La quema de Washington DC en 1814 fue una de las horas más oscuras de Estados Unidos. La nueva república que habían creado los Padres Fundadores menos de medio siglo antes estaba en peligro. Ahora, la crisis que se ha vivido en la capital estadounidense a raíz del cambio de mando presidencial, ha traído a la memoria aquella época en la que el país se encontraba en guerra con el ejército británico.
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El presidente saliente, Donald Trump se dirigió el miércoles a sus seguidores durante un mitin ofrecido desde los exteriores de la Casa Blanca. En el evento, reiteró que la reciente elección de Joe Biden era un completo fraude y los instó a marchar hacia el Capitolio, sede del Congreso donde se producía la ceremonia de confirmación presidencial. Los miles de seguidores lograron ingresar a la sede legislativa después de evadir a la guardia del lugar. Entraron por el ala este y muchos se concentraron en las escaleras del icónico edificio.
Esta situación acabó en disturbios, heridos por gases lacrimógenos y al menos cuatro fallecidos hasta el momento. La capital no vivía un incidente de este tipo desde hace más de dos siglos, específicamente el 24 de agosto de 1814 cuando la armada británica incendió la Casa Blanca, conocida entonces como “La Mansión presidencial”, así como el Capitolio y otros edificios gubernamentales.
Antecedentes al problema
Desde la Guerra de la Independencia (1775-1783) Estados Unidos y Gran Bretaña mantenían una alta tensión. La marina británica capturaba continuamente a marineros estadounidenses en alta mar, así como también ayudó a las tribus nativas contra los esfuerzos expansionistas por unificar la república.
Para 1812, Gran Bretaña estaba retirando gradualmente a Estados Unidos del comercio a favor de sus colonias en Canadá y el Caribe. Los estadounidenses temían perder a Gran Bretaña como socio comercial, ya que el reino europeo era una de las dos principales potencias mundiales en ese momento.
Estas restricciones comerciales terminaron en la guerra anglo-estadounidense de 1812. Ese mismo año, y con la ayuda de Napoleón Bonaparte, Estados Unidos implementó un embargo comercial contra Gran Bretaña a favor del comercio francés, a cambio, los galos dejarían de atacar a los navíos norteamericanos.
Los combates que tuvieron lugar durante los dos años previos al incendio de Washington DC se centraron principalmente en Canadá. El ejército británico era mucho más fuerte que el estadounidense, lo que otorgó ventaja a Gran Bretaña.
La quema de Washington
En agosto de 1814, los británicos comenzaron a asaltar las costas orientales de Estados Unidos. Ese año, Gran Bretaña y una coalición de naciones venían de derrotar a Napoleón y a su ejército, por lo que los recursos británicos podrían destinarse casi por completo hacia la guerra en Norteamérica.
Gran Bretaña quería invadir las regiones del sur de Estados Unidos para alejar al bando estadounidense de territorio canadiense. Por ello, los británicos optaron por asaltar dos ciudades: Washington DC y Baltimore, en Maryland, justificados por la falta de defensas en la actual capital y la importancia en la fabricación y el comercio de barcos en el puerto de Baltimore.
El 24 de agosto de 1814 se dio la Batalla de Bladensburg en Washington, lo que resultó en una derrota estadounidense que permitió a los soldados británicos, dirigidos por el mayor general Robert Ross, ingresar a la capital.
En la noche de ese mismo 24 de agosto, los soldados británicos se trasladaron a Washington. Al entrar en la ciudad, europeos y canadienses tenían acceso sin restricciones por lo que comenzaron a saquearla e incendiar los edificios más emblemáticos.
Los funcionarios del gobierno de EE.UU. se vieron obligados a huir de la ciudad. El entonces presidente James Madison y la primera dama Dolley Madison, huyeron de la Casa Blanca. Antes de irse, Madison se llevó un retrato del presidente George Washington y muchos otros artefactos históricos e irremplazables.
Se ordenó que se incendiara el astillero naval de Washington para evitar que los buques de guerra fueran llevados a manos británicas. El almirante británico George Cockburn dijo a sus hombres que quemaran la Casa Blanca, el Capitolio, la Biblioteca del Congreso, el Edificio del Tesoro y otras oficinas gubernamentales.
Incluso, antes de comenzar a incendiar los edificios, los soldados británico-canadienses tuvieron tiempo de servirse de la cena que había preparado la primera dama, la cual había quedado intacta debido a la rápida huida del mandatario y otros funcionarios.
Cockburn ordenó a sus hombres que no destruyeran residencias privadas, e incluso salvaron a la Oficina de Patentes debido a que el administrador principal convenció a los británicos de que dentro del edificio había propiedad privada.
Un día después de la tragedia
Al día siguiente, una tormenta cayó sobre Washington y apagó los incendios. Desafortunadamente, dentro de ese mismo fenómeno un tornado terminó arrasando la ciudad. Si bien los británicos habían salvado las residencias privadas, los vientos huracanados destruyeron a la mayoría de ellas.
Tras el incendio se desataron saqueos en toda la ciudad por parte de los mismos estadounidenses, que desesperados buscaban la mayor cantidad de productos con los que abastecerse mientras los británicos partían casi en paralelo hacia Baltimore.
La quema de Washington no logró el efecto que los británicos esperaban, pues en lugar de desmoralizar a los estadounidenses, les dio un motivo para unirse en contra de los europeos. Washington se reconstruyó rápidamente, logrando que la Casa Blanca entre en funcionamiento en 1817 y el Capitolio haga lo propio en 1819.
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