Los cisnes son un ejemplo de los límites de la inferencia inductiva como fuente de conocimiento. Hasta el siglo XVII, ningún europeo había visto jamás un cisne que no fuera blanco. Se asumía, por ende, que ese era el color de todos los cisnes. Por eso causó gran asombro el que, a fines de ese siglo, una expedición europea hacia Australia Occidental demostrara la existencia de cisnes negros.
En su libro “El cisne negro”, el especialista en estadística Nassim Taleb emplea esa anécdota como metáfora para explicar cierto tipo de eventos. Para nuestro propósito, resumiremos la idea de la siguiente manera: un cisne negro es un evento cuya ocurrencia es altamente improbable pero que, en caso de ocurrir, tendría un enorme impacto sobre la sociedad. Algunos sostienen que ese sería el caso de una pandemia mundial. De hecho, definieron la pandemia del COVID-19 como un cisne negro el banco de inversión Goldman Sachs, la empresa de capital de riesgo Sequoia Capital, y la revista de negocios “Forbes”.
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El problema con ello es que el libro de Taleb (del cual tomaron tanto el término como su definición), sostiene explícitamente lo contrario. En su libro, Taleb sostiene, textualmente, no solo que una pandemia mundial era un evento probable, sino además que su probabilidad de ocurrir crecería con el paso del tiempo: “Mientras más viajemos en este planeta, las epidemias se harán más agudas. (…). Veo riesgos de que un virus muy extraño y agudo se propague por todo el planeta”. Entrevistado sobre el tema, Taleb reiteró lo que sostenía en su libro, añadiendo que en su opinión la pandemia del COVID-19 era un evento cuya probabilidad de ocurrencia era significativa y que, por ende, podía haberse previsto.
Existen varias razones para coincidir con esa estimación. De un lado, las pandemias son eventos recurrentes en la historia de la humanidad. La actual se produce un siglo después de que la gripe española diezmara parte de la población mundial, y es la tercera pandemia en un lapso de 17 años (es decir, desde el SARS en el 2003). Varios análisis para el 2020 preveían que uno de los riesgos probables para la economía mundial era la posibilidad de que ocurriera una pandemia.
La Unidad de Inteligencia de la revista “The Economist”, por ejemplo, consideró que eran cinco los riesgos principales para la economía mundial en este año: el tercer lugar lo ocupaba la posibilidad de que “el coronavirus provoque un daño perdurable a la economía global”. Ese era un escenario al que asignaba una probabilidad de ocurrencia de un 20%. Pero también existían estimaciones que nos advertían de que, en caso de ocurrir una pandemia, no estábamos preparados para enfrentarla.
Por ejemplo, el Índice de Seguridad de Salud Global del 2019 contenía un capítulo cuyo título no requiere mayor explicación: “La seguridad sanitaria nacional es débil en aspectos fundamentales alrededor del mundo. Ningún país está debidamente preparado para epidemias o pandemias, y todos los países tienen problemas importantes por resolver”.
En otras palabras, existía suficiente información como para saber que una pandemia era probable y que era necesaria una mayor preparación para poder afrontarla en forma apropiada.
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¿Qué es el coronavirus?
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).
El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.
El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.
Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.
Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.
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