Actualmente, se cruzan en Venezuela la persistencia de la ciudadanía por recuperar su libertad y la terquedad dictatorial de las mafias que han secuestrado todas las instituciones públicas. Por eso, la conclusión a la vista de todos es que, por una parte, tenemos millones de mujeres y hombres que no han claudicado en su empeño en dar todo lo que esté a su alcance con tal de lograr descarrilar esa locomotora criminal que avanza como una tromba, secuestrando y matando gente, y destruyendo y empobreciendo lo que era, hasta hace dos décadas, un país riquísimo.
En Venezuela, sigue operando una corporación criminal que ha trastocado el añorado Estado de derecho en un Estado forajido y fallido a la vez. Por eso, puedo asegurar que actualmente en Venezuela prosiguen con sus oscuros negocios los cárteles de la droga que controlan espacios territoriales desde los que, coludidos con las élites militares chavistas, las redes del narcotráfico internacional movilizan toneladas de cocaína hacia Estados Unidos, África y Europa. Esas operaciones, propias de las mafias de origen mexicano, colombiano, boliviano y peruano, vienen siendo enfrentadas por venezolanos como el abogado Javier Tarazona, quien, por hacer denuncias bien fundamentadas de dichas actividades ilícitas, permanece más de dos años secuestrado en una cárcel del dictador Nicolás Maduro. O sea que, a pesar de la furia con la que hostigan y persiguen estos tiranos, no faltan venezolanos que continúan haciéndoles frente sin abandonar la lucha de resistencia.
En Venezuela, es notoria la interrelación de la narcotiranía de Maduro con el eje del mal que identifico con los rostros de Vladimir Putin, en Rusia, Raúl Castro, en Cuba, y Ebrahim Raisi, en Irán, exponentes de los valores contrarios a los principios democráticos que se defienden en Occidente. En este triángulo no es posible ocultar el protagonismo relevante que juega China, una potencia imperial que ha logrado hipotecar a Venezuela con préstamos que aparentan asumir como “pérdidas”, cuando bien se sabe que la ganancia está en los controles que van consolidando a expensas de la soberanía nacional. En ese escenario tienen también presencia los tentáculos del terrorismo que, al igual que el narcotráfico, actúan en Venezuela como si se tratase de su patio trasero.
Un papel no menos relevante es el que ha cumplido el Foro de Sao Paulo, fundado en 1990, luego de los ruidosos fracasos experimentados por el modelo comunista en China, la Unión Soviética y varios de sus satélites, y cuyos planificadores decidieron conquistar espacios de poder desechando algunos de esos bocetos y conceptos venidos a menos por sus estrepitosos desastres, para comenzar a entonar novedosos cánticos que nada tuvieran que ver con la lucha de clases y la abolición de la propiedad privada, tomando esta vez la senda electoral como una manera de hacer realidad, en la práctica, la máxima de que el fin justifica los medios. Era necesario poner en desarrollo una nueva manera de pretender poner la mano a los poderes públicos, tal y como hizo en 1998 el golpista Hugo Chávez Frías en Venezuela.
Con base en ese diagnóstico, es que reiteramos nuestro convencimiento de que la crisis en Venezuela no se puede minimizar al simple reduccionismo de resignarnos a encontrar un desenlace mediante la realización de diálogos, como los efectuados en Dominicana, Barbados y ahora en México. Todos ellos fueron esfuerzos que terminaron siendo una bufonada madurista. Venezuela está acorralada por una desprestigiada cúpula cuyos cabecillas son investigados nada menos que por la perpetración de crímenes de lesa humanidad en la Corte Penal Internacional. Venezuela sigue escarmentando una tragedia humanitaria compleja en la que se identifican fenómenos como la diáspora que ya suma más de siete millones de personas huyendo de esa crisis espantosa que se da en un país en el que no hay guerras como las de Siria o Ucrania, ni ha sido estremecido por eventos naturales que provocan desplazamientos. Los peruanos conocen muy bien la magnitud del destierro venezolano.
En Venezuela, actualmente, se han inscrito 14 precandidatos que buscan convertirse en el abanderado para las elecciones presidenciales previstas para el próximo año. Una de esas aspirantes es María Corina Machado, una mujer que goza del respaldo de una inmensa mayoría de los venezolanos. Ella se ha convertido en un fenómeno con forma de torbellino que estremece las masas humanas que salen a las calles de los pueblos que va recorriendo, en modo tsunami, levantándoles el ánimo a esas muchedumbres que confían en su promesa de luchar hasta el final, una frase que da por entendido su compromiso de darlo todo hasta lograr que caiga la tiranía.
Pues bien, el dictador Maduro ha resuelto inhabilitar a María Corina Machado, en una acción repugnante que debería contarse como otro crimen de lesa humanidad, al cerrarle al pueblo esa vía pacífica que está tomando para remediar sus dificultades. No obstante, esta arbitrariedad ha tomado forma de búmeran que se ha estrellado en el caparazón de la tiranía, porque un deslave de reproches internacionales y movilizaciones dentro del país, con María Corina Machado a la cabeza, le ha hecho saber a Maduro que la lucha es hasta el final. O, en otras palabras, hasta que caiga la tiranía.