
Cuando pensamos en visitas inesperadas, solemos imaginarnos a alguien que llega a casa sin avisar. En el universo, esas “visitas” también existen, aunque ocurren a una escala mucho mayor y con una frecuencia muy baja. Se trata de objetos que no nacieron en nuestro sistema solar, pero que, por azar, atraviesan nuestra zona cósmica.
Los astrónomos comparan estos eventos con recibir un viajero que viene de un lugar desconocido. Cada uno de ellos trae información valiosa sobre su origen y permite establecer comparaciones con nuestro propio sistema solar. Conocer a esos forasteros espaciales es, de cierta forma, conocernos mejor a nosotros mismos.
A lo largo de la historia, solo hemos confirmado tres de estos visitantes. El primero fue Oumuamua, detectado en 2017, cuya forma y comportamiento dieron pie a todo tipo de especulaciones, incluso a rumores sobre naves extraterrestres.
En 2019 llegó Borisov, un cometa con una composición muy peculiar. Y ahora los telescopios se centran en 3I/ATLAS, el tercer objeto interestelar del que tenemos registro.

Este último fue identificado el 6 de agosto gracias al sistema ATLAS (Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System). Desde entonces, observatorios como el James Webb, el Hubble, SPHEREx y TESS siguen su trayectoria con detalle.
Aunque su nombre pueda sonar alarmante, no existe ningún riesgo de impacto: su paso más cercano al Sol ocurrirá el 29 de octubre ubicándose a 1,4 unidades astronómicas, una distancia un poco más lejana de lo que se encuentra Marte.
Lo que realmente interesa a los científicos es la composición del cometa. Estos suelen estar formados por roca y distintos tipos de hielo, que al acercarse al Sol se convierten en gas y plasma, formando sus características colas.
En el caso de 3I/ATLAS, las primeras observaciones revelaron algo llamativo: contiene ocho veces más dióxido de carbono que agua, una proporción muy distinta a la de la mayoría de cometas de nuestro sistema solar.

En la práctica, esto significa que su lugar de origen podría ser muy diferente a lo que estamos acostumbrados. Mientras Borisov destacaba por su abundancia de monóxido de carbono, 3I/ATLAS muestra un predominio del dióxido de carbono, acompañado de agua y pequeñas cantidades de monóxido.
Los expertos señalan que esta proporción puede variar a medida que se acerque al Sol. El motivo es que distintos hielos se subliman a diferentes temperaturas y, además, podrían quedar expuestas capas internas que hoy no vemos.
Si el dióxido de carbono continúa siendo dominante, los científicos barajan tres posibles causas: que se formara en una zona de su sistema donde ese hielo era común, que la radiación interestelar eliminara parte del agua durante su trayecto o que la nebulosa original que lo vio nacer tuviera una composición distinta a la nuestra.

Por ahora, no hay forma de saber cuál de estas hipótesis es correcta. Será el propio Sol, con su calor y radiación, el que nos ayude a descubrir más detalles cuando el cometa se acerque en los próximos meses.
Cabe agregar que, aunque algunos puedan insistir en teorías hipotéticas, los astrónomos aclaran que no hay razones para pensar que 3I/ATLAS sea una nave extraterrestre.
Como ocurrió con Oumuamua, las variaciones en su velocidad o trayectoria tienen explicaciones físicas conocidas. Se trata, sencillamente, de un viajero interestelar que ofrece la oportunidad de aprender un poco más sobre los mundos que existen más allá de nuestro sistema solar.
Lo que debes saber sobre el cometa 3I/ATLAS
El 3I/ATLAS, objeto interestelar detectado por el telescopio ATLAS en Hawái, debe su nombre a que es el tercer objeto interestelar descubierto, tras ‘Oumuamua y 2I/Borisov, reconociendo al observatorio que lo identificó.
Se trata de un viajero cósmico que no pertenece a nuestro sistema solar. Su órbita hiperbólica muestra que proviene del espacio interestelar, es decir, nació en otro sistema estelar y fue expulsado de allí antes de cruzar por nuestra región.
El origen de 3I/ATLAS sigue siendo un enigma. Los astrónomos creen que podría ser un fragmento de cometa o asteroide formado en torno a otra estrella, lo que lo convierte en una muestra natural de otros mundos lejanos.
Estudiarlo nos permite asomarnos a la historia de sistemas solares ajenos. Analizar su composición y movimiento ayuda a comparar nuestro sistema solar con otros y a entender mejor cómo se forman y evolucionan los planetas en la galaxia.
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