Desde hace unas semanas, cruzar la puerta del Jr. Ucayali 130, en el Centro Histórico de Lima, se parece a un viaje en el tiempo. Hay antiguos frascos medicinales, balanzas de distintos tamaños y modelos, morteros, mobiliario enchapado en madera y arriba del hall, un letrero que aclara el panorama: “Botica Inglesa. Desde 1838”.
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Decimos un viaje en el tiempo –y no un viaje al pasado–, porque en el nuevo local de la botica más antigua de Lima se funden lo tradicional y lo moderno. Aparte de sus viejos pero bien conservados detalles, también hay un laboratorio de última generación perfectamente implementado para trabajar los insumos químicos que hasta hoy producen. A 183 años de su apertura, ha ido a la par de los procesos de desarrollo e innovación farmacéutica.
Casi bicentenaria, la Botica Inglesa ingresa hoy a una nueva etapa bajo la gerencia de Mariana Cruz Barón, heredera de una familia que durante varias décadas administró las farmacias más tradicionales de Lima: Botica Inglesa, Botica El Inca, Botica La Merced, Botica Bolívar. Un conjunto de negocios que en su momento atravesaron el Jirón de la Unión y formaron parte de un panorama entrañable, como aún puede verse en algunas fotos del recuerdo.
ESFUERZO Y FORTUNA
La historia de la Botica Inglesa con el ciudadano alemán Juan Meyer como su fundador. Luego pasó por un par de dueños más, entre ellos el doctor Otto Wagner y el laboratorio Colomer & Reverditto, consolidándose como una empresa próspera y muy popular, como se constata en algunas fotografías incluidas en esta nota, parte de la colección de Vladimir Velásquez, director del proyecto Lima Antigua.
A mediados del siglo XX, la Botica Inglesa recayó en manos de la familia Cruz gracias a la historia de talento y persistencia (y también de suerte) de Guillermo Cruz Olaya, abuelo de la hoy gerenta. Natural de Sullana, don Guillermo llegó muy joven a buscar trabajo en Lima y lo consiguió como empleado de limpieza en la también antiquísima (y hoy desaparecida) Botica Francesa, por entonces propiedad de la familia Belmont. Su curiosidad lo llevó a trabajar en el laboratorio de la botica y luego a convertirse en administrador del negocio. Pero su ascenso le guardaría una sorpresa más.
La fortuna lo benefició al ganar la lotería de Lima y Callao, en los años 50. Con ese dinero decidió comprar la Botica El Inca para convertirla en su negocio personal. Pasó el tiempo, y a punta de trabajo, Cruz Olaya fue adquiriendo una tras otra las boticas ya mencionadas, dándole a cada una algunos rasgos particulares (en la Botica La Merced, por ejemplo, se especializaron en medicinas para pacientes psiquiátricos, mientras la Bolívar destacaba por sus cosméticos y perfumería).
CLÁSICO DEL CENTRO HISTÓRICO
Los hijos de don Guillermo Cruz crecieron entre su casa y las boticas familiares. Durante las vacaciones escolares, su padre llevaba a los tres hermanos –Guillermo hijo, Alberto y Harold– para que trabajaran lavando frascos, etiquetándolos, poniendo los corchos. Eran los tiempos del arte del preparado farmacéutico (las recetas magistrales), de la Colonia de la Casa (uno de sus productos emblemáticos), e incluso de los helados y algodones dulces que también vendían y que se hicieron populares entre los paseantes del Jirón de la Unión.
Los memoriosos recordarán la flecha gigante que, colocada en el segundo piso del local de la Botica Inglesa, apuntaba al negocio para ubicar hasta al más despistado. Sin embargo, una serie de factores provocaron que las boticas fueran cerrando una a una: la crisis económica de los años 80, el ingreso de las grandes cadenas farmacéuticas, etc.
Pero la Botica Inglesa fue la única que operó de forma continua. Eventualmente, se tuvo que trasladar a la cuadra 3 del jirón Cailloma, donde permaneció durante muchos años. Y recién el último 16 de agosto abrió sus puertas, renovada, en la 1 de Ucayali (donde antes se ubicó también la Botica El Inca). Frente al Pasaje Olaya, a una cuadra de la Plaza de Armas de Lima. Más céntrica, imposible.
NUEVOS TIEMPOS
Tras varias décadas al mando de Harold Cruz Bravo de Rueda, hijo menor del patriarca botiquero, ahora pasa a una tercera generación con Mariana Cruz, que ha hecho un alto a su carrera de directora de teatro para concentrarse en continuar el legado familiar. Eso sí, algo de la obsesión por el detalle en el arte escénico parece haber aplicado en la hermosa remodelación de la nueva Botica Inglesa.
“Como la estructura original no se puede tocar, hemos emulado mucho de la apariencia antigua con material prefabricado, y hemos tratado de recuperar lo más posible de algunas partes, como el suelo, que estaba en muy mal estado”, cuenta Cruz Barón mientras nos muestra orgullosa el negocio que antes encabezaron su padre y su abuelo.
Ciertamente, hay mucho de épico y romántico en la idea de relanzar una botica independiente dentro de un mercado aún dominado por el modelo oligopólico de unas grandes cadenas. ¿Por qué atreverse a encarar esa lucha en apariencia desigual? “Le tenemos al fe al tipo de servicio que brindamos. Uno que se diferencia del resto por un trato más personalizado y humano. Sabemos que hay muchos clientes que llegan y no necesariamente para comprar, pero que quieren ser escuchados”, explica Mariana Cruz, sentada frente al mismo escritorio en el que trabajó su abuelo, pero con ideas claras en el futuro.
En tiempos de reinvenciones, la Botica Inglesa no solo apunta al rubro farmacéutico convencional, sino que apostará por retomar la práctica de los preparados especializados, del abastecimiento de químicos para otras empresas, y de explorar medicinas de corte más natural, cada día más revaloradas. Por lo pronto, no hace falta esperar la necesidad de un remedio para invitar a darse una vuelta por la relanzada botica. Tan solo ir a mirarla hace bien.
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