Con la cara llena de barro y uniforme de camuflaje, Ismaira Figueroa mantiene posición en un cerro, rifle en mano, durante ejercicios militares que simulan una invasión a Caracas.
Esta francotiradora de la Milicia -cuerpo civil adscrito a la Fuerza Armada- se declara lista para defender de cualquier “ejército invasor” a Venezuela y a la llamada revolución bolivariana, que hoy lidera el presidente Nicolás Maduro y que tiene en los militares un bastión.
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“Siento que nací para esto y si me toca morir por esto... pues de pronto”, dice esta mujer de 43 años, madre soltera de cuatro hijos, incluida una niña de tres años. “Morir por mi patria, por mis hijos, por mi mamá, por mis hermanos (...), estoy dispuesta a dar la vida”.
Sin su uniforme, es maquilladora y estilista, hace trabajo social en su comunidad e integra un grupo de motorizados. En sus ratos libres, le gusta tejer.
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En su casa, en la barriada La Palomera de Caracas, tiene una foto del fallecido mandatario Hugo Chávez (1999-2013), que ella idolatra.
Recuerda cuando con 16 años trató sin éxito de ver a Chávez salir de prisión en 1994 o cuando trepó un árbol para “tocarle un dedo”.
Por Chávez salió a la calle a “rescatarlo” en 2002 tras el golpe de Estado que lo derrocó por dos días; y por Chávez se unió a la Milicia que el exmandatario creó en 2009 y que definió como “pueblo en armas”.
“No somos enemigo pequeño”, sostiene Ismaira, que hoy es sargento segundo. “La Milicia es el señor que vende verduras o la señora que pasea al perro... es una maestra, un taxista, una enfermera”.
Son unos 4,5 millones de milicianos en un país de 30 millones de habitantes, según Maduro.
“No he quitado una vida”
Ismaira cuenta que cuando entró a la Milicia en 2010, no pensaba ser francotiradora. El comandante de su unidad la convenció.
“Es un mundo en su mayoría masculino”, apunta, perfectamente maquillada en entrevista con AFP. “A los hombres no les gusta mucho que uno esté dentro de su área. Cuando eres un tirador que pega mejor... despierta cierto celo”.
En una carpeta guarda sus diplomas y una hoja con seis perforaciones: el blanco al que disparó para graduarse de “tirador experto” en 2016, llamado “mosca”, porque a la distancia se ve como un punto negro.
“Antes de accionar el disparador (...) te borras la mente y solamente te concentras en cómo respiras”, relata. “Te vuelves a relajar y dejas que el tiro te sorprenda”.
Ismaira no está autorizada a hablar de las operaciones en las que ha participado. Hasta ahora solo ha presionado el gatillo en prácticas. “No le he quitado la vida a nadie”, asegura, aunque dice estar preparada para hacerlo.
Maduro ha acusado a Estados Unidos y Colombia, sus principales detractores internacionales, de encabezar planes para asesinarlo, y ha convocado a la Milicia a estar en “máxima alerta”.
En mayo de 2020, las autoridades desarticularon una fallida incursión marítima de mercenarios a Venezuela, que dejó ocho muertos y 66 detenidos, entre ellos dos militares estadounidenses en retiro.
“Más hambre, más amor”
Antes de ser ser miliciana, Ismaira perteneció a los círculos bolivarianos, grupos impulsados por Chávez -ya no tan comunes-, acusados de violentos ataques a opositores, lo que ella niega.
Por la plaza Bolívar de Baruta, un municipio de Caracas que mezcla sectores acomodados y pobres, Ismaira saluda a vecinos, policías y motorizados. Dice que en general tiene buena relación con chavistas y opositores, aunque asegura que una vez perdió su trabajo por su apoyo a Chávez.
¿Futura alcaldesa, concejal? “Un puesto político, jamás”, responde.
Su aspiración es seguir creciendo en la Milicia, donde gana menos de 4 dólares mensuales.
No se queja, celebra “bonos sociales” que entrega el gobierno y responsabiliza por los bajos salarios y la crisis venezolana a las sanciones internacionales, que incluyen un embargo petrolero.
“Mi conciencia no vale un kilo de harina”, sostiene. “Mientras más hambre paso, más amo a la revolución. No es ser masoquista, es que no se puede aflojar esta batalla”.
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