En Ecuador, la libertad de prensa fue golpeada duramente durante el gobierno de Rafael Correa. Desde el 2006, el expresidente se encargó de desmontar los medios y estigmatizar a los periodistas, al punto que quebró la confianza que había entre ellos y los ciudadanos. Para conocer más del pasado y la actualidad del país, conversamos con Mauricio Alarcón, director ejecutivo de la Fundación Ciudadanía y Desarrollo.
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Correa aparece con un discurso moderado hasta que llega a la presidencia. ¿Engañó a todos? ¿Hubo indicios que dieran cuenta de su comportamiento futuro?
Partamos del hecho de que él se sirvió de los medios de comunicación para llegar a la presidencia. Como todo buen político que aspira a un cargo tan alto, los medios le fueron útiles y necesarios; en ese sentido, hay audios en los que Correa elogia y ensalza a algunos medios de comunicación que, años después, él mismo se encargaría de destruir. Hay que mencionar también que no es que Correa no haya dado, como candidato, señales de animadversión a los medios: desde el primer momento se mostró como un ególatra reformista totalitario. Él quería el control de todo y, por eso, desde el inicio, empezó a estigmatizarlos, a hablar de poderes fácticos, de partidocracia. Obviamente, parte de lo que le permitió ganar las elecciones al final del 2006 fue ese discurso de revoluciones que pondrían en su lugar a todos aquellos que se creyeron dueños del país durante las últimas décadas.
Rompía periódicos, criticaba e insultaba a periodistas y medios. Entre las explicaciones de este comportamiento, ¿diría que Correa tenía poco temperamento para resistir a las críticas?
Totalmente, y ese es apenas uno de los elementos. Dentro del guion del buen autoritario y buen totalitario, es necesario callar las voces críticas y, dado que Correa entró a gobernar con una gran legitimidad respecto de los otros actores políticos, se enfrentó a una única oposición no solo crítica sino también activista, la de los medios de comunicación. Por eso, manejó un discurso que se fortaleció a los pocos días de acceder a la presidencia: él se dedicó a mostrarlos como un enemigo, a identificarlos como el vehículo que usaban los poderes fácticos para desestabilizar su gobierno progresista y a las democracias progresistas de América Latina. Un clásico discurso populista que llegó de la mano de un ego muy fuerte, una postura intolerante a la crítica, al pensamiento, y generó un clima de polarización. Están conmigo o en contra mía.
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Además del ego, que puede ser una aproximación un tanto reduccionista, ¿cómo explica que algunos presidentes –como Correa, Chávez o Rosario Murillo- despachen o tengan una hora y un día para hablar con el país? ¿Una forma de controlar la narrativa?
Sí. No olvide que, dentro del guion que siguen estos gobiernos autoritarios y totalitarios, está el control de la verdad. La verdad, por supuesto, oficial, la que quieren imponer basada en esa máxima de la Alemania nazi encabezada por Joseph Goebbels: una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. En el caso de Ecuador, no solo se trató del programa que tuvo Correa los sábados y en los que se tomaba casi cinco horas para presentarle su verdad al país. Él decía que era su informe de rendición de cuentas, pero era un show para descalificar, perseguir, denostar, hasta para cantar y bailar. Nosotros lo bautizamos la Sabatina. Además de eso, él controlaba medios de comunicación: el gobierno ecuatoriano fue el mayor concentrador de medios, más de 30, entre periódicos y canales de televisión de alto rating, estaciones de radio, agencias digitales, de prensa. El control de la información, en esa época, era brutal. Y tampoco olvide que en el 2013 entró en vigencia una Ley de Comunicación con la que se terminó de cerrar el espacio de libertad de prensa, porque no conforme con controlar la información que venía de sus medios, utilizó la legislación para imponer contenido en los que le eran críticos.
¿Qué tanto daño hizo la Ley de Comunicaciones de Rafael Correa a la salud del periodismo? ¿Todavía se ven las secuelas?
Tuvo muchos efectos graves, aunque nos digan que no. Como el modelo planteado era insostenible, muchos medios cerraron y hacer periodismo de investigación se convirtió en un sueño imposible de realizar. Los medios digitales surgen, precisamente, a consecuencia de eso. Desapareció la principal revista de periodismo de investigación del país, “Vanguardia”, y se generó todo un problema por la inclusión de la figura del linchamiento mediático, que no era otra cosa que convertir al periodismo de investigación en conducta punible. Adicionalmente, esa ley impuso un código de ética para el ejercicio periodístico, lo que contraría los estándares interamericanos. Se impuso, incluso, la forma de titular los artículos, la forma en la que se tenían que hacer las entrevistas. Y nada de esto fue tan grave como la creación de un tribunal de inquisición, llamado Superintendencia de la Información, una institución servil a la presidencia que vigilaba que las normas sean cumplidas. Y, claro, para mis amigos, todo; para mis enemigos, la ley.
Ahora, la ley se reformó durante el gobierno de Lenín Moreno y esa es la que está en vigencia. Pero el daño fue tan profundo que no basta con cambiar la norma o eliminar la ley de Comunicación. Nadie nos devuelve los medios que se fueron, nadie nos devuelve la necesidad de que el periodismo de investigación se fortalezca en los medios de señal abierta. El efecto fue bastante devastador: nos quedó la polarización y el odio de la ciudadanía al ejercicio periodístico.
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Se sucedieron, en esta época, agresiones a periodistas que caminaban por la calle luego de que fueran señalados y atacados por Correa. ¿Habla eso de la popularidad del expresidente, de su capacidad de convencimiento?
Habla de la popularidad, sí, pero también de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Si todo el día, a través de los medios de comunicación, de cadenas nacionales, a través de sabatinas, dicen que los periodistas son malos, muestran al presidente rompiendo periódicos y exhiben afiches de los más buscados con el rostro de los periodistas más conocidos del país, se está invitando a la ciudadanía, como decía el mismo Correa, a “hacer lo que consideren necesario”. Las consecuencias fueron las agresiones en supermercados, en la calle. Una cosa de locos. Fueron una suma de factores los que generaron que la ciudadanía viera a la prensa como un enemigo y que actúen de forma nefasta.
¿Diría que la ley de Correa fue peor que la del dictador Guillermo Rodríguez Lara (1975, Ley de Radiodifusión y Televisión)?
Totalmente. La ley de la dictadura de los 70 puede haber sido mala, pero perduró intacta hasta que llegó el correísmo, y nunca hubo una época tan crítica en lo que supone censura e imposición de contenido y demás. No olvide tampoco que, a criterio de la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión (de la CIDH), la Ley de Comunicación de Correa está catalogada como la peor norma a nivel regional de todos los tiempos. Su contenido viola todos los estándares existentes, y sirvió para que el gobierno haga lo que le venga en gana, no solo con los mismos medios, sino con los beneficiarios finales del proceso de comunicación que son los ciudadanos.
¿Se le vienen a la mente ejemplos del alcance de la ley mordaza de Correa?
La sanción de miles de dólares al caricaturista Xavier Bonilla ‘Bonil’ y al periódico “El Universo”, por una caricatura que desagradó al presidente. Adicionalmente, hay un estudio que muestra la cantidad de cadenas nacionales a las que, por la Ley de Comunicación, se les impuso contenido: en los primeros años, prácticamente teníamos una cadena nacional al día. También hubo sanciones y obligaron a algunos a rectificar sus opiniones, lo que vulneraba los estándares internacionales; castigos a periódicos por no titular las notas de la forma en la que la autoridad consideraba que se debía hacer; o el envío de cartas de la Secretaría de Comunicación de la Presidencia, en las que se ve cómo, a su criterio, se debían diagramar las notas de rectificación en los medios impresos. Una cosa de locos.
Se entiende que el gobierno de Correa encorsetó a la prensa al considerar la comunicación como un servicio público, en tanto pasaba a ser regulada por el Estado. ¿Deberíamos ser cuidadosos al considerar el periodismo como un servicio público?
Es que el periodismo y la comunicación, bajo ningún concepto, son servicios públicos, tal como lo ha establecido el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Son parte de los derechos de primera generación. Me explico: los derechos se agrupan en tres generaciones no porque hayan unos más importantes que otros, sino porque hay que ver cómo el Estado se relaciona con ellos. Cuando son de primera generación, el Estado tiene el deber de garantizarlos y nada más; con los de segunda, además, el Estado puede justificar su intervención mediante la prestación directa de acciones que permitan la garantía del derecho; y, en los de tercera o difusos, el Estado debe ser un actor incluso en la provisión del derecho. El caso es que la libertad de expresión está en la primera generación, es parte de las libertades civiles, y el deber del Estado es garantizar que el derecho esté vigente y sea respetado por los individuos. Si la degradas a la segunda generación, como se hizo acá, se abre la puerta a que el Estado intervenga en la provisión del servicio público, poniéndolo al nivel del derecho a la salud o educación, de manera que el Estado deba asegurar la calidad respecto de otros prestando el servicio. Eso es incompatible.
¿Qué se sabe de los procesos que se siguieron en el Consejo de Regulación de la Comunicación y la Superintendencia de Comunicación? ¿Se llenan de polvo en el Archivo Nacional?
Con la desaparición de la Superintendencia, se le dio poco seguimiento a lo que estaba pendiente. Adicionalmente, en su gran mayoría, los procesos ya sancionados no fueron impugnados ni en instancias internacionales porque las personas involucradas tenían mucho miedo. Así que, al menos sobre estos asuntos, los documentos ya forman parte del gran archivo, pero hay que tenerlos en cuenta para que Ecuador y otros países de la región no cometan este tipo de horrores.
¿Y de sus funcionarios? ¿Qué sucedió con el gran censor?
Se supo que el superintendente, Carlos Ochoa, quien estuvo al frente del tribunal de la inquisición desde el primer día, pidió asilo a Bolivia, pero cuando se produjo el cambio de gobierno, se supo que fue trasladado a México.
¿La llegada de Lenín Moreno al poder significó la eliminación de la ley mordaza?
No fue así. La ley estuvo vigente durante la primera etapa de su gobierno, pero él no quiso activarla ni se encargó de hacerla funcionar hasta poder plantear una reforma que, después, fue aprobada por la Asamblea Nacional. Fue una mejor época, sí, pero no de garantía plena. Prueba de ello es que el gobierno siguió una mala práctica del correísmo cuando protegió las imágenes públicas generadas por la Presidencia de la República con derechos de autor. De esa forma, amenazaba con denunciar internacionalmente a los medios nacionales críticos que las usaran, forzando la baja de los contenidos. No fue un paraíso maravilloso, hubo y hay mucho trabajo por hacer.
¿La situación ha mejorado con el presidente Guillermo Lasso?
Hasta ahora, sí, en el sentido de que no tienes a un gobierno nacional usando y abusando de la comunicación. Entre sus primeros actos, Lasso presentó un proyecto de ley de garantía de la libertad de expresión que se echaba abajo las regulaciones que podrían generar problemas a la libertad de prensa. Durante estos poco más de cuatro meses del gobierno, no se ha conocido caso alguno de censura, de persecución por parte del gobierno nacional. No obstante, las prácticas que van en contra de la libertad de expresión continúan permanentemente en la ciudadanía, diría yo. Hay personas y otros actores políticos que siguen agrediendo a periodistas y afectando su trabajo. Para que te des una idea: un periodista puede intentar cubrir un acto delictivo y los guardias del lugar salen a golpearlo y destruir su material. A muchos les se quedó esa mala práctica. El fanatismo hace que ciertas personas se sientan con la legitimidad suficiente para censurar o agredir periodistas. Lo que destruyó y se dañó, difícilmente se recuperará en pocos meses.
En retrospectiva, ¿diría que hay ciertas características de los gobiernos o gobernantes que dan pistas de que van a tomar una postura como la de Correa frente a la libertad de prensa?
Hay que prestar mucha atención a lo que dicen y lo que hacen. Y si empiezan, de alguna u otra forma, a agredir a los medios, ya habría que preocuparse y seguir atentos. Mira lo que sucedió en El Salvador, por citar un ejemplo. En el caso del Perú, diría que le presten atención a los mensajes que provienen de quienes hoy se encuentran en el poder, que lean detenidamente cómo son los ataques, las agresiones, los comentarios, las opiniones, porque podría ser que se esté allanando el camino para un entorno de restricciones y de censura similar al que otros países, como Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Brasil, hemos vivido durante los últimos tiempos.
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