La imagen, embarazosa, decía mucho del aislamiento del Brasil de Jair Bolsonaro: durante una recepción en el G20 en Roma el año pasado, mientras líderes mundiales conversaban amablemente, el presidente, solo, hablaba con los meseros.
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Brasil, un país gigante en tamaño y hasta ahora respetado, ha visto declinar su estatura mundial durante los cuatro años del mandato del presidente ultraderechista, coinciden analistas.
Las causas: su enfoque ideológico de las relaciones internacionales, su desdén por las prácticas diplomáticas, sus traspiés y sus insultos.
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“El país vive un relativo aislamiento internacional y una grave crisis de prestigio”, dice Fernanda Magnotta, coordinadora de relaciones internacionales de la fundación FAAP, en Sao Paulo. “Pocas personas quieren salir en la foto con nuestros líderes”, asegura.
“Las decisiones están centralizadas en la presidencia, Bolsonaro, sus hijos, y sus más cercanos asesores que conforman el ala más ideológica del gobierno”, explica.
Junto a Putin
Este presidente, que ha viajado muy poco, se ha distanciado de parte de la comunidad internacional por sus posturas sobre el medio ambiente o los derechos humanos y ha chocado con China y el mundo árabe, especialmente con la promesa - finalmente trunca - de trasladar la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén.
Se acercó a países con gobiernos autoritarios y autoaislados: Hungría, Polonia y sobre todo Rusia, donde se reunió con el presidente Vladimir Putin una semana antes de la invasión de Ucrania, en una visita justificada por Brasilia por la necesidad de garantizar el suministro de fertilizantes.
La diplomacia de Brasil ya no era vista “un medio para el avance económico, sino como un medio para forjar alianzas de extrema derecha para ganancias políticas internas”, explica Rodrigo Goyena Soares, profesor de historia de la Universidad de Sao Paulo.
China, el mayor socio comercial de Brasil, se sintió ofendida por declaraciones agresivas.
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En noviembre de 2020, por ejemplo, la embajada presentó una queja debido a unos tuits de Eduardo Bolsonaro, diputado e hijo del presidente, en los que acusó a Pekín de querer realizar espionaje a través de la tecnología 5G.
El acuerdo Unión Europea (UE) - Mercosur no fue ratificado en parte “por animosidad mutua” entre Brasilia y Bruselas, dice Magnotta.
Asimismo, Brasil “perdió su protagonismo en la integración regional de América del Sur” y se enfrentó especialmente con su vecino argentino, cuyos votantes, dijo Bolsonaro, “eligieron mal” en 2019 a su presidente de centroizquierda, Alberto Fernández.
“Inaudito”
Los gigantescos incendios en la Amazonía en 2019 agrietaron las relaciones de Brasil con Europa, hasta un punto de no retorno con la Francia de Emmanuel Macron, cuya esposa Brigitte fue insultada por su físico.
Apenas el mes pasado, el ministro de Economía, Paulo Guedes, sugirió que Francia se fuera “al carajo” si no trataba bien a Brasil.
“Es inaudito en la diplomacia brasileña, e incluso en la diplomacia en general”, señala Goyena Soares.
Bolsonaro lo había apostado todo en los Estados Unidos del republicano Donald Trump.
Fue un “alienamiento con el trumpismo”, destaca Felipe Loureiro, profesor del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Sao Paulo.
Bolsonaro fue uno de los últimos líderes en reconocer la victoria electoral del demócrata Joe Biden en 2020, adhiriendo en un primer momento a la tesis de Trump de que hubo fraude.
Fue “otra grave violación de la tradición diplomática brasileña de no injerencia”, señala Loureiro.
China “maoísta”
El nombramiento en 2019 del canciller Ernesto Araújo, un diplomático considerado por muchos como un fanático, sacudió los cimientos del respetado ministerio de Exteriores.
Admirador de Trump, antiglobalización, escéptico del cambio climático y enemigo de la China “maoísta”, Araújo fue en gran parte responsable del giro diplomático de Brasil.
En Itamaraty, Bolsonaro “colocó a personas inexpertas en puestos clave”, dice Goyena Soares. Sin la oposición del Senado, habría incluso designado a su hijo Eduardo, sin currículum alguno, embajador en Estados Unidos.
Hoy, “Eduardo tiene mucho más peso” que el nuevo jefe de la diplomacia, Carlos França, estima el analista.
El expresidente Lula (2003-2010) indicó que, de ser elegido en octubre, restaurará la imagen de Brasil como un actor global importante.
A menudo más popular en el extranjero que en Brasil, Lula prevé “un diálogo con todos los países y reactivar la cooperación Sur-Sur con América Latina y África”, que Bolsonaro ha ignorado, dice Magnotta.
Asimismo, pretende relanzar la integración regional y la participación de Brasilia en organismos multilaterales y esfuerzos climáticos.
El líder izquierdista también quiere “renegociar los términos de la alianza con Estados Unidos”, según Goyena Soares, definir una verdadera política respecto a China y “acercarse a la UE a través del medio ambiente”.
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