El papa Francisco durante una misa en el Día Mundial del Niño en la Basílica de San Pedro en el Vaticano el 26 de mayo}. (Foto: AFP).
El papa Francisco durante una misa en el Día Mundial del Niño en la Basílica de San Pedro en el Vaticano el 26 de mayo}. (Foto: AFP).
/ FILIPPO MONTEFORTE
Ginevra Baffigo

Desde hace unas semanas el mundo cuenta con un nuevo extranjerismo, y no de los más santos. El insospechable impulsor de esta innecesaria expansión del lenguaje, colectivo e internacional, es el Santo Padre.

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Durante un encuentro con la Conferencia Episcopal Italiana, contestó a los prelados dudosos sobre recibir a aquellos que muestren “tendencia homosexual”, con un tajante: “Ya hay demasiada ‘frociaggine’ [’mariconería’]” en los seminarios.

Era un encuentro privado, a puertas cerradas; claramente para los homosexuales con vocación, pero no para el cotilleo de la curia romana.

Cómplices una prensa indiscreta y unos obispos insidiosos, el Papa terminó en la primera plana con una palabra propia de una ‘borgata’ (barrio popular ) y no de la Cathedra Petri. La jerga romana, de la que el pontífice adoptó con tanta ligereza nuevo vocabulario, es más despectiva y trivial que su análoga de la RAE.

El debate, en un mundo dominado por un lenguaje políticamente correcto, se ha centrado en la semántica. Y eso siempre es un esfuerzo ‘virtuoso’.

El Papa progresista que muchos vieron en Francisco, capaz de cuestionarse con un “¿quién soy yo para juzgar [a los gays]?” en el 2013, se convirtió en homófobo por decir ‘mariconería’ 11 años después.

Desde el otro púlpito, los mas píos, fieles a la tradición inquisitorial, tampoco tardaron en indicar a los obispos por chismosos, y a Bergoglio por dejar que semejante vocablo saliese de la boca del vicario de Cristo en la Tierra.

Del pecado a la culpa, el paso es muy católico. Bajo una lluvia de críticas, la Santa Sede sacó el paraguas: “En la Iglesia hay lugar para todos”. No fue suficiente. Aún no hay redención, pero el mundo de los hombres es tan efímero ¡que tampoco hay que perder la fe!

Si bien el abuso lingüístico de Francisco se puede atribuir a que se expresó en su segundo idioma, este, a través del enredo, delata nuevamente un método consolidado. Con otra salida infeliz –y eso que “perseverar es diabólico”–, puso en la mesa la existencia de homosexuales en los seminarios.

¿Una epifanía? No, es un asunto de Estado. Cuando el Papa habla, lo es: habla el soberano del Vaticano, y para los católicos, el siervo de los siervos de Dios. Y la forma es el fondo: la formación del clero en el siglo XXI y el dogma de que el voto de castidad sea prerrogativa de los heterosexuales.

Francisco se hunde así en una crisis que no es ni chiste ni chisme. Y que se puede repetir. Su lenguaje es voluntariamente poco canónico. Lo acerca más a los fieles, pero difumina la solemnidad de su cargo. Y en este caso, con un ‘scherzo da prete’ (una broma de cura) –expresión italiana menos popular usada para referirse a una burla de mal gusto–, termina sacando a la Iglesia del clóset.

Amén. Pero si esto pasa con las palabras del Santo Padre, ¿qué podemos esperar de los gobernantes más profanos?

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