La respuesta de los gobiernos regionales frente a la pandemia ha sido un desastre. Es inaudito que hayan gastado más de S/1.900 millones en hospitales que hoy están inoperativos, mientras muchos peruanos mueren. ¿Qué ha pasado en las regiones?
Los proyectos políticos que marcaron la agenda reformista del Perú en la segunda mitad del siglo XX vinieron de partidos con bases y élites regionales. Sucedió con Acción Popular en el primer gobierno de Belaunde y con Haya de la Torre en la Constituyente de 1979. Esa agenda reformista descentralizada se fue diluyendo. El centro político ha terminado por engullir a la periferia y, como recuerda Vergara en “La danza hostil”, las regiones del Perú –salvo levantamientos de protesta muy específicos– no han podido desarrollar una agenda nacional. La pérdida de peso de las regiones en el debate nacional es hija tanto de su propia incapacidad al proponer una hoja de ruta como también de una agudización de la “concepción limeña” de las reformas.
Para corregir esa vocación suicida a la inequidad territorial, nuestras élites reformistas hace décadas planearon la reforma más desnaturalizada de nuestra historia: la descentralización. El último intento de reanimación de la descentralización fue el referéndum del 2005. Por entonces, todos los departamentos, salvo Arequipa, rechazaron unirse en macrorregiones. Se podía celebrar un nuevo referéndum después de cuatro años pero a todos los actores se les agotó el ánimo. Pasados 15 años no hemos repensado ni las estrategias ni los incentivos para acabar con la departamentalización de la regionalización que marchitó la reforma.
No ha bastado transferir recursos ni competencias para construir capacidad. En regiones la capacidad se construye trabajando con la sociedad civil y eso, que parece menos autonomía, está bien. Porque el Estado no ha sido capaz de otorgarles ni el recurso humano ni técnico. El funcionario acude a las universidades para que lo ayuden a construir una agenda que llene los vacíos que ninguna transferencia puede llenar. Debemos fomentar con entusiasmo esta cooperación en regiones con baja capacidad estatal, sin descuidar ajustar el control, para cerrarle el paso a la corrupción.
El problema de capacidad no se resuelve poniendo un gerente funcional, así venga del cuerpo de Servir. Se necesita un proceso de reclutamiento ambicioso, similar al que varios ministerios iniciaron hace años en Lima, y que llevó a construir islas de eficiencia, pero apuntando a gobiernos regionales y municipalidades. ¿Podremos contar con islas de eficiencia descentralizadas?
Es necesario desconcentrar la capacidad instalada en Lima. Someterla a una terapia de vida regional. Trasladar oficinas públicas a regiones. El aprendizaje será mutuo y el remedio tardará en hacer efecto. Un mal endémico no puede desaparecer rápidamente. La tecnología solo puede facilitar gradualmente este proceso en el horizonte pos-COVID-19. Pero si ni el Tribunal Constitucional se traslada a Arequipa como dice su ley orgánica, más allá de todas las interpretaciones, es por falta de ánimo político.
Necesitamos más escenas como las del cuerpo médico que se sube al avión para combatir al coronavirus en Loreto. Urgen oficinas públicas desplazándose por todo el Perú. El gesto político de la visita de un ministro a una región es un paliativo, pero no construye capacidad, es casi un ademán de oidor de rey.
La guerra con Chile –cuyas consecuencias económicas comparan algunos con las de la pandemia– encontró un país sin tejido regional funcional. El coronavirus no ha encontrado algo distinto. Tan necesarios como los estímulos económicos futuros, son los estímulos que revivan la dinámica regional peruana y despierten la reforma que jamás debimos abandonar.
Las regiones necesitan algo más que acusaciones que les recuerden lo malas y corruptas que han sido. Un país con igualdad de oportunidades debe recoger también la propuesta descentralizadora desde las regiones, como en los grandes momentos de nuestra historia. No incluirlas y perpetuar el silencio de su voz es acentuar un estilo de reforma condenado a naufragar cerca de nuestro bicentenario. Podemos discutir sobre las propuestas: diseño, reclutamiento, incentivos, desconcentrar capacidad instalada o desplazar poder político. Pero empecemos incluyendo a los principales actores: las regiones. Un fracaso más sí importa.