La semana pasada, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador visitó en la Casa Blanca a su homólogo estadounidense, Donald Trump. (AFP)
La semana pasada, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador visitó en la Casa Blanca a su homólogo estadounidense, Donald Trump. (AFP)
/ JIM WATSON
Farid Kahhat

En campaña, comparó el discurso de odio de con el de Hitler y publicó un libro titulado “Oye, Trump”, en que se comprometía a luchar por sus connacionales en Estados Unidos. No es difícil entender por qué, una vez elegido, es López Obrador quien oye a Trump. Un ejemplo es el nuevo acuerdo comercial que brindó la razón oficial por la que su primer destino internacional como presidente fue Washington. Se destinan a Estados Unidos cerca del 80% de las exportaciones de México, pero en mayo del 2020 estas se habían reducido a la mitad respecto al nivel que alcanzaron en el mismo mes del 2019, en momentos en los que se cierne sobre la economía mexicana una recesión.

Pero que el acuerdo sea importante para México no necesariamente justificaba un viaje para conmemorar su entrada en vigor. No hicieron lo propio, por ejemplo, los presidentes de otros países latinoamericanos que suscribieron acuerdos comerciales con Estados Unidos y tampoco lo hizo en esta ocasión el jefe de Gobierno del tercer país suscriptor del acuerdo, Canadá.

Se suele alegar que, en un contexto compartido de economías convalecientes y una pésima gestión de la pandemia, a ambos les convenía distraer la atención del público con esta visita. En el caso de Trump, cabría añadir que la renegociación del tratado comercial norteamericano es una de las escasas promesas que ha cumplido en política internacional (dado que, por ejemplo, no consiguió resolver los conflictos en torno al comercio con China, los programas nucleares de Corea del Norte e Irán o una transición democrática en Venezuela). Según una estimación, el nuevo acuerdo solo incrementaría el PBI estadounidense en un 0,35%; entonces pareciera que los costos potenciales de la visita podrían ser mayores que sus posibles beneficios.

Entre esos costos potenciales, el embajador Bernardo Sepúlveda menciona el caso del acuerdo comercial original bajo la presidencia de Bill Clinton. Según él, “la entrada en vigor del tratado se difirió por casi un año de arduas negociaciones promovidas por el Partido Demócrata, acusando así su malestar por el comportamiento de las autoridades mexicanas” (se refiere a la actitud favorable hacia la candidatura de Bush que habría desplegado el entonces presidente Salinas de Gortari).

Pero cabría recordar que los temas que retrasaron la ratificación del acuerdo con México (es decir, las normas laborales y ambientales) son los mismos temas que retrasaron la ratificación del acuerdo comercial con el Perú, sin que mediaran circunstancias similares: antes que un malestar con las autoridades mexicanas, la conducta de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes se explicaría por su posición proteccionista en esos temas.

No creo que López Obrador deba temer represalias de un eventual gobierno de Joe Biden. Creo que el escenario que debiera preocuparle es uno en el cual Trump logra reelegirse, pero los demócratas mantienen la mayoría en la Cámara de Representantes. Como descubrió Peña Nieto tras recibirlo en el 2016, o el propio López Obrador cuando, tras culminar la renegociación comercial, fue amenazado con sanciones comerciales por temas migratorios, Trump puede cambiar súbitamente de conducta sin solución de continuidad. Y, en ese escenario, no cabría esperar mayor consideración de un Partido Demócrata que, a diferencia de lo ocurrido con Clinton, habría perdido las elecciones.

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