Washington. El 19 de abril de 1995, un camión cargado con explosivos estalló frente al edificio gubernamental Alfred P. Murrah de Oklahoma City, y causó 168 muertos, el acto terrorista más mortífero hasta esa fecha en suelo estadounidense, pero también el más olvidado.
Seis años después de la masacre, cuando el país se empezaba a recuperar del impacto, los atentados del 11 de setiembre del 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono arrebataron con creces el trágico récord a Oklahoma, un atentado que desde entonces quedaría relegada en el imaginario popular estadounidense y global.
El atentado de Oklahoma City, del que se cumplen este domingo 20 años, no fue perpetrado por Al Qaeda ni por ningún grupo terrorista extranjero, sino que se trató de un caso de terrorismo doméstico.
El simpatizante ultraderechista Timothy McVeigh, blanco y ciudadano estadounidense, ejecutó la matanza con la ayuda de Terry Nichols, siendo condenado el primero a pena de muerte por la Justicia de EE.UU. y el segundo, a cadena perpetua. Un tercer hombre, Michael Fortier, fue condenado a doce años de prisión por no alertar a las autoridades de las intenciones de McVeigh y Nichols.
Que un atentado de las dimensiones del de Oklahoma City fuese planeado y ejecutado por solo dos hombres sigue siendo, junto a otros interrogantes sobre la investigación, motivo de toda clase de teorías de la conspiración.
McVeigh, de 32 años cuando se le ejecutó en el 2001 y ex combatiente de la Guerra del Golfo Pérsico, dijo que cometió el atentado en respuesta a la intervención de agentes federales contra el rancho de la secta de los Davidianos en Waco (Texas), en cuyo incendio fallecieron 83 personas el 19 de abril de 1993 después de un sitio policial de 52 días.
McVeigh consideraba al Gobierno su enemigo, y cuando fue arrestado el mismo día del atentado mientras huía hacia el norte, vestía una camiseta en la que aparecían el presidente Abraham Lincoln y los lemas "Sic semper tyrannis" (Así siempre a los tiranos) y "El árbol de la libertad debe refrescarse de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos".
La primera frase es atribuida a Marco Junio Bruto en el momento del asesinato de su padre adoptivo, Julio César, y también fue pronunciada por el asesino de Abraham Lincoln, John Wilkes Booth; mientras que la segunda es de Thomas Jefferson, tercer presidente y uno de los padres fundacionales de EE.UU.
Un caso cerrado
De entre las 168 personas que murieron a causa de la explosión en Oklahoma City, 19 eran niños pequeños que se encontraban en la guardería del edificio federal.
Además, la enorme potencia del explosivo hecho a base de fertilizantes destruyó o dañó 312 edificios en un radio de 16 manzanas, destrozó 86 automóviles y causó daños por unos 652 millones de dólares.
"Todavía no sabemos cómo McVeigh y Nichols aprendieron a construir una bomba de ese tamaño y potencia. Tampoco sabemos las identidades de las otras personas vistas con McVeigh en la mañana del atentado", recordaba en un artículo publicado esta semana Andrew Gumbel, autor de un libro sobre las incógnitas que aún envuelven el suceso.
En el 2001, tras el ajusticiamiento de McVeigh mediante inyección letal, la Justicia estadounidense dio el caso por cerrado, y las voces que entonces reclamaban más respuestas sobre el atentado y la investigación que le sucedió se vieron rápidamente eclipsadas por los trágicos acontecimientos del 11 de setiembre.
La de McVeigh fue la primera pena capital aplicada directamente por el Gobierno federal en 38 años, una medida excepcional para responder públicamente a uno de los episodios más trágicos de la historia reciente de EE.UU. que, veinte años después, parece haber caído en el olvido.