Desde hace dos años Simon Cockerell dirige la principal empresa de viajes turísticos a la tierra de Kim Jong-un. (Archivo Personal / AP)
Desde hace dos años Simon Cockerell dirige la principal empresa de viajes turísticos a la tierra de Kim Jong-un. (Archivo Personal / AP)
Redacción EC

Cada año cerca de 5.000 turistas extranjeros visitan el país más hermético del mundo: Corea del Norte. La mayoría de ellos llega gracias a la empresa que desde el 2015 dirige Simon Cockerell.

—¿Qué esperaba encontrar la primera vez que fue a Corea del Norte?
Vivía en China y había estado en Rusia, así que pensaba que me encontraría algo parecido y que sería como un viaje al pasado. Y hay algunos elementos parecidos, sobre todo estéticos, pero es mucho más complicado y apasionante. La historia, el pueblo, la sociedad… hay muchas diferencias. Es interesante y frustrante al mismo tiempo: vas con muchas preguntas y regresas con más. Queremos respuestas sencillas y Corea del Norte es bastante complejo.

—Sorprende ver hoy en Pyongyang una clase media emergente en restaurantes extranjeros y cafeterías, que compra electrodomésticos y ropa importada.
Ese es el mayor cambio social en dos décadas. Esa clase ya existía antes de que la viéramos, pero los que tenían dinero lo gastaban en aparatos para su casa. Ahora ya no está mal visto consumir sin freno. Queda alguna reticencia: en los restaurantes con mejores vistas de la ciudad las cortinas aún están muchas veces cerradas. Pero si tienes un bolso o unos zapatos buenos, puedes lucirlos sin problema. Es un cambio que ha emergido desde abajo y que el Gobierno tolera, simplemente mira hacia otro lado.

—¿Ocurre como en China durante la apertura económica treinta años atrás?
Sí, es contradictorio en una sociedad igualitaria. Aún quedan los muy idealistas que piensan que la pureza política y espiritual es más importante que los bienes materiales y que quizá desprecien ese reloj de lujo. Pero mejorar las condiciones de vida es consustancial a la condición humana. El tema es que las oportunidades no son para todos, sino para una clase pequeña y localizada.

—Una crítica recurrente es que los turistas solo ven una ínfima parte de la realidad norcoreana, un decorado levantado para ellos.
Es una crítica perezosa e injusta. Lo dicen porque ven algunas tiendas vacías y deducen que solo abren cuando llegan los turistas. Incluso creen que el metro es falso y que los usuarios son actores. Te aseguro que la calidad interpretativa de los que salen en TV es mucho peor. Es indudable que hay sitios que lucen mejor que otros y que los edificios están mejor por fuera que por dentro, pero eso no convierte el turismo en Corea del Norte en una sucesión de momentos Potemkin [montajes fabricados para el turista]. ¿También es falsa tu casa si la limpias antes de que lleguen las visitas? Dejo de leer cualquier reportaje que repita que el país es “El show de Truman”.

—¿Qué es lo que más sorprende a los turistas?
Van con expectativas tan bajas que todo les satisface. Dicen que la comida no es tan mala o que hay más libertad de la que pensaban, cuando en realidad prácticamente no hay libertad. Y algo elemental: que los norcoreanos son humanos. Se tiene la impresión previa de que son robots, sin opiniones ni alegría de vivir o sentido del humor, que solo hablan de política. Muchos de ellos soportan vidas duras, pero al final del día tienen las mismas preocupaciones que todos.

“El llanto de los norcoreanos es una actuación, están entrenados. Adoran a sus líderes pero sobreactúan para lograr un efecto dramático”, explica Cockerell. Detrás de él, afiches de propaganda norcoreana. (Archivo personal)
“El llanto de los norcoreanos es una actuación, están entrenados. Adoran a sus líderes pero sobreactúan para lograr un efecto dramático”, explica Cockerell. Detrás de él, afiches de propaganda norcoreana. (Archivo personal)

—¿Ha visto de cerca a Kim Jong-un?
Lo he visto dos veces. En enero del 2014 presidió un partido de baloncesto y lo tenía a 25 metros, fue la última vez que los turistas han podido verlo. Nadie lo había anunciado, pero todo el mundo lo intuía porque habían obligado a vestir de forma elegante, prohibieron los teléfonos… Cuando entró, todo el mundo empezó a aplaudir y gritar “manse, manse” [larga vida] durante muchísimo tiempo. He visto esas reacciones millones de veces en la televisión, pero es diferente cuando lo hace la gente que conoces. Les había oído alabar a sus líderes frecuentemente, pero aun así, esa reacción tan excitada… Fue realmente un momento muy importante para ellos, y ligeramente aterrador y extraño para mí.

—Aquel partido fue durante la visita de Dennis Rodman, que fue muy criticado en EE.UU. y acusado de complicidad con el régimen.
Fue muy divertido, [Rodman] es un buen tipo. No lo digo yo, pero parece que se pasó todo el viaje borracho. Estaba bajo mucha presión por las críticas y la lidió con la botella. Aquella vez vino con grandes expectativas para un programa de intercambio de básquet que al final no salió. Es el tipo de cosas que deberían pasar más a menudo. Los norcoreanos tienen una visión muy negativa de los estadounidenses porque la prensa los llama lobos y demonios. Y de pronto vieron a Rodman abrazando a su líder y al resto de jugadores visitando hospitales. Eso ayuda.

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