Cuando en mayo del 2016 Barack Obama se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos en visitar Hiroshima desde la Segunda Guerra Mundial, a nadie escapó un detalle no menor en aquella visita histórica: el viaje no incluyó Nagasaki, la otra ciudad japonesa que sufrió los estragos de una bomba atómica en aquel aciago agosto de 1945.
Vivir a la sombra de Hiroshima ha sido el sino de Nagasaki en estos 75 años transcurridos. No tiene un ‘best seller’ como “Hiroshima”, el desgarrador libro de John Hersey sobre las secuelas del ataque nuclear en dicha urbe, o películas de la envergadura de “Hiroshima mon amour” (1959) o “Lluvia negra” (1989), aunque “Rapsodia en agosto” (1991) sí alcanzó a incluirla.
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Mucho más conocido mundialmente es, además, el Enola Gay -nombre del avión que dejó caer la bomba sobre Hiroshima- que Bockscar, como fue bautizada la nave que lanzó su carga mortal contra Nagasaki.
Y para terminar con las abrumadoras comparaciones, Little Boy -el nombre que recibió la bomba de 4.400 kg que explotó a una altitud de 600 metros sobre Hiroshima- es más famosa que Fat Man, el nombre clave del artefacto que arrasó tres días después con la otra urbe nipona.
“La razón principal por la que Hiroshima eclipsa a Nagasaki ante la prensa internacional y la opinión pública mundial es que la primera simboliza el primer ataque nuclear contra una ciudad en la historia de la humanidad”, sostiene en diálogo con El Comercio Augusto Hernández, catedrático y miembro del CEAS (Centro de Estudios Asiáticos) de la Universidad San Marcos.
“En segundo lugar, está la mayor cantidad de bajas en Hiroshima que en Nagasaki. En la primera ciudad se calcula que el día de la explosión hubo 80 mil muertos, y se sumaron entre 50 mil y 60 mil más en los días y semanas siguientes, mientras que en Nagasaki las muertes inmediatas fueron calculadas en 40 mil, y unas 30 mil posteriormente por efecto de la radiación y las heridas”, agrega Hernández.
No obstante que la bomba lanzada sobre la segunda urbe tenía mayor potencia que Little Boy, la mortandad y el área de destrucción fueron menores debido a la geografía de Nagasaki -guarecida por colinas y montañas- y a la dificultad en la ubicación precisa por radar del objetivo. Así pues, la letalidad no llega a equipararse con lo que ocurrió tres días antes en Hiroshima ni mucho menos con lo que ocurrió en Tokio el 10 de marzo de ese mismo año, cuando un bombardeo convencional mató a unas 100 mil personas.
La importancia de Nagasaki
La trascendencia de la segunda localidad atacada para la posteridad radica en que cinco días después del ataque llegó la rendición absoluta e incondicional del país del Sol Naciente.
“El impacto de la bomba de Nagasaki fue tal que no hubo nada más que discutir, solo quedaba la rendición, ese mismo día 9 por la noche cayeron bombas incendiarias y convencionales en Tokio, pero lo que acabó torciendo la voluntad de la facción militarista del mando japonés (que no quería rendirse) fue, sin duda, lo ocurrido en Nagasaki. Con Hiroshima no hubo respuesta a la exigencia estadounidense de capitulación inmediata”, apunta Hernández.
Según un reportaje de la cadena BBC, Nagasaki -que era por entonces la cuarta ciudad más grande de Japón- no estaba entre los objetivos iniciales de las operaciones nucleares de la administración del presidente estadounidense Harry Truman, tanto por su difícil topografía para llevar a cabo ataques aéreos como por la proximidad de un campo de prisioneros de guerra aliados.
“De hecho, la inclusión de Nagasaki en la lista de objetivos parece que fue decidida de manera apresurada: aparece garabateado con pluma en un documento de alto secreto mecanografiado con fecha del 24 de julio de 1945”, revela la cadena británica.
¿Por qué tiraron la segunda bomba?
Una de las interrogantes que historiadores y expertos se han planteado siempre es si fue realmente necesario el lanzamiento de la segunda bomba sobre Nagasaki.
“Japón se convirtió en una especie de conejillo de indias cuando Estados Unidos intentó demostrar que tenía a su alcance un impresionante poder de destrucción, por ello el ataque sobre Nagasaki apenas tres días después del primero”, reflexiona Brahma Chellaney, profesor indio del Centro de Investigación de Políticas de Nueva Delhi.
Uno de los sobrevivientes de la tragedia atómica, Teruo Hideguchi, concordó en una entrevista del 2005 con esta postura. “No fue una estrategia militar sino simplemente un experimento de Estados Unidos”, añadiendo que en Nagasaki lo que Washington quiso probar fue una bomba de plutonio, y así compararla con las secuelas del explosivo alimentado con uranio utilizado en Hiroshima.
El profesor Augusto Hernández aclara que la potencia industrial estadounidense era muy superior a la japonesa: “En 1942, EE.UU. fabricó 11 o 12 portaaviones, mientras Japón solo construyó uno, además 70 mil aviones de guerra al año por un lado y 20 mil del otro, al final EE.UU. ya estaba arrasando con Japón”.
¿Y por qué entonces el segundo lanzamiento? “EE.UU. sabía que iba a ganar la guerra, pero sus autoridades no olvidaban que en las batallas de Iwo Jima y Okinawa habían muerto muchos soldados norteamericanos. Calcularon que de seguir así, más allá de salir vencedores, iban a tener más bajas, acaso por encima de las 100 mil, y entonces como ya se tenían listas las dos bombas nucleares pues deciden usarlas y disminuir esa hipotética tasa de bajas”, esboza Hernández.
Un factor adicional a tener en cuenta es que en la víspera de la incursión sobre Nagasaki, la Unión Soviética le declaró la guerra a Japón. “Impresionar a los soviéticos fue más importante que terminar la guerra en Japón”, le dijo hace un tiempo Mark Selden, historiador de la Universidad de Cornell (Gran Bretaña) a la BBC.
Se trata de una hipótesis que Hernández prefiere manejar con pinzas. “También se ha dicho que EE.UU. lanzó la bomba sobre Nagasaki para asustar a la URSS, como una especie de arma coactiva por más que en ese momento estuvieran del mismo lado, pero me parece que para la Administración Truman lo inmediato era resolver el problema con Japón y atenuar cuanto antes el número de bajas en las tropas norteamericanas”.
Para el historiador Tsuyoshi Hasegawa, fue justamente la inesperada entrada en la guerra de los soviéticos lo que hizo capitular al estado nipón. Según las indagaciones en archivos rusos, Japón se esperanzó hasta último momento en que Moscú mediaría para conseguir una solución diplomática. Una solución que nunca llegó y que acabó con el segundo y último bombardeo atómico sobre una ciudad un día como hoy hace 75 años.
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