Vinieron por miles a escuchar a un hombre de lentes, chaleco antibalas y protegido entre escudos que promete una era de cambios sin revanchas. Camino de convertirse quizá en el primer gobernante de izquierda de Colombia, Gustavo Petro quiere aplacar el miedo que levanta en un fortín de la derecha.
A una semana de la elección que podría darle el triunfo, Petro, de 62 años y favorito en todas las encuestas, llega en vehículo blindado hasta las espaldas de una tarima. Apenas desciende, una guardia pretoriana se cierra a su alrededor. Su seguridad fue reforzada recientemente ante la sospecha de su equipo de que querían matarlo.
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La foto viral de Petro en otro mitin, rodeado de escudos blindados por entre los cuales apenas podía asomar la cabeza, trajo al recuerdo la violencia electoral del siglo XX, cuando fueron asesinados cinco presidenciables: tres izquierdistas, uno de ellos exguerrillero como Petro, y dos liberales.
Petro cree que puede ganar el 29 de mayo, aunque otras encuestas señalan que deberá disputar un balotaje el 19 de junio, para el que también es favorito.
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Sonriente, el senador sube por una escalerilla al encuentro de un río de gente que lo esperó por horas bajo la lluvia en la avenida Carabobo de Medellín, la segunda ciudad de Colombia tradicionalmente hostil con la izquierda y que comulga con el credo: Dios, familia y propiedad.
También es la cuna de su némesis, el expresidente Álvaro Uribe (2002-2010) y del exalcalde Federico Gutiérrez, su probable adversario de derecha en una eventual segunda vuelta.
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Petro, camisa a cuadros, pantalón gris informal, semblante fresco, recibe el micrófono. Hilvana idea tras idea sin perturbarse con las arengas que alientan su victoria en primer turno. Durante 53 minutos de encendido discurso, cuestiona a los gobiernos “oligarcas”, “rateros” y “excluyentes”. Son 200 años en los que “40 familias” han “heredado” el poder de padres a hijos, reclama.
En una ciudad aún martirizada por la sombra de Pablo Escobar, el abatido barón de la cocaína, Petro compara el tráfico ilegal de drogas con las economías “venenosas” del carbón y el petróleo, cuya exploración asegura que detendrá para dar paso a energías limpias ante la emergencia climática.
Todos sus proyectos (la “expansión” de la agricultura y la industria, impuestos a los más ricos, financiación con créditos flexibles de la economía popular etc.) anticipan un quiebre y no pocas resistencias. Nada, enfatiza, “seguirá siendo igual” bajo su gobierno.
El público lo aúpa eufórico, pero el candidato que promete nada más que “cambiar la historia de Colombia” ofrece su primera rama de olivo: “No nos vamos a vengar, no vamos a hacer lo que ellos nos hicieron, no vamos a perseguir a sus familias”.
Miedos e ilusiones
Entre sus entusiastas hay universitarios resentidos por la represión policial de hace un año cuando estalló el descontento social en medio de la pandemia. La ONU documentó 46 muertos, 28 de ellos a manos presuntamente de la fuerza pública.
También se cuentan negros e indígenas venidos de lejos, desempleados y jubilados. Son una masa intergeneracional que, al tenor de su líder, sueltan la palabra cambio por cada dos frases.
“Las reformas van a ser necesarias, Colombia necesita un respiro de toda esa política tradicional que ha gobernado toda la vida”, señala Vanesa Muñoz, de 23 años, estudiante de arquitectura y quien se dice “indignada” con la respuesta estatal a las manifestaciones masivas contra el gobierno de Iván Duque.
En otro punto del mitin, Lizardo Cuñapa, indígena de 21 años, asegura que se estrenará en las urnas para apoyar a Petro, porque ha “negociado con las comunidades” para que tengan “vivienda y educación”.
Petro ha visitado 100 plazas públicas desde agosto, pero la de Medellín es una de las más desafiantes. Aquí perdió en 2018 por casi 500.000 votos frente a Duque, apadrinado por Uribe. La imagen de “Fico” Gutiérrez domina hoy el paisaje electoral.
Es común oír a comerciantes y transportistas decir que Petro alentará el “odio de clases”. Temen que descarrille la economía con sus “expropiaciones” - lo que el izquierdista juramentó no hacer ante un notario- pero, sobre todo, no le perdonan su pasado como guerrillero del M-19, movimiento en el que militó por 12 años antes de firmar la paz en 1990.
Lejos de sus oídos, Petro explota en cambio la impopularidad del gobierno y el declive de Uribe (2002-2010), investigado en una causa penal y a quien en su discurso menciona, irónico, como “el imputado”.
Sin embargo, deja una nueva rama de olivo antes de abandonar la tarima: Todo aquel “que haya votado por Uribe en este siglo o por el que dijo Uribe (...) no va a ser perseguido por nosotros. Van a ser respetados en sus bienes, en sus vidas, en sus dignidades”.
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