
¿Puede una película convencerte de que lo que ves en pantalla “podría pasar mañana”? “Una casa de dinamita” (“A house of dynamite”) lo intenta y, entre la tensión política y el silencio de la sala, deja a cualquiera preguntándose qué es realidad y qué es ficción. Quédate: desgranamos, con datos y matices, dónde se apoya la película en hechos reales y dónde entra la licencia dramática.
Primero lo claro: no es una historia real. El relato de un misil balístico intercontinental que apunta a Chicago y la carrera burocrática y militar por responder es ficción creada para el cine; aun así, la película bebe de procedimientos, instalaciones y protocolos reales que la hacen sonar inquietantemente verosímil.

¿QUÉ ES REAL Y QUÉ ES FICCIÓN EN “UNA CASA DE DINAMITA”?
Por ejemplo, la idea de un ataque sorpresa no es (completamente) descartable en abstracto, pero los expertos señalan que una guerra nuclear generalmente surge por escaladas más complejas, no por el lanzamiento aislado de un solo ICBM. Es decir: la probabilidad técnica de un único misil solitario es baja, pero la película usa ese “qué pasaría si…” para activar la maquinaria dramática.
En cambio, muchas piezas del decorado sí son reales. Fort Greely en Alaska existe y alberga defensas antimisiles; los interceptores funcionan en la vida real y pueden fallar —tal y como muestra la cinta—, lo que sube la ansiedad narrativa y remite a las limitaciones tecnológicas de la defensa. Esa base no es invención: es un elemento verídico que aporta autenticidad.
Otro detalle que la película reproduce fielmente es la presencia del famoso “football” nuclear: el maletín con códigos y procedimientos que viaja con el presidente. En el mundo real la decisión última de represalia recae sobre el comandante en jefe, y el film explora precisamente ese peso ético y práctico.

¿POR QUÉ SUENA TAN AJUSTADA A LA REALIDAD?
Buena parte de la verosimilitud proviene del equipo creativo: Noah Oppenheim, con experiencia en periodismo y contactos gubernamentales, y Kathryn Bigelow, cuya filmografía previa (como “The hurt locker”) le ha dado acceso a fuentes y asesores militares. Esa investigación robusta permite que lo ficticio se vista de hechos.
No obstante, la película también ejerce su derecho a dramatizar: simplifica cadenas de mando, acelera tiempos de decisión y coloca personajes en situaciones límite para exprimir la tensión humana. Además, la premisa del “misil solitario” y el final deliberadamente ambiguo son recursos cinematográficos.
Al final, “A house of dynamite” funciona como un híbrido: no es un documento, pero tampoco es puro entretenimiento vacío. Sirve como simulacro imaginado que combina instalaciones reales, protocolos auténticos y una fiebre dramática intencional. Verla es entender que el cine puede ser caja de espejos: refleja lo que podríamos temer y, a la vez, nos empuja a preguntar qué haríamos si el escenario se volviera real.
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