaginar[lo] –escribe Andreu Jaume, editor especializado en la obra del inglés– tratando de afinar su propia voz bajo el encanto de Marlowe, a quien sin duda imitó en sus primeros dramas históricos”.

De esa primera etapa, justamente, data “Ricardo III”, obra que no ha sido puesta con tanta constancia en los teatros de nuestra ciudad, aunque sí con éxito. Tanto el montaje que el teatro La Plaza hizo a finales del 2013 –con Miguel Iza como protagonista y Chela de Ferrari en la dirección– como el que se montará mañana en el auditorio del Británico de San Martín de Porres –que tiene a Edgar Guillén como el maquiavélico monarca (un papel que él ha sabido desarrollar durante años en el teatro de su casa y en funciones a delivery)– han tenido llenos de sala.

Miguel Iza dio vida a Ricardo III en el montaje que el teatro La Plaza hizo en el 2013. La dirección fue de Chela de Ferrari. (Foto: diario Gestión)
Miguel Iza dio vida a Ricardo III en el montaje que el teatro La Plaza hizo en el 2013. La dirección fue de Chela de Ferrari. (Foto: diario Gestión)

OTRAS MIRADAS “¿Sabes por qué Ricardo III es tan importante? Porque William Shakespeare escribió sobre él”. El dramaturgo Alonso Alegría es claro: un personaje como él –prácticamente desconocido y quizás sin relevancia en la actualidad por su vida misma– solo nos llama la atención porque el bardo lo hizo inmortal sobre las tablas.

Alegría recuerda una de las escenas más lúcidas de la obra, cuando Ricardo, conde de Gloucester –título que ostenta antes de llegar a la corona– se jacta de su labia. Sin vergüenza, él comparte al público sus deseos y anota que desposará a Lady Ana: “Me casaré entonces [con ella], que aunque yo maté a su esposo y padre, no hay medio mejor para satisfacerla que convertirme en su esposo y en su padre”. Después de ponerse a su merced, de responderle con halagos a una serie de improperios, y de llevarse una espada al cuerpo para entregarle su vida, la convence.

Ian Mckellen también ha dado vida al tirano.
Ian Mckellen también ha dado vida al tirano.

Edgar Guillén, por su parte, anota que se trata una obra “absolutamente actual”. “Está de más decir que toca un tema muy próximo a nosotros”, señala. Quizás el intérprete haga referencia a la traición, complicidad, ambición, hipocresía. O quizás al poder y su naturaleza efímera: podría bien considerarse a esta obra como la que narra el ascenso y muerte de un hombre despiadado que solo ansía el control total. Un retrato de un muy simpático tirano paranoico.

UN RELATO NACIONAL “Ricardo III” es heredero de las corrientes de moda de los tiempos que vivió su autor. Entonces, las naciones tomaban formas y era indispensable crear cierta mitología –“épica propia”, en palabras de Jaume– basadas en historias y crónicas. Las “Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda” (1587) y “La unión de las dos nobles e ilustres familias de Lancaster y York” (1542) de Eduard Hall fueron inspiración.

En esta pintura, fechada cerca de 1800, se ve a Ricardo III (sobre el caballo blanco) luchando contra Richmond, futuro Enrique VII. (Foto: Getty)
En esta pintura, fechada cerca de 1800, se ve a Ricardo III (sobre el caballo blanco) luchando contra Richmond, futuro Enrique VII. (Foto: Getty)

“De alguna manera –se lee en el ensayo ‘Los dramas históricos de Shakespeare’ de Jaume–, [el bardo] aprovechó la impuesta glorificación de la llegada al poder de los Tudor para ahondar, muy por encima de la anécdota histórica, en las cuestiones que más le interesaban. En el ciclo de las Rosas […] (una secuencia que empieza con los antecedentes dinásticos del conflicto en ‘Ricardo II’, sigue en las dos partes de ‘Enrique IV’, luego en ‘Enrique V’, hasta que en la trilogía de Enrique VI estalla la guerra que culmina en ‘Ricardo III’, donde se alza con el poder la casa de los Tudor), además de abordar conflictos políticos –la guerra civil, la guerra con Francia, las intrigas palaciegas, la lucha por el trono– saca a la luz la desnuda y aterida humanidad que se oculta tras las máscaras públicas”.

Escrita entre 1592 y 1953, según los entendidos sería la primera obra que el bardo escribió para la Lord Chamberlain’s Men, con particular interés en Richard Burbage, actor principal de la compañía. No hay duda, sin embargo, de que se trata de una obra protagonizada por uno de los personajes más queridos de la audiencia mundial: Ricardo (para algunos muy influenciado por el Barrabás de “El judío de Malta” de Marlowe) es un rey deforme que comparte su malicia, planes y maquiavélica simpatía con el público, al que hace cómplice de su ascenso al trono.

Hay un detalle no menor: Alegría destaca que, a medida que la obra transcurre, Ricardo empieza a dirigirse con menos frecuencia a la audiencia. El favor del público se va perdiendo, el velo del carisma del personaje se cae y se ve, por fin, al hombre capaz de matar a dos niños e hijos de su hermano con tal de tomar el poder. En él, afirma Alegría, se divisan algunos de los más nefastos líderes de naciones de la historia por lo que, sin importar que el personaje de Shakespeare se haya basado o no en la realidad –dicen los estudiosos que la historia habría sido distinta a la que nos llegó de la pluma del escritor–, su muerte sirve para tranquilizar y saldar cuentas, algo que la realidad no suele permitir.

En medio de la batalla (la de Bosworth Field), Ricardo se ve impotente y clama a viva voz “¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!” y parte a luchar. El destino querrá para él que se bata espada con espada contra Richmond, quien le da muerte y toma el trono como Enrique VII. Algo así como un final feliz.

MÁS INFORMACIÓN Lugar: auditorio del Británico de Los Jardines. Dirección: Av. Alfredo Mendiola 1200, San Martín de Porres. Horario: este 24 de setiembre, desde las 7:30 p.m. Ingreso: libre, capacidad limitada.

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